Colibrí: suspensión momentánea para ver el texto

José Martín Hurtado Galves

  · lunes 30 de julio de 2018

Las alas del colibrí se mueven setenta y cinco veces por segundo cuando vuela hacia adelante; sesenta y una cuando lo hace hacia atrás; y cincuenta y cinco si está quieto. La realidad —aún la materia|lidad más dura— se detiene ante esta pequeña ave. ¿Quién puede con lo demoledor de un instante? El instante es infinito.

El ave lectora de inmensas brevedades hace multiplicar el texto en ríos de alas sin fin. Su movimiento es hiper-textual, grandilocuente, magnífico…; lleno —sin embargo— de un pequeño atisbo de luz que agobia. No todo puede ser siempre un todo. La fragmentación del texto recrea totalidades y circunstancias de papel leído.

En todo caso su brevedad está continuamente en peligro: las frases nunca dejan de ser camaleónicas: se lee algo y se entiende un alguien de diversa voz; se cree reconocer a un alguien y se confunde con el algo que es circunspecto, casi difuso. De hecho, en cualquier descuido una palabra puede convertirse en un monolito impenetrable de verdades absolutas. O bien, hasta la más límpida idea puede caer en desgracia, como si fuera granos de mazorca.

Nadie está a salvo en el texto, sobre todo los lectores-colibrí. Sin embargo, eso es precisamente lo que los vuelve perspicaces y duchos, listos para reemprender el vuelo. Ante cualquier posibilidad de peligro estos lectores pueden dejar de ver la realidad más cerrada; así logran imaginar túneles, ríos, vientos… cualquier medio que permita elevar una vez más su vuelo como colibríes.

Y esto no hace sino recrear el texto, desde una brevedad no siempre dada por el escritor: las más de las veces es el lector quien tiene que sacudirse el texto para poder volar realmente sobre otros textos. Ora una frase sobre la que reflexionar más de lo común, ora un silencio que pretende escabullirse entre dos o tres afirmaciones lapidarias; en fin, cualquier letra, espacio o intención está al acecho. Por eso el colibrí debe ser lo suficientemente perspicaz para no perder de vista su intención que continuamente se abre. | Ser-sustancia-de-voz-lectora |. Es como el «ser» que se es desde lo que se lee, para serlo después como un no-ser al retomar otra idea sobre ese mismo tema.

Hay textos, sin embargo, que no son fáciles de dejar. Son como prisiones orales a la vez que escritas. Hasta a los colibríes les cuesta trabajo suspender su cuerpo a una cierta altura del texto. Son gramáticas de sustancialidad pesada que atrapan a los lectores y no los dejan alejarse durante muchos años. Una verdad los vuelve presos de la idea. Y así se quedan, pegados al papel escrito. Difícilmente vuelven a remontar el vuelo. Para qué hacerlo si el texto que los atrapó les ofrece el néctar que obnubila sus sentidos y los obliga a alejarse de la razón. O bien —la antípoda—: desde una razón circunstancialmente no superada (en tiempo y espacio), soslayan hasta la más pequeña insurrección de los sentidos.

Por eso la importancia de que el colibrí no se alimente de una sola flor-escrita, o de que siempre sobrevuele los mismos campos. Hay páginas que sobrepasan a otras páginas; letras que devoran letras; silencios que descubren voces intermitentes (quizá ateridos) en el lector. ¿Por qué? Porque la realidad escriturística está estrechamente relacionada con la imaginación lectora. Así, realidad e imaginación impulsan las alas del colibrí que no cesa de leer.

Entonces no hay realidad que se oponga a su vuelo. Nada queda desligado de la brevedad. | Ser | No-ser | Insistir en el ser desde un no-ser que se resiste a dejar de ser por completo | El texto es la cueva en donde volvemos a nacer. Quizá por eso al colibrí también se le dice ʻermitañoʼ. La soledad que provoca el texto hace aparecer fantasmas de colores entre su plumaje.

Paréntesis: entre doscientas y trescientas veces por segundo puede mover esta pequeña ave sus alas. ¿Qué realidad —con esta velocidad— le sigue el paso? El texto que se lee no puede quedar al margen del reclamo del lector. Fin de paréntesis.

El colibrí sigue su vuelo. No se mueve. Suspendido en el espacio, sobre el papel escrito, observa las ideas que se esconden en las palabras. Entonces baja su cabeza (sin detener el vuelo), estira el pico, y sorbe el rico néctar de la palabra «ser». Sin embargo, tan pronto lo hace una voz resuena en su mente. Una que dice: «vida | muerte». Entonces se aleja de ese fragmento leído para dejar posar su sombra sobre el inicio de un párrafo. De ahí absorbe la intención primigenia que le da sentido a su vuelo.

Se aleja —entonces— sin alejarse realmente. Aunque su cuerpo ya recorre nuevos enunciados, la realidad es que el movimiento de sus alas se ha quedado prendado de la idea que lo alimentó por un instante. La brevedad no puede irse del todo, lo mismo sucede con los fragmentos que se leen. Algo queda de ellos en los lectores. No importa si su vuelo va en busca de nuevos textos escriturarios. Siempre habrá una forma nueva para imaginar al ser que lee.

| Colibrí | Ser y no-ser en la suspensión del vuelo |.