En el Museo del Cerro de las Campanas, el historiador Edgardo Moreno ofreció la conferencia titulada "Muerte en la clausura monacal", en la que discurrió sobre la vida, obra, muerte y condiciones de salud que atravesaban las religiosas enclaustradas en Querétaro siglos atrás.
Refirió que alrededor del siglo XVIII, durante el esplendor de la vida monacal en Querétaro, la vida austera y de servicio a Dios eran parte de la virtud y vocación de las religiosas que se encontraban internas en alguno de los conventos en la ciudad, entre ellos el Claustro de Santa Rosa de Viterbo, el Convento de Capuchinas y el Convento de Santa Clara.
Según el investigador, el promedio de vida de las monjas en aquella época, oscilaba entre los 40 a 55 años dadas las condiciones de salud e higiene, además de otros factores de su cotidianidad.
Las enfermedades eran agentes estacionarios que llegaban para quedarse y mermaban la salud de las enclaustradas de manera contundente, pues prácticamente sólo usaban algunos remedios de la herbolaria y cuidados paleativos que las acompañaban hasta su muerte.
Moreno puntualizó que, aunque el tema de la higiene era un elemento importante para ellas, no era práctica habitual, puesto que los baños los acostumbraban para ocasiones muy especiales.
Y es que tanto el cuerpo, como la desnudez, eran tabú, por lo que al caer enferma alguna monja, esta tenía que estar al cuidado de alguna de sus hermanas religiosas o bien, si la gravedad lo ameritaba, llamaban a algunas enfermeras auxiliadoras.
"Hay mucho arte en la muerte", recalcó el investigador, quien también presentó una serie de imágenes y archivos histórico sque acompañaron la ponencia, dando contexto de los claustros y permitiendo una mirada a los espacios que fungían como hospitales, salas de reposo y baños, muchos de los cuales ahora son espacios dedicados a la cultura y el arte.
También expuso una serie de remedios que, desde entonces y hasta ahora, son parte de las prácticas y remedios caseros para contrarrestar los males tales como aguas de malva, sanguijuelas, ungüentos de eucalipto, manteca, purgas, ventosas, baños de asiento, baños de hierbas, baño de aceite alcanforado y sajadas.
Una vez llegado el encuentro con la muerte, refirió que los rituales para despedir a una monja eran todo un ritual, ya que eran preparadas con las vestimentas de gala y emperifolladas con flores para ser dispuestas en el coro bajo para su despedida, tras una misa de cuerpo presente.
A la fecha existen vestigios de dichas prácticas tanto de manera física en los conventos, como en el acervo pictórico y documental de los museos e iglesias en la ciudad.