Conflicto y cultura

El libro de cabecera

Carlos Campos | Diario de Querétaro

  · sábado 9 de noviembre de 2019

Valor de los objetos radica en su diseño pero, ante todo, en el carácter práctico que dicho diseño puede aportar a la vida cotidiana / Yolanda Longino | Diario de Querétaro

En nuestra pasada entrega estudiábamos el concepto de cultura propuesto por John B. Thompson en su Ideología y cultura moderna, teoría critica social en la comunicación de masas (UAM Xochimilco, 1993), un concepto de difiere con la mayoría de las definiciones provenientes de la tradición del análisis social latinoamericano.

Decíamos que el concepto de cultura tiene múltiples interpretaciones que contrastan con el raquítico consenso semántico sobre las formas en que ha de ser entendido, y que John B. Thompson había desarrollado dicho concepto a partir de una interpretación de las concepciones clásica, antropológica y estructural. En este nivel, el concepto de formas simbólicas resalta su deuda con la concepción simbólica de la cultura, aunque trata de ser lo suficientemente general como para integrar en un solo concepto todo aquello que sea simbólico, es decir, que pueda ser representado, que tenga sentido y significado para alguien. Lo importante del análisis de las formas simbólicas es la factibilidad de que sea algo producido por una persona y que sea significativo para alguien, que comunique algo a alguien.

Ergo, analizar la cultura, es decir, el análisis de las formas simbólicas desde una perspectiva estructural, implica distinguir y equilibrar a) rasgos estructurales internos de las formas simbólicas; y b) procesos de estructuración situados (contextos históricos) donde se insertan las formas simbólicas. En dicho análisis, destacan cinco características de las formas simbólicas: intencional, convencional, estructural, referencial y contextual.

No es gratuito que Thompson estudie de manera pendular a la cultura y a la ideología. El estudio de la ideología se enfoca en las maneras en que el significado movilizado por las formas simbólicas sirve, en circunstancias específicas, para establecer, mantener y reproducir relaciones sociales que son sistemáticamente asimétricas en términos de poder.

Una vez establecida la relación dialéctica entre ideología y cultura, es posible establecer también los criterios de valoración de las formas simbólicas. Una de las consecuencias fundamentales de la contextualización es que las formas simbólicas están sujetas a complejos procesos de valoración, evaluación y conflicto. Estos procesos de valoración pueden ser de dos tipos:

1. Valoración simbólica: los individuos producen y reciben las formas simbólicas y les asignan cierto valor simbólico. Esta valoración permite estimar, elogiar, denunciar, apreciar o despreciar una obra.

2. Valoración económica: a las formas simbólicas se les asigna cierto valor económico por el cual podrían ser intercambiados en el mercado. Lejos de todo complejo adorniado, estamos hablando de los llamados bienes simbólicos.

La consecuencia más destacable de la contextualización es el conflicto, ya que de allí se suscitan los conflictos de evaluación simbólica y de evaluación económica. El proceso de valoración rara vez es consensual y muy rara vez está libre de conflictos. ¿Cuántos funcionarios o gestores culturales han reparado en esta realidad controversial de las formas simbólicas?

No obstante, el conflicto es precisamente lo que le da movilidad a las formas simbólicas.

La existencia del conflicto, tanto en los campos simbólicos como económicos, configura posiciones en un campo de interacción, lo que propicia el surgimiento de las siguientes posiciones:

Posiciones dominantes

Los miembros de esta posición poseen de manera positiva recursos o capital de diversos tipos (simbólico y económico), al cual tienen un acceso privilegiado. Los miembros de estas posiciones se interesan por los bienes escasos o caros, en gran medida inaccesibles para los individuos que poseen menos capital económico. Su gusto es educado, un producto de su considerable riqueza, de allí que vistan marcas exclusivas y procuren los gustos más modernos como señal de distinción. Las estrategias de diferenciación que utilizan para distinguirse de los individuos o grupos que ocupan posiciones subordinadas a ellos son la burla (considerar a las formas simbólicas inferiores como torpes, inmaduras o poco refinadas) o la condescendencia, lo que se traduce en la reafirmación del dominio sin declararlo abiertamente, aunque eso contribuya al status quo.

Posiciones intermedias

Acceso a uno o diversos tipos de capital pero en cantidades limitadas. En esta posición intermedia se presentan los casos de los nuevos ricos (mayor capital simbólico, menor capital cultural); la denominada Intelligentsia o Avantgarde (menor capital económico, mayor capital cultural); y la burguesía (capital económico y cultural moderado).

Posiciones subordinadas

Acceso a formas más reducidas de capital de diversos tipos, poseen menos recursos y las oportunidades son limitadas. El valor de los objetos radica en su diseño pero, ante todo, en el carácter práctico que dicho diseño puede aportar a la vida cotidiana. Como estrategias de diferenciación presentan dos polos:

1. Resignación respetuosa: al ser inaccesibles para los miembros de las posiciones subordinadas, tanto en capital cultural como económico, estos consideran a las formas simbólicas superiores como objetos dignos de respeto. Las grandes obras no son las que les gustaría compartir o consumir. Sus prácticas, por lo tanto, deben de ser accesibles y baratas.

2. Estrategia de rechazo: los individuos de las posiciones subordinadas pueden optar por rechazar o ridiculizar a las formas simbólicas producidas por los individuos de posiciones superiores.

Para concretar lo dicho por Thompson, podríamos acudir a un ejemplo. Piénsese el siguiente escenario. Desde su posición dominante, un gobierno toma la decisión de construir un mercado en uno de los barrios más populares de la ciudad. Para esto, desde una posición de condescendencia, diseña el mercado con estilos eclécticos que combinan propuestas minimalistas con reminiscencias del arte contemporáneo (piénsese en un techo con relieves hexaédricos pintados de colores). Por si fuera poco, dicho gobierno anuncia que uno de los más acaudalados artistas locales dará el toque final al mercado mediante la instalación de un mural.

Desde su posición subordinada, emergen los que se resignan de manera respetuosa, porque quizás se trata de un arte que ellos definitivamente no conocen, aunque si el gobierno lo está proponiendo seguramente es bueno. Pero, desde la misma posición, los hay quienes optan por rechazar o ridiculizar a las formas simbólicas producidas por los individuos de posiciones superiores.

A pesar de que el anterior esquema trata de ser un caso hipotético (obviamente no lo es), es muy frecuente que, ante el conflicto, las administraciones culturales y los gobiernos que las encabezan ignoren o evadan el conflicto en términos de los campos de interacción, ante lo cual responden con un supuesto consenso o, en la mayoría de los casos, con un negligente silencio. Ignoran el conflicto porque ignoran que la dinámica de las formas simbólicas establece una profunda diferenciación de las esferas culturales.

@doctorsimulacro