/ miércoles 2 de octubre de 2019

Contraluz: Castillo Peraza

Su legado como filósofo y político tardará seguramente un tiempo en aclararse para ser reconocido en toda su vasta dimensión

Luego de una larga carrera en que a través del estudio, la reflexión, el quehacer social y hacer político, honró al pensamiento y a la acción; y cuando se adentraba en nueva búsqueda de claridades, el 9 de septiembre del año 2000 Carlos Castillo Peraza, intelectual y político, falleció en Berlín a raíz de un infarto cardiaco.

Su legado como filósofo y político tardará seguramente un tiempo en aclararse para ser reconocido en toda su vasta dimensión.

Y es que, como diría el escritor y periodista Héctor Aguilar Camín en homenaje póstumo en el Castillo de Chapultepec: “Carlos recibió un partido que apenas comenzaba a salir de la oposición testimonial. Acostumbrado a luchar y a perder durante ya para entonces 50 años, y con la directiva que lo acompañó en la presidencia, dejó un partido en plena oposición constructiva, decidido a ganar municipalidades, gubernaturas, legislaturas y por último la Presidencia de la República.

“Castillo se dedicó a decir lo que pensaba, y lo que pensaba no era halagador para los votantes ni para los medios; los medios lo hicieron el blanco de su ira y los votantes fueron a buscar en otro candidato lo que querían oír. Por las mismas razones que fue un mal candidato, Carlos fue un gran parlamentario y un extraordinario jefe de partido, su trabajo era defender lo que creía, fuera o no del gusto de la galería y mejor si era del disgusto, pues la galería de aquellos tiempos era abrumadoramente favorable a los adversarios políticos de Carlos y su Partido, y la lucha por la democracia desde el PAN parecía una brega de eternidad minoritaria, como decía el fundador del Partido, Gómez Morín, una brega de eternidad arrinconada, marginada.

Durante su estancia en Europa.

Y añadía en aquel año 2000 “Reconózcase en Vicente Fox al triunfador de la alternancia en México, pero en Castillo Peraza y en sus congéneres del PAN reconózcase también a los más viejos y tenaces constructores de la democracia mexicana durante largos años de desierto”.

Carlos Castillo Peraza pertenecía a la generación del gran cambio; nacido en Mérida, Yucatán en abril de 1947 fue un personaje que desde su infancia apuntaba grandes brillos.

Ya en los años sesenta del siglo anterior fue puntual vástago de la revuelta juvenil, que planteaba reflexión y reformas, fue de guitarra y patillas, de cantos y estudio serio, largo; no tenía el lucro como fin último, sino la búsqueda de respuestas trascendentes a cuestiones relevantes.

Por ello, muy joven, a los 21 años, fue propuesta al Episcopado Mexicano como dirigente nacional de la ACJM, cargo que aceptó y desempeñó con atingencia, basado en los nuevos tiempos eclesiales donde la nueva evangelización se planteaba junto a la promoción humana, teniendo como base las grandes encíclicas sociales Pacem y Terris de Juan XXIII y Populorum Progressio de Paulo VI, así como la Conferencia Latinoamericana de Medellín.

Con Andrés Manuel López Obrador en la Comisión Permanente.

Al término de su encargo, y ya casado, se fue a la Universidad Pontificia en Roma y un años después a la Universidad de Friburgo, Suiza, donde estudió Licenciatura en Letras con especialidad en Filosofía Política.

A su retorno se establece en Mérida donde ejerce el periodismo y después, afiliado al PAN, inicia una carrera política que lo llevaría a la presidencia del partido -1993-1996- en donde el debate, la apertura, el diálogo con las otras instituciones políticas, y el estudio del pensamiento de los fundadores y de los líderes de su partido, es primordial, destacando a Manuel Gómez Morín, Efraín González Luna, Efraín González Morfín, Adolfo Chrisleb, José González Torres, Luis H. Álvarez.

Prefería indubitablemente la propuesta de filósofos y pensadores mexicanos y latinoamericanos –viajó por todo el continente-, como Octavio Paz, Carlos Fuentes, Samuel Ramos, Leopoldo Zea, Abelardo Villegas, y otros más, al pragmatismo sajón, que inevitablemente nos venía del país del norte; asimismo admiraba entre otros, como Gómez Morín, el “Humanismo integral” de Jacques Maritain y de Emmanuel Mounier; y el trabajo político de Konrad Adenauer y de otros líderes católicos de la postguerra que tuvieron como base irrenunciable, la aceptación de la pluralidad, el respeto “a quienes no piensan como uno”, y la permanente necesidad de diálogo con todos.

Por ello quizá su departamento fue frecuente ateneo de voces de todos los signos; ahí tomaban cafés mañaneros, políticos de todos los partidos; había pensadores y literatos, era vivienda modesta de puertas abiertas. En ese tenor, la última vez que lo vi me dijo “quiero conocer a (Enrique) Burgos García”.

Con Jacques Chirac, en el Elíseo.

A lo anterior habría que añadir que fue siempre un católico no vergonzante; charlas y conferencias en escuelas donde fue docente dan cuenta de su fe y fidelidad, y también de su capacidad crítica, al pensamiento y praxis de su Madre y Maestra –Mater et Magistra-, la Iglesia. Por cierto, cuando su padre le mostró su molestia por cambiarse de la Universidad de Roma a la de Friburgo, él le habría contestado “porque en Roma están los santos y en Friburgo los sabios”.

En 1998 renunció al PAN para dedicarse al estudio, a la escritura y a la filosofía. Dos años después falleció intempestivamente tras sentirse mal en un viaje en tren hacia Berlín.

Hoy coincidencia hoy en que fue último gran ideólogo –congruente, en las ideas, el pensamiento y la acción-, del PAN.

Luego de una larga carrera en que a través del estudio, la reflexión, el quehacer social y hacer político, honró al pensamiento y a la acción; y cuando se adentraba en nueva búsqueda de claridades, el 9 de septiembre del año 2000 Carlos Castillo Peraza, intelectual y político, falleció en Berlín a raíz de un infarto cardiaco.

Su legado como filósofo y político tardará seguramente un tiempo en aclararse para ser reconocido en toda su vasta dimensión.

Y es que, como diría el escritor y periodista Héctor Aguilar Camín en homenaje póstumo en el Castillo de Chapultepec: “Carlos recibió un partido que apenas comenzaba a salir de la oposición testimonial. Acostumbrado a luchar y a perder durante ya para entonces 50 años, y con la directiva que lo acompañó en la presidencia, dejó un partido en plena oposición constructiva, decidido a ganar municipalidades, gubernaturas, legislaturas y por último la Presidencia de la República.

“Castillo se dedicó a decir lo que pensaba, y lo que pensaba no era halagador para los votantes ni para los medios; los medios lo hicieron el blanco de su ira y los votantes fueron a buscar en otro candidato lo que querían oír. Por las mismas razones que fue un mal candidato, Carlos fue un gran parlamentario y un extraordinario jefe de partido, su trabajo era defender lo que creía, fuera o no del gusto de la galería y mejor si era del disgusto, pues la galería de aquellos tiempos era abrumadoramente favorable a los adversarios políticos de Carlos y su Partido, y la lucha por la democracia desde el PAN parecía una brega de eternidad minoritaria, como decía el fundador del Partido, Gómez Morín, una brega de eternidad arrinconada, marginada.

Durante su estancia en Europa.

Y añadía en aquel año 2000 “Reconózcase en Vicente Fox al triunfador de la alternancia en México, pero en Castillo Peraza y en sus congéneres del PAN reconózcase también a los más viejos y tenaces constructores de la democracia mexicana durante largos años de desierto”.

Carlos Castillo Peraza pertenecía a la generación del gran cambio; nacido en Mérida, Yucatán en abril de 1947 fue un personaje que desde su infancia apuntaba grandes brillos.

Ya en los años sesenta del siglo anterior fue puntual vástago de la revuelta juvenil, que planteaba reflexión y reformas, fue de guitarra y patillas, de cantos y estudio serio, largo; no tenía el lucro como fin último, sino la búsqueda de respuestas trascendentes a cuestiones relevantes.

Por ello, muy joven, a los 21 años, fue propuesta al Episcopado Mexicano como dirigente nacional de la ACJM, cargo que aceptó y desempeñó con atingencia, basado en los nuevos tiempos eclesiales donde la nueva evangelización se planteaba junto a la promoción humana, teniendo como base las grandes encíclicas sociales Pacem y Terris de Juan XXIII y Populorum Progressio de Paulo VI, así como la Conferencia Latinoamericana de Medellín.

Con Andrés Manuel López Obrador en la Comisión Permanente.

Al término de su encargo, y ya casado, se fue a la Universidad Pontificia en Roma y un años después a la Universidad de Friburgo, Suiza, donde estudió Licenciatura en Letras con especialidad en Filosofía Política.

A su retorno se establece en Mérida donde ejerce el periodismo y después, afiliado al PAN, inicia una carrera política que lo llevaría a la presidencia del partido -1993-1996- en donde el debate, la apertura, el diálogo con las otras instituciones políticas, y el estudio del pensamiento de los fundadores y de los líderes de su partido, es primordial, destacando a Manuel Gómez Morín, Efraín González Luna, Efraín González Morfín, Adolfo Chrisleb, José González Torres, Luis H. Álvarez.

Prefería indubitablemente la propuesta de filósofos y pensadores mexicanos y latinoamericanos –viajó por todo el continente-, como Octavio Paz, Carlos Fuentes, Samuel Ramos, Leopoldo Zea, Abelardo Villegas, y otros más, al pragmatismo sajón, que inevitablemente nos venía del país del norte; asimismo admiraba entre otros, como Gómez Morín, el “Humanismo integral” de Jacques Maritain y de Emmanuel Mounier; y el trabajo político de Konrad Adenauer y de otros líderes católicos de la postguerra que tuvieron como base irrenunciable, la aceptación de la pluralidad, el respeto “a quienes no piensan como uno”, y la permanente necesidad de diálogo con todos.

Por ello quizá su departamento fue frecuente ateneo de voces de todos los signos; ahí tomaban cafés mañaneros, políticos de todos los partidos; había pensadores y literatos, era vivienda modesta de puertas abiertas. En ese tenor, la última vez que lo vi me dijo “quiero conocer a (Enrique) Burgos García”.

Con Jacques Chirac, en el Elíseo.

A lo anterior habría que añadir que fue siempre un católico no vergonzante; charlas y conferencias en escuelas donde fue docente dan cuenta de su fe y fidelidad, y también de su capacidad crítica, al pensamiento y praxis de su Madre y Maestra –Mater et Magistra-, la Iglesia. Por cierto, cuando su padre le mostró su molestia por cambiarse de la Universidad de Roma a la de Friburgo, él le habría contestado “porque en Roma están los santos y en Friburgo los sabios”.

En 1998 renunció al PAN para dedicarse al estudio, a la escritura y a la filosofía. Dos años después falleció intempestivamente tras sentirse mal en un viaje en tren hacia Berlín.

Hoy coincidencia hoy en que fue último gran ideólogo –congruente, en las ideas, el pensamiento y la acción-, del PAN.

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