El 28 de septiembre falleció en Miami el cantante José José quien con su privilegiada voz, talento, canciones y películas marcó a varias generaciones en el canto popular.
En otro ámbito, el de la academia y la investigación, falleció un hombre non, Miguel León Portilla, quien supo a lo largo de toda su vida estudiar y hurgar en la cultura precolombina, especialmente el náhuatl, la filosofía, la organización social, la identidad y el legado de quienes fueron vencidos en la conquista, estudiando, ordenando y clasificando textos y traducciones del padre Ángel María Garibay especialmente en “La Visión de los Vencidos”.
De José José, aunque a algunos intelectuales no guste, la emoción popular, pese a la atormentada visión de familiares que convirtieron su deceso en orgía mediática, se expresó con creces desde la noticia de su fallecimiento, el 28 de septiembre, hasta su reposo final en el Panteón Francés, pasando por el Palacio de Bellas Artes, la Basílica de Guadalupe y el jardín de Clavería.
José José se expresó con una tesitura fuera de serie –diríase que de tenor lírico ligero- mediante la cual, gracias también a la buena elección de sus temas, supo comunicar emociones mediante una voz que combinaba como ninguna, coloratura, vibratos leves algo nasales y potencia equilibrada.
Su deceso fue sentido como pocos y las muchedumbres que acompañaron sus cenizas dieron cuenta de ello, así como el repunte de decenas de temas con los que coronó el éxito en presentaciones en México, Estados Unidos, Latinoamérica, Israel, Japón y otros lugares, así como con la venta de millones de discos, y la significación de premios y discos de oro y de platino.
José José dejó un gran legado musical, y la aclamación crítica universal; eso es cultura.
Por cierto vale anotar que su padre, José Sosa Esquivel, fue un tenor queretano talentoso y exitoso que nacido en marzo de 1923, estudió canto con José Pierson y Fanny Anitúa, debutando en el Palacio de Bellas Artes en 1950 con el papel de Azael en L´Enfant prodigue, de Debussy.
Lamentablemente su vida fue corta debido a sus problemas con el alcoholismo; falleció en 1968.
Tres días después de José José falleció a los 93 años Miguel León Portilla, filósofo e historiador, experto en el estudio del pensamiento y la literatura de la cultura náhuatl.
Por más de 60 años recorrió como maestro, investigador y escritor los campos y pasillos de la Universidad Nacional Autónoma de México donde su figura cuadraba con el académico entusiasta, vivaz, disciplinado, alegre y feliz de compartir conocimientos con las distintas generaciones de jóvenes que abrevaron de él y con él relevantes páginas de la cultura precolombina.
Tras realizar sus estudios iniciales en el Colegio México de la Ciudad de México y en Guadalajara, obtuvo en la Universidad de Loyola, de Los Ángeles, institución jesuita, el título en Artes en 1951;
concluyó en la ciudad de Guadalajara.
Cinco años después recibió el doctorado en filosofía en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM con la tesis “La filosofía náhuatl estudiada en sus fuentes”, para la que fue asesorado por el sacerdote Ángel María Garibay formidable estudioso y traductor de obras clásicas y precolombinas.
La UNAM publicó el trabajo en 1959 y en años posteriores con ediciones ampliadas; además, se tradujo al francés, al inglés, checo y alemán. El mismo año publicó su obra “Visión de los vencidos”, en la que organizó textos escritos en náhuatl y traducidos por Garibay, que reflejaban el testimonio desde el punto de vista indígena de la Conquista de México.
Involucró textos, que se reunieron, presentaron y anotaron de tenochcas, tlatelolcas, tezcocanos y tlaxcaltecas. La obra se tradujo a quince idiomas.
También logró reconocimiento a través de la traducción, interpretación y publicación de varias recopilaciones de obras en náhuatl, encabezando un movimiento para entender y revaluar la literatura náhuatl, no solo de la era precolombina, sino también la actual.
Su trabajo contribuyó a establecer la educación bilingüe rural en México.
Su obra es vasta, pues a ella se dedicó más de 60 años que mucho han servido para conocer y valorar el ayer y el hoy, de nuestras comunidades indígenas.
Entre sus aportes el brindar una comprensión clara de la figura de Tlacaélel como arquitecto del imperio azteca. Así como su visión de la divinidad dual ajena al panteísmo que tenían los aztecas.
“Garibay me refería que alguien llegó a reprocharle por qué si conocía el griego y el hebreo “distraía” su tiempo dedicado al estudio del náhuatl y su literatura. La respuesta de Garibay fue que precisamente porque apreciaba las lenguas clásicas, entre ellas encontraba como otra fuente al náhuatl”, escribió al explicar su trabajo y el de su maestro.