La ciudad transcurre en la ribera de un río cuya agua alimentó e hizo crecer a diversas generaciones de queretanos, que hoy apenas pueden recordar los portentosos mezquites que lo bordeaban; las huertas y los sembradíos de trigo, cebada, chile, calabaza y maíz que alimentaban sus acequias, así como los tradicionales paseos familiares en canoa, los baños dominicales y el acarreo de agua de sus orillas, que todavía se acostumbraba hacer a mediados del siglo pasado.
Sin rastro de lo que viajeros, cronistas y autoridades virreinales registraron sobre este afluente en sus bitácoras y diarios, a veces algún peatón detiene su paso en sus orillas para preguntarse: ¿Qué ha pasado con el río?
“Hay un momento en el que su olor es insoportable, verlo causa una tristeza terrible porque los seres humanos somos agua y de esa manera nos estamos tratando a nosotros mismos”, expresa el artista queretano, Alejandro Uribe, quien hace tres años comenzó a cimentar las bases de una investigación estética sobre la historia visual del Río Querétaro.
En estas indagaciones, Uribe encontró en cartografías de 1620 hasta la fecha, una discrepancia entre la realidad y su representación, pues aunque “el río ha sido maltratado históricamente, su representación se mantiene sólida e inamovible”, invisibilizando el proceso de su decadencia.
Para investigadores como Edgardo Moreno –quien lleva cerca de 40 años estudiando el tema–, la contaminación de este afluente tiene que ver también con su desaparición del imaginario social y la perdida de memoria histórica.
“Pocos saben que la gente se refería a él como ‘Río Blanco’, por la bruma que se generaba entre sus arboledas y mezquites (…) Las generaciones que vivieron a mitad del siglo XX todavía se acuerdan de lo que atraía su vegetación: migraciones de patos, garzas y de diferentes especies de aves, e incluso pescadillas. Sigüenza y Góngora en ‘Glorias de Querétaro’ (1680), dice que incluso se podía pescar en el río. [En sus escritos de 1738] Navarrete describe a Querétaro como una delicia, como un jardín, cuyas riberas se encuentran llenas de flores, de árboles, con huertas a sus lados. En sus crónicas del siglo XVIII, de la Rea señala que no era necesario traer de otro lado duraznos, membrillos o chirimoyas, porque aquí se daban muy bien en las huertas cercanas a este río (…) Ahora tenemos un espacio asfaltado por el desarrollo inmobiliario que ha cambiado la vocación del área: de zona habitación a comercial, es eso lo que ahora encontramos en las veras de lo que fue el río en aquellas épocas”, detalló el investigador.
Y asevera que por la misma razón y bajo la lógica económica imperante –en la que todo puede ser desechado–, muchas personas opinan que el río debería ser tapado para ampliar avenida Universidad “más allá de solicitar que se revierta la contaminación”.
Para generar conciencia ambiental
Dejando de lado los conceptos de turistificación y embellecimiento, Uribe y Moreno coinciden en que se requiere de un programa que conjunte a varias disciplinas, para la recuperación y rehabilitación del espacio a través de la conciencia ambiental.
“El arte es una herramienta fundamental para comunicar (…) y más en estos tiempos, pues ya no se trata del genio firmando cuadros o cincelando su nombre en la escultura, sino de la necesidad de una orgía de conocimientos, idiosincrasias y formaciones para el diálogo reflexivo y la transformación”, afirmó el ingeniero ambiental Gerardo Muñoz, quien junto con Uribe materializó esta idea a través del proyecto: “La montaña y el río”, una cartografía audiovisual sobre el afluente queretano.
A través de un estudio cartográfico, varias pruebas de laboratorio, mapas sonoros y exploraciones de campo, los autores realizaron una investigación estética y socioambiental sobre la contaminación del río.
Con este proyecto, además exhortan a las artes y a las ciencias a hacer simbiosis para la creación de conciencia por medio de la implementación de estrategias alternativas de difusión sobre los alcances ambientales y sociales de esa problemática.
Arte que evidencia
Es por ello que en el Museo de Arte Contemporáneo se exhiben los resultados de sus indagaciones que muestran una serie de soportes que incluye un cortometraje documental en el que se visibiliza la contaminación del agua, la sobreexplotación de este recurso y su desabasto en el estado.
“La sobreexplotación de los mantos acuíferos de Querétaro llegó a su máximo en el 2005 (…) por lo que en 2007, tal como se hizo hace 300 años, el gobierno queretano construyó un segundo acueducto, otro trabajo hídrico gigantesco”, muestra el corto sobre el Acueducto II, una infraestructura que transporta la mitad del agua que se consume actualmente en la entidad, desde una distancia de 120 kilómetros, y que pese a ello –según proyecciones estadísticas–, se estima que en Querétaro sólo habrá agua para 10 años más.
En la sala se exhibe también un políptico con un conjunto de trazos vectoriales del río, realizados con base en antiguas cartografías pertenecientes al archivo del Museo Regional, así como planos turísticos y mapas extraídos de google maps.
La información es complementada con un registro sonoro realizado a partir de una caminata de 4.3 kilómetros sobre el Río Querétaro; seis cajas Petri con tomas bacteriológicas tomadas en diferentes puntos del cuerpo de agua, y un plano turístico intervenido con una cita del libro “Tesis sobre el concepto de historia”, de Walter Benjamin : “No existe documento de cultura que no sea a la vez un documento de barbarie”.
Conclusión
“El ser vivo más grande de Querétaro es el río, lleva 400 años encerrado en la urbe, muriéndose desde que llegaron las textileras y explotaron la economía a costa de los recursos hídricos; en los setentas explotó la industria metal mecánica y en 30 años se acabaron los recursos hídricos también… ahora se hizo un nuevo acueducto para traer agua de Zimapán, Hidalgo, y sucederá lo mismo”, asevera Muñoz.
Asimismo argumenta que por ese motivo decidieron generar una nueva cartografía sobre el río, para visibilizar la realidad que subyace a este cuerpo de agua, que más que ser un afluente, es un ecosistema cuya regeneración ha sido mermada por el asfalto y los vertederos industriales clandestinos.
“El urbanismo actual contempla las reservas naturales como meros zoológicos, no toman en cuenta la correlación e intercambio vital de los organismos con su entorno, se mantiene sobre estas reservas un estado metafórico de cautiverio.
Se construyen alrededor de estos carreteras, fraccionamientos, industrias, centros comerciales, (…) eso corrompe los delicados procesos simbióticos entre suelo, aire, micro y macroorganismos que ayudaron a la formación y mantenimiento milenario de estos ecosistemas”, se lee en el documental.
Gerardo Muñoz concluye que la apuesta deberá ser la visibilización de la realidad económica y las dinámicas políticas que atraviesan un recurso que determinó el trazo de la ciudad, y que ahora refleja sus contradicciones, siendo un punto tangencial la situación del agua en el estado.