“La arquitectura debe hablar de su tiempo y lugar, pero anhelar la atemporalidad”, Frank Gehry.
En una esquina del centro histórico de la ciudad de Tampico, Tamps. se encuentra una peculiar casa de ladrillo. Ha estado ahí desde 1865 cuando un ex presidente del país la mando construir y ha cambiado muy poco en su fisonomía desde entonces. Pese al desgaste, que entre sus usos puede contar haber sido mazmorra durante la revolución, la casa Gándara (cómo se le conoce hoy), se mantiene ahí impasible, con su fachada ochavada, su patio interior y sus 22 habitaciones.
La casa habla de un tiempo que ya no existe, un pasado que quedó atrás pero que aún se puede leer en ella. El crecimiento de la ciudad la ha pasado por alto y también, ha corrido con la suerte de que su actual dueña se ha asegurado de resguardarla, tal como sus tías, las hermanas Gándara, se la heredaron.
Con el incrementado desarrollo urbano que muchas veces puede caer en la realización de construcciones y diseños poco carismáticos, su naturaleza individual, la ha ayudado a convertirse en un hito de identidad arquitectónica y cultural.
La decisión de preservar y conservar estas edificaciones antiguas es indudablemente complicada y costosa, la Sra. Gándara se ha tenido que enfrentar cara a cara y decidir soltar para permitir la evolución del sitio con una nueva construcción; el eterno forcejeo del peso del pasado contra la promesa de un ingrávido futuro. Con todo, la casa posee gran solemnidad, gravitas que esos buenos edificios adquieren con el paso del tiempo. Los transeúntes la reconocen como parte del paisaje urbano, es una imagen colectiva poseedora de historias. La pátina del tiempo le ha dotado una función simbólica que hoy en día es más fuerte que su función pragmática.
La valoración para proteger y difundir la preservación de edificios históricos debería ir por sentado. En México, ciertamente, aún queda muchísimo trabajo por hacerse.
*Profesora de la Escuela de Arquitectura, Arte y Diseño, Tecnológico de Monterrey Campus Querétaro.