“Investigar, ensayar, retornar al movimiento; rehacer, rehacer y rehacer… así es como hemos logrado reunir los fragmentos de esta nueva pieza”, dice con tono satisfecho Alejandro Chávez, artista y director de la compañía de danza contemporánea “Ciudad Interior”.
Esta agrupación ha logrado sumar a la promoción y desarrollo de esta disciplina en Querétaro, ya que tras ser beneficiada con el Programa de Apoyo a Grupos Artísticos y Profesionales de Artes Escénicas “México en escena”, trabajó arduamente durante tres meses para llevar a escena sus primeras exploraciones e indagaciones corporales de un proyecto incluyente.
“Côdigo paralingûa” es una arquitectura coreográfica creada a partir del silencio, con la que buscan acercar esta expresión a la comunidad de sordos de la entidad, y a propósito del estreno de su primera pieza, el director recibió a BARROCO en la sala de ensayos para platicar de esta primera función y del proceso creativo que le antecede.
Población “silente”
Como metáfora de su experiencia creativa y del proceso de aprendizaje de la Lengua de Señas Mexicana (LSM), la compañía decidió titular a su primera pieza: “La manzana”, símbolo en torno al cual Chávez estructuró cinco microhistorias que los bailarines encarnarán en cada movimiento y reforzarán a través de una atmósfera inspirada en la percepción y el sistema de comunicación de las personas sordas.
“No traten de aprender esta lengua pensando el concepto desde lo oral, de letra por letra”, recuerda Chávez que les aconsejaba el presidente de la Comisión de Personas Sordas del Estado de Querétaro, Alejandro Arriaga, durante el curso de LSM que la compañía tomó en esa institución.
Y es que tanto para el diseño como para la interpretación corporal, la compañía se sumergió en el mundo del silencio, que según el censo de población realizado en el 2010 por el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), asciende a cerca de 7 mil personas en el estado.
“A nivel estatal INEGI calcula que hay 7, 178 personas con discapacidad auditiva, hoy en día nosotros estimamos un aproximado de 14 mil personas, en comparación con la estadística nacional, donde el mismo censo registra una cifra de 700 mil personas. Actualmente se calcula un millón y a nivel mundial cerca de 360 millones de personas sordas”, asegura Arriaga.
La primera vez
Antes del estreno de “Côdigo Paralingûa”, Arriaga platicó sobre su experiencia en una función especial de danza, que la agrupación organizó en honor a esta comunidad; muestra dancística en la que se contó con más de 70 asistentes, incluidos estudiantes sordos y algunas asociaciones como “Latido Sordo”, cuyo comité impulsó el primer festival nacional de música para sordos en Querétaro, celebrado en marzo pasado.
Alejandro recuerda que los asistentes tomaron asiento sobre la duela del salón de danza del CEART, desde donde la comunidad silente pudo presenciar la coreografía de “Cromática”, y así percibir las vibraciones musicales que se acentuaron con la madera y el eco del espacio.
Detalla que esta primera aproximación permitió a los bailarines poner en práctica el lenguaje de señas –tanto para presentarse como para hablar sobre la pieza–, para de esta manera medir las diferentes reacciones del público, entre las cuales no se hizo esperar la incomodidad de los oyentes ante la incapacidad de comprender el LSM.
“La presentación rompió paradigmas, pues existe la creencia de que nosotros no bailamos, que no podemos tocar instrumentos o escuchar música; al contrario, yo conozco a muchos sordos que escuchan música con sus aparatos auditivos, o tocan instrumentos con o sin aparatos; nosotros sentimos las vibraciones, percibimos la música de otra manera. (…) En cuanto a la danza, hay que decir que somos muy visuales, para nosotros los movimientos que ellos (los bailarines) realizaron fue una especie experiencia geométrica, matemática; de líneas llenas de emoción y de sentimientos”, apunta Arriaga.
“Ese día –agrega el coreógrafo– el público sordo hizo algo que sólo la familia de los bailarines acostumbran ya; se esperó hasta el final para compartir con nosotros, para preguntarnos sobre la pieza, el público común ya no lo hace. Ha perdido la sensibilidad con respecto a los que estamos en la escena”.
Experimentación científica
La función también sirvió a la compañía para evaluar el desarrollo de este proyecto que busca generar una simbiosis entre el LSM y el lenguaje de la danza. “A través de Côdigo paralingûa buscamos acercarnos a la comunidad sorda, así como crear un nuevo concepto (dancístico) a partir de la lengua de señas mexicana y la danza contemporánea; la danza experimental y la danza que Ciudad Interior ha manejado desde hace bastantes años”, asegura Chávez.
Así mismo detalla que el proyecto se encuentra sustentado sobre una investigación desarrollada a partir de referentes teóricos y empíricos, que registra casi de manera religiosa en una bitácora después de cada ensayo, “porque si no se logran amalgamar los dos lenguajes, va a parecer algo como pegado, como una imitación de la lengua de señas y no va a lograr la profundidad que esperamos (…) Nuestro objetivo es generar un punto de encuentro entre ambas, sin que una se imponga a la otra”.
De acuerdo con el coreógrafo, esta es la primera vez que una compañía de danza genera una pieza con estas características, “si, me parece que Pina (Bausch) en alguna de sus piezas maneja algo sobre la lengua de señas, pero no hay en el mundo una compañía de danza que esté haciendo esto para sordos”.
Además afirma que su interés por la comunicación no verbal, y en específico, a través de las manos, tiene mucho tiempo. Comenzó con sus primeras indagaciones sobre el significado de la expresión manual en grandes coreógrafos como Martha Graham, José Limón y Merce Cunningham, “y dicen mucho. También se puede constatar y analizar desde la plástica, en cuadros como La última cena, donde lo que habla son las manos”.
Deseo por la danza
Recordando sus primeros acercamientos a la danza como break dancer y artista de las calles –donde fue sorprendido por la fundadora del Ballet Nacional de México, Guillermina Bravo–, Chávez asegura que pese al tiempo y las dificultades, permanece en él el deseo de mantenerse en este arte.
“Lo único que no se le puede enseñar a nadie es el deseo. Cuando me fui a Nueva York sólo era por tres meses y no sabía qué iba a pasar, pero tuve la fortuna de poderme quedar cinco años trabajando en lo que cayera. Es muy dura la vida de un bailarín cuando no tienes trabajo u oportunidades, porque nadie te cobija, tienes que trabajar. Y desde entonces sigo haciendo de todo para mantener viva a mi compañía”, asegura el artista, quien tras ganar el primer lugar del Certamen Internacional de Coreografía Burgos-Nueva York en 2008, con su pieza “Triángulo”, fundó “Ciudad Interior”, del que ahora es director, bailarín, coreógrafo y gestor cultural.
“Ciudad Interior nace de esa etapa de mi vida en Nueva York. Su nombre alude ciudad a las historias de cada persona que son como los grandes edificios (…) Habla de las emociones, de cómo cada quien vive cada día… esa es la otra ciudad, la de cada uno, la que nos habita… ”
Basta de violencia
Otra de las razones que motivaron al director de esta compañía a diseñar una coreografía centrada en este sector de la población –pocas veces contemplado y tomado en cuenta por los creativos y gestores culturales–, fue la necesidad de sumar a la oferta cultural un proyecto que dirigiera la mirada hacia situaciones y temas que conviven, y se anteponen, con la violencia en el país. “Me cansé de la violencia, creo que al ser humano le falta un respiro, y en general a México. Este proyecto representa una evolución en mí, pues durante ocho años los finales de mis piezas solían ser desoladores, como lo es el país ahora. Acepto que tengo un gusto por la tragedia y se me da muy fácil, pero asumí el reto y es donde vino el rompimiento personal para encontrarme con una manzana, para tratar de hablar un poco de la belleza”.