¿Qué es lo que distingue al héroe del villano? ¿Fue el nacimiento de los superhéroes una nueva lectura del añejísimo conflicto entre el bien y el mal?
Superman fue el primer superhéroe de las historietas norteamericanas. Llegado desde los confines del espacio exterior, después de que su planeta fue destruido y sus padres lograron salvarlo de la muerte, llegó como un recién nacido huérfano y fue adoptado por Jonathan y Martha Kent. Recibió el nombre de Clark. En Superman confluyen muchos ideales que habitaban desde hacía siglos el imaginario colectivo: una bondad infinita, un espíritu compasivo, una fuerza descomunal, la capacidad de volar y la muy innovadora habilidad de arrojar rayos láser desde sus preciosos ojazos azules. Cómo resistirse a ese hombrón en pleno ascenso del fascismo, cómo no buscar figuras ejemplares para acicatear los ánimos de los soldados, cómo no abandonarse a la creencia de que el bien siempre se abre paso a pesar de que el mal impere. Superman estaba sobrecargado de deslices ideológicos. No hay héroes sin ideología.
Poco tiempo después nació Batman, quien con los años fue cambiando radicalmente. De ser un Adam West que ostentaba una barriga laxa y bailaba Batusi encasquetado en un deshonroso traje ceñido, fue adquiriendo tintes oscuros y perturbadores. El asilo de Arkham, manicomio nombrado en honor a una ciudad ficticia creada por Lovecraft, apareció en 1974 y gradualmente se transformó en la casona tétrica que alberga a los dementes más peligrosos, capaces de cometer toda clase de atrocidades. La complejidad psíquica de Batman despuntó en ediciones especiales como The Killing Joke, novela gráfica de impresionante factura en la que se pone en tela de juicio la cordura del caballero de la noche. La locura ha sido un leit motiv en Batman desde finales del siglo XX, y esta insania mental ha posibilitado enfoques casi filosóficos en varias de las historias que él protagoniza.
Nace un antihéroe
Lo que no había pasado hasta este momento es que uno de los “villanos” icónicos de este cómic ocupara de manera tan drástica la pantalla, nunca habíamos presenciado la magnificación del universo interior de un antihéroe perteneciente a las historietas. Tampoco había ocurrido que una película de superhéroes (o supervillanos) ganara una de las contiendas más importantes del mundo del Cine de Arte. Joker, conocido en México como El Guasón, rompió por completo con toda clase de paradigmas y, en la piel de Joaquin Phoenix, cimbró cualquier idea preconcebida que pudiera tenerse sobre la filmografía vinculada a los cómics.
Sí, las redes sociales estallaron, supuestamente el FBI empezó a rastrear cualquier mención del villano, fuera de los cines yanquis la policía aguarda aún el levantamiento de jóvenes inspirados por el payaso malévolo. Algunos escupen sobre el guion, otros alaban la actuación de Phoenix, hay quienes no ven ningún trasfondo y existen los espectadores que han elaborado tesis filosóficas en relación a la historia de un hombre tiranizado por un sistema capitalista implacable.
Es innegable que la aparición de esta película es todo un fenómeno social y cultural, pero más allá de las reacciones masivas, creo que hay algo que no debe perderse de vista: El Guasón no puede existir sin Batman. Son dos caras de una misma moneda (para usar una metáfora que aluda a otro de los villanos de Arkham). La pregunta principal que creo que es urgente formular y que subyace en la película es: ¿qué es lo que hace que un hombre harto de la corrupción y las injusticias, elija el camino del bien o del mal? (Entiéndanse estos dos términos en su acepción ética más profunda, sin enfoques simplistas o morales). Porque eso es lo que separa al héroe del antihéroe: una decisión.
Podemos enojarnos con Batman porque es un niño rico y mimado (aunque fue despojado de sus padres por la brutalidad criminal), podemos decir que así es muy fácil, que formando parte del status quo cualquiera puede hacerse de armas sofisticadas y trajes negros con pectorales incluidos, que en realidad una vida de privilegios conduce a “mantener” el orden imperante, un orden podrido e inequitativo; pero me parece que, precisamente por el universo al que pertenece Bruce Wayne es mucho más difícil tomar la enloquecida decisión de hacer el bien.
Creo que la película Joker nos revela un punto de vista absolutamente genial: todos nos “sentimos” identificados con el personaje de Joaquín Phoenix, victimizados por el sistema, hostigados por el capitalismo, hartos de las injusticias, a punto de reventar, pero, ¿qué tal si en lugar de encontrarnos en la misma situación de este personaje, en verdad estamos del otro lado? Somos consumidores feroces, cambiamos de celular cada año (o cada seis meses), compramos ropa manufacturada por la esclavitud contemporánea, pagamos agua embotellada y permitimos la privatización progresiva de los derechos básicos, eludimos a los vagabundos, hacemos activismo de escritorio… Ese es el status quo. Somos villanos vestidos de héroes. Es más fácil creer, al ver la película, que nos parecemos al Guasón, pero en realidad las condiciones de un ciudadano de clase media se parecen más a las de una persona acomodada, de un Bruce Wayne sin mansión y sin convicciones. ¿No es igualmente peligroso un villano sin ideología, que un héroe que presume por tener una ideología pero prefiere no hacer nada?
Me parece terrible que a través de Superman se haya acicateado el fervor nacionalista, no creo que se deba adoctrinar a la gente de ninguna manera (aunque el género épico lo ha hecho desde hace siglos), por eso me parecen indispensables películas como Joker, que de ninguna manera incita a la gente a incendiar la ciudad o a dispararles a los ricos: nos hace replantearnos la fortaleza de nuestras ideas, nos hace preguntarnos cómo fue posible que permitiéramos que un fascista llegara a la Casa Blanca, nos orilla a cuestionarnos si nos interesa la vida de los otros o (como lo asevera el payaso) nos importa un carajo la justicia y sólo queremos consumar vendettas personales. La ética es, sin duda, un acto de voluntad.