/ jueves 20 de mayo de 2021

De mujeres, aquelarres y brujas

El libro de cabecera

De acuerdo con el diccionario de la Real Academia Española, el significado de la palabra bruja se refiere a “la persona a la que se le atribuyen poderes mágicos obtenidos por el diablo”. Aunque es escueta, lo que quiero subrayar de esta definición es la acción de atribuir, es decir, de aplicar de manera arbitraria a una mujer el hecho o cualidad de ser bruja.

La acción de esta acusación arbitraria era la punta de lanza de la Santa Inquisición que, con el pretexto de extinguir cualquier indicio de herejía, se encargó de asesinar a más de tres mil mujeres que habían sido condenadas a muerte acusadas de ser brujas. Estamos hablando tan sólo en el caso de España, en el periodo de 1478 a 1834.

En este contexto se narra Akelarre, la más reciente película de Pablo Agüero. Ganadora de cinco premios Goya, entre los que se cuentan mejor música original y diseño de producción, la historia nos lleva al País Vasco de 1609, en la región de altamar, a un pueblo marinero regido por mujeres, puesto que los hombres están navegando por la temporada de pesca. En ese bucólico lugar, un grupo de veinteañeras participan por primera vez en bailes nocturnos, rituales tradicionales que rinden tributo a la belleza, a la naturaleza, al mar, a la felicidad. No obstante, de la noche a la mañana, las mujeres ven peligrar sus vidas tras ser acusadas de brujería. ¿Por qué? Porque las vieron bailar y cantar en euskera en el bosque.

En una de las primeras secuencias es posible inferir el móvil inquisidor: una autoridad eclesiástica, un consejero que funge como apuntador y juez, el sacerdote local y un pequeño grupo miliciano para aplacar con fuerza a las brujas. Se infiere también que, por la bendita causa inquisidora, los pueblos se están quedando sin mujeres.

El relato se centra en Ana, interpretada por la actriz Amaia Aberasturi, una veinteañera que se muestra tan libre como inteligente. A la mañana siguiente del baile nocturno, los inquisidores arrestan una a una de las seis mujeres que participaron en el ritual. Aunque al inicio de los interrogatorios las mujeres ignoran de qué se les acusa (sospechan de manera ingenua que se trata por el robo de una cabra), no tardarán en enterarse de que se les imputa de ser brujas.

“No hay nada más peligroso que una mujer que baila”, dice Rostegui, el inquisidor principal interpretado por el actor Àlex Brendemühl, mientras interroga a Ana, quien con su sagacidad construye un relato, al estilo de Scheherezade en donde se atribuye el rol de bruja y que le permite ganar tiempo para tratar de salvar la vida, ante una condena de muerte segura.

Akelarre nos remite al historiador Jules Michelet y su estudio titulado La bruja. Un estudio de las supersticiones en la Edad Media (Akal, 2004): “La naturaleza las hace brujas… Es el genio propio de la mujer y de su temperamento. La mujer nace hada. Por el retorno regular de la exaltación, es sibila, es decir, una mujer sabia a quien los antiguos atribuyeron espíritu profético. Por el amor, la mujer nace maga. Por su finura, su malicia (con frecuencia fantástica y bienhechora) es bruja y echa suertes, o por lo menos engaña, adormece las enfermedades”.

¿Acaso la mujer nace bruja? La mujer nace libre. Mientras en Akelarre y en el estudio de Michelet el hombre caza y combate, la mujer se ingenia, imagina: engendra sueños y dioses. La mujer –dice Michelet– cierto día es vidente: tiene las infinitas alas del deseo y del ensueño. Para contar mejor el tiempo, observa el cielo. La mujer traba con las flores un conocimiento personal.

Aunque la mujer nace sibilina nos la hemos ingeniado para imponerle el apelativo de bruja y sus incontables y aberrantes variaciones. A principios de los años noventa, la escritora feminista Naomi Wolf afirmaba que junto al ala conservadora otra arma política se esgrimió contra las mujeres: El mito de la belleza, expresión que da título a su libro. Es decir, una vez que las mujeres se han liberado de la mística femenina de la domesticidad, del ser ama de casa, el mito de la belleza ocupó su lugar, y se ha expandido dramáticamente para llevar a cabo su labor de control social. Para Wolf, detrás de los asuntos triviales relacionados con el aspecto físico, el cuerpo, la cara, el pelo y la ropa, hay algo oculto que dota a dichos asuntos de una gran importancia. Detrás del mito de la belleza está la imagen del territorio conquistado por los hombres. Por eso, es significativo que el inquisidor Rostegui reconozca a la belleza de Ana como el arma que ocupa Satanás para enloquecer a los hombres, lo que nos presenta una de las principales contradicciones que han prevalecido hasta el presente siglo, pues mientras que nuestro sistema patriarcal ha reaccionado en contra de la libertad sexual de las mujeres, negando su placer y deseo, al mismo tiempo se ha encargado de imponer cánones estéticos al margen del riesgo que éstos tienen para la salud.

Asimismo, nuestro sistema patriarcal se ha encargado de decidir sobre la maternidad sin tomar en cuenta la opinión de las mujeres: mientras que por un lado se impone la edad para embarazarse y el número idóneo de hijos a engendrar, por el otro las autoridades religiosas y políticas han impuesto leyes de control de natalidad, han prohibido los métodos anticonceptivos, regulado y satanizado el derecho al aborto y se han apropiado de los hijos de las mujeres al negar el rol y la autoridad de la madre. Más que nacer bruja, al parecer la mujer nace maldita, según el país en donde nazca. Por ejemplo, si nace en México, en donde ya hasta mapeamos las zonas de recurrencia de feminicidios, se enfrentará al estigma de que 3000 infancias han quedado en orfandad a causa del feminicidio; que el 60% de las mujeres en México eran madres; y que las madres en los colectivos que buscan a sus hijos desaparecidos se cuentan por cientos. En los últimos tres años, el colectivo de madres de desaparecidos llamado “Las Rastreadoras de Culiacán” han hallado más de 150 restos humanos en Sinaloa.

Más que una recomendación, Akelarre es un ejercicio de reflexión que nos puede ser útil para que, de una vez por todas, rompamos con los atavismos medievales que siguen condenando a las mujeres a ser brujas, a costa de los designios de nuestro aberrante machismo disfrazado de inquisición.

@doctorsimulacro

De acuerdo con el diccionario de la Real Academia Española, el significado de la palabra bruja se refiere a “la persona a la que se le atribuyen poderes mágicos obtenidos por el diablo”. Aunque es escueta, lo que quiero subrayar de esta definición es la acción de atribuir, es decir, de aplicar de manera arbitraria a una mujer el hecho o cualidad de ser bruja.

La acción de esta acusación arbitraria era la punta de lanza de la Santa Inquisición que, con el pretexto de extinguir cualquier indicio de herejía, se encargó de asesinar a más de tres mil mujeres que habían sido condenadas a muerte acusadas de ser brujas. Estamos hablando tan sólo en el caso de España, en el periodo de 1478 a 1834.

En este contexto se narra Akelarre, la más reciente película de Pablo Agüero. Ganadora de cinco premios Goya, entre los que se cuentan mejor música original y diseño de producción, la historia nos lleva al País Vasco de 1609, en la región de altamar, a un pueblo marinero regido por mujeres, puesto que los hombres están navegando por la temporada de pesca. En ese bucólico lugar, un grupo de veinteañeras participan por primera vez en bailes nocturnos, rituales tradicionales que rinden tributo a la belleza, a la naturaleza, al mar, a la felicidad. No obstante, de la noche a la mañana, las mujeres ven peligrar sus vidas tras ser acusadas de brujería. ¿Por qué? Porque las vieron bailar y cantar en euskera en el bosque.

En una de las primeras secuencias es posible inferir el móvil inquisidor: una autoridad eclesiástica, un consejero que funge como apuntador y juez, el sacerdote local y un pequeño grupo miliciano para aplacar con fuerza a las brujas. Se infiere también que, por la bendita causa inquisidora, los pueblos se están quedando sin mujeres.

El relato se centra en Ana, interpretada por la actriz Amaia Aberasturi, una veinteañera que se muestra tan libre como inteligente. A la mañana siguiente del baile nocturno, los inquisidores arrestan una a una de las seis mujeres que participaron en el ritual. Aunque al inicio de los interrogatorios las mujeres ignoran de qué se les acusa (sospechan de manera ingenua que se trata por el robo de una cabra), no tardarán en enterarse de que se les imputa de ser brujas.

“No hay nada más peligroso que una mujer que baila”, dice Rostegui, el inquisidor principal interpretado por el actor Àlex Brendemühl, mientras interroga a Ana, quien con su sagacidad construye un relato, al estilo de Scheherezade en donde se atribuye el rol de bruja y que le permite ganar tiempo para tratar de salvar la vida, ante una condena de muerte segura.

Akelarre nos remite al historiador Jules Michelet y su estudio titulado La bruja. Un estudio de las supersticiones en la Edad Media (Akal, 2004): “La naturaleza las hace brujas… Es el genio propio de la mujer y de su temperamento. La mujer nace hada. Por el retorno regular de la exaltación, es sibila, es decir, una mujer sabia a quien los antiguos atribuyeron espíritu profético. Por el amor, la mujer nace maga. Por su finura, su malicia (con frecuencia fantástica y bienhechora) es bruja y echa suertes, o por lo menos engaña, adormece las enfermedades”.

¿Acaso la mujer nace bruja? La mujer nace libre. Mientras en Akelarre y en el estudio de Michelet el hombre caza y combate, la mujer se ingenia, imagina: engendra sueños y dioses. La mujer –dice Michelet– cierto día es vidente: tiene las infinitas alas del deseo y del ensueño. Para contar mejor el tiempo, observa el cielo. La mujer traba con las flores un conocimiento personal.

Aunque la mujer nace sibilina nos la hemos ingeniado para imponerle el apelativo de bruja y sus incontables y aberrantes variaciones. A principios de los años noventa, la escritora feminista Naomi Wolf afirmaba que junto al ala conservadora otra arma política se esgrimió contra las mujeres: El mito de la belleza, expresión que da título a su libro. Es decir, una vez que las mujeres se han liberado de la mística femenina de la domesticidad, del ser ama de casa, el mito de la belleza ocupó su lugar, y se ha expandido dramáticamente para llevar a cabo su labor de control social. Para Wolf, detrás de los asuntos triviales relacionados con el aspecto físico, el cuerpo, la cara, el pelo y la ropa, hay algo oculto que dota a dichos asuntos de una gran importancia. Detrás del mito de la belleza está la imagen del territorio conquistado por los hombres. Por eso, es significativo que el inquisidor Rostegui reconozca a la belleza de Ana como el arma que ocupa Satanás para enloquecer a los hombres, lo que nos presenta una de las principales contradicciones que han prevalecido hasta el presente siglo, pues mientras que nuestro sistema patriarcal ha reaccionado en contra de la libertad sexual de las mujeres, negando su placer y deseo, al mismo tiempo se ha encargado de imponer cánones estéticos al margen del riesgo que éstos tienen para la salud.

Asimismo, nuestro sistema patriarcal se ha encargado de decidir sobre la maternidad sin tomar en cuenta la opinión de las mujeres: mientras que por un lado se impone la edad para embarazarse y el número idóneo de hijos a engendrar, por el otro las autoridades religiosas y políticas han impuesto leyes de control de natalidad, han prohibido los métodos anticonceptivos, regulado y satanizado el derecho al aborto y se han apropiado de los hijos de las mujeres al negar el rol y la autoridad de la madre. Más que nacer bruja, al parecer la mujer nace maldita, según el país en donde nazca. Por ejemplo, si nace en México, en donde ya hasta mapeamos las zonas de recurrencia de feminicidios, se enfrentará al estigma de que 3000 infancias han quedado en orfandad a causa del feminicidio; que el 60% de las mujeres en México eran madres; y que las madres en los colectivos que buscan a sus hijos desaparecidos se cuentan por cientos. En los últimos tres años, el colectivo de madres de desaparecidos llamado “Las Rastreadoras de Culiacán” han hallado más de 150 restos humanos en Sinaloa.

Más que una recomendación, Akelarre es un ejercicio de reflexión que nos puede ser útil para que, de una vez por todas, rompamos con los atavismos medievales que siguen condenando a las mujeres a ser brujas, a costa de los designios de nuestro aberrante machismo disfrazado de inquisición.

@doctorsimulacro

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