Escribo porque vivo
Alfonso Reyes
No creo en el arte por el arte, no creo en escribir nada más por el placer que se tiene al realizarlo. Es muy satisfactorio arrastrar la pluma por el papel, corregir, publicar, pero no es suficiente. A mi entender, todo arte, y la escritura va en ello, debe aportar a la armonía del mundo. No se escribe sólo por escribir. El chiste está en hacerlo con la fineza y calidad suficiente, para que no sea sólo un vil panfleto.
Si revisamos las principales obras literarias de cualquier cultura en el mundo, encontraremos que ninguna existe nada más por ser un texto en sí y para sí. Son importantes porque tienen relación con toda la complejidad de los seres humanos, sus intereses, sus pasiones, sus ilusiones, sus logros, sus fracasos. Nos permiten ver la vida no sólo en blanco y negro, sino en toda la gama de grises que los hechos plantean. El mérito del artista está en poder capturarlos y presentarlos otra vez al mundo de una manera organizada, recortada, elegida, sin todo el caos en que están envueltos en la vida cotidiana, en donde pareciera que no hay orden ni concierto. El arte reordena, enfatiza, subraya con toda intención, y podemos llamarlo como queramos, pero lo que se encuentra en todos los grandes creadores es un aliento para que la vida humana sea mejor, menos siniestra, menos tortuosa, menos malvada, y siempre iluminada por un rayo de luz y de esperanza, por una ventana siempre abierta por donde se cuele la luz y el aire fresco. Piensen en cualquier gran obra de la cultura humana, y encontrarán esto en el fondo.
Claro, esto conlleva riesgos, todo artista y creador lo sabe, pero apuestan por la vida, por el bien a pesar de todas las contradicciones existentes. Los riesgos son desde fracasar hasta ver amenazadas o perdidas sus vidas. Sin embargo, se la juegan porque están unidos al gran destino, a la apuesta por el valor y el milagro de la vida en la Tierra.
¿Y de qué va a escribir un escritor? ¿Acaso nada más de cuestiones sublimes, divinas? ¿No sería demasiado aburrido? El escritor puede escribir de lo que quiera, de cualquier tema que habite el alma humana, la diferencia la marcará el aliento que coloque en su obra. Trabaja siempre en la búsqueda permanente del desarrollo espiritual del ser humano, reivindicando los más importantes valores que construyen vida, solidaridad, amor. Claro que para llegar a estos, se requiere atravesar por los rincones más siniestros que viven en las zonas oscuras del ser humano. La narración de toda esta gama de eventos no dará lugar jamás al aburrimiento, el paseo por estas zonas será equivalente al que con tanto tino dibujó Dante en La Divina Comedia, desde el infierno hasta el cielo, pasando por el purgatorio.
Es en las zonas oscuras, tenebrosas, en donde se pueden encontrar más verdades, más tesoros, por eso el artista indaga tanto en ellas. Las joyas que encuentra respecto a las complejidades del ser humano, son las que iluminan el camino de la vida. Son esas zonas de oscuridad las que nos iluminan, no para regodearnos en ellas, sino para hacerlas conscientes y superarlas. Es la labor del arte y del artista, pero no puede darse a partir de estereotipos o panfletos, y finalmente es decisión del que se relaciona con el arte decidir qué hace con el mensaje recibido.
Lo que puede proporcionar el arte es un punto de reflexión a partir de las obras, de las ideas, de los hechos planteados. El arte no puede solucionar los problemas del mundo, pero puede ser un manantial de nuevas propuestas para enfrentar los dilemas propios del vivir. El arte, la escritura en este caso, puede narrar experiencias que sirvan de apoyo para enfrentar problemas cotidianos y mayores. Las tragedias que cuenta la literatura no se plantean para reivindicar el sufrimiento, sino para superarlo, pero no puede dar recetas, no es su papel. Puede plantear casos y circunstancias, de los cuales cada quien extrae las enseñanzas que estime convenientes, porque ¿qué es la literatura sino la narrativa de la vida misma en toda su dimensión y complejidad? Cada género literario aborda la vida desde diferentes estilos y posibilidades, de cada uno pueden sacarse enseñanzas mayúsculas.
Por ejemplo, el escritor Georges Bataille ha abordado este tema desde la perspectiva que a él le interesa: la muerte, el erotismo, la maldad. En su libro La literatura y el mal, Bataille revisa la obra de Emily Brontë, Charles Baudelaire, Jules Michelet, William Blake, el Marqués de Sade, Marcel Proust, Franz Kafka y Jean Genet a partir de la perspectiva del bien y el mal. En este libro, Georges Bataille establece que la literatura es una forma de indagación sobre la vida, que no evade ningún tema por escabroso y maligno que sea. Aunque en este libro de Bataille no hay intención de encontrarse con la luz ni con el bien. En nuestro caso, sí hay una intención clara y definitiva por este afán.
Un camino muy largo para que, ojalá, cada uno lograra descubrir su propósito en la vida, su misión. Para que cada quien, acompañado de los caminos del arte, pueda sacudir su modorra, sus apegos, su zona de confort, sus defectos, su aislamiento, y así, logre encontrar los anhelos que mueven las mejores causas de los humanos: la solidaridad, la libertad, el amor. Para llegar a ello, si se llega, hay que recorrer un largo camino y pasar por muchas zonas pantanosas, oscuras, o definitivamente peligrosas. Y un buen libro bajo el brazo es un gran acompañante, amigo y consejero. Viene a ser como tu Virgilio, tu guía, tu faro de luz. Para eso se escribe, para acompañar, para revelar, para compartir hallazgos valiosos, por amor a los demás y para ser amado.
Ir del brazo por la vida acompañado de los mejores escritores y escritoras es una fortuna, es –diría Borges– levar un Aleph que te cobije y te dé senda. Es entonces cuando el rudo trabajo de escribir vale la pena, cuando la ardua labor se ve colmada, cuando la dialéctica sintetiza una vez más lista para el siguiente reto. Lector, escritor, y hallazgo compartido. Es un ganar-ganar en donde ambos salen enriquecidos, fortalecidos.
Acompañamiento
La vida da muchas vueltas, vueltas y vueltas. Lo que hoy está arriba, mañana estará abajo; y lo que hoy está abajo, mañana estará arriba. De eso nos hablan los que escriben. Esas maromas a veces son sorprendentes, increíbles, y ahí está el ojo observador para contarlo. Sin ese relato, no habría cultura, no habría arte, no habría vida humana como la conocemos. No hay vida y cultura sin lenguaje, para eso se escribe, para que haya ambas y cada generación por venir se nutra de ello. Así se construyen las sociedades. Y el escritor muchas veces lucha contra todo porque está consciente de la relevancia de su labor y la realiza contra el tiempo, contra el dinero, contra las persecuciones, contra la censura y contra lo que sea. Su trabajo posee una fuerza inherente a la vida misma, y por lo tanto no es posible acallarla o detenerla. Es un juego de abalorios, parafraseando a Hermann Hesse.
Y díganme si no, hoy, cuando más abandonada está por el gobierno el arte y la ciencia, es cuando más urge promoverlas. Ahora es cuando encima de la voluntad política que sea, y encima del descuido y demagogia de quien sea hay que hacer arte, ciencia, filosofía, cultura. Aunque nadie nos pelará (que eso no sucederá), aunque no tengamos becas (que hacen falta), e incluso, aunque no nos paguen (sapo que uno se tiene que tragar con tal de publicar). Encima de lo que sea hay que acercarse a la ciencia, la filosofía y el arte, como consumidores y como creadores. ¿De qué escribir? Hay que escribir, narrar, contar lo que sucede en este mundo donde hay canallas, mediocres, y seres luminosos. Será un registro que vaya de lo anecdótico a lo antropológico, de lo cotidiano a lo histórico, de lo inconsciente a lo consciente, de lo que es ahora a lo que cambiará para siempre y ya no será mañana. En cualquier estilo, periodístico o literario, pero hay que contar lo que está pasando, que siempre será alimento para el presente y para los que vienen para que, ojalá, quieran y puedan limpiar tanta basura.
Las letras son el grabado a fuego de lo ido, de lo presente y de lo porvenir, sin ellas no habría civilización ni cultura, ni ciencia ni arte, ni memoria ni olvido. Escribo para que todo esto exista y sea. Como un moderno Adán frente a las bestias, poniendo nombre a todo, porque sin nombres, nada es.