En una buena película todo es alimento para nuestra mente, nuestras ideas, percepciones, todo lo que ahí vemos se convierte en nutrición espiritual, nos permite viajar interiormente, desarrollar la imaginación, alimentar los sueños, fundamentar la práctica concreta, y nos da motivación para crear y así poder llevar a cabo tareas novedosas. A parte del placer, satisfacción, el gusto, la alegría, la relajación que nos proporciona ver una buena película, hay algo sutil que queda en nosotros, algo que está relacionado con la magia de los sueños, el inconsciente colectivo, los genes, las constelaciones, lo inasible, lo inaprensible, lo divino. Quizá ese sea el mejor aporte de una buena cinta, esa especie como de prana espiritual, como de cuerpo energético, que viene desde lo exterior, y nutre el interior de cada quien proporcionando esa satisfacción imborrable que queda para mucho tiempo, años, incluso para toda la vida. Por eso conviene siempre ver una buena cinta ya que se va a convertir en un alimento maravilloso para el cuerpo, el alma y el espíritu.
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Si ya la exposición a un juicio cualquiera es de dudar y requiere ser cuestionado, habría que proceder así o con mucho más fuerza ante los prejuicios. Estos, por lo general, son tontos, equivocados, enceguecen, limitan, alejan, aíslan, atontan, sólo alimentan el ego y la vanidad, y si todo eso no fuera cierto cuando menos te encierran en tus propios y pequeños pensamientos y puedes perderte en verdad de grandes cosas. Hay que combatir los prejuicios de manera frontal, cualquier prejuicio que descubramos en nosotros debemos enfrentarlo, cuestionarlo, criticarlo, para superarlo, porque si no se vuelven una verdadera cárcel mental y nutren lo peor de cada quien. Los prejuicios están muy ligados al narcisismo, al ego: si no lo digo yo, no vale; si no lo descubro yo, no existe; si no lo valoro yo, no es válido.
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Un buen ejemplo de humildad, autocrítica y sincero reconocimiento de las capacidades ajenas nos lo da Miguel Cervantes de Saavedra, según lo apunta Martín de Riquer en su ensayo Cervantes y el Quijote, que viene publicado en la edición conmemorativa del IV Centenario del Don Quijote de la Mancha, editado por la Real Academia Española en donde escribe: “Estos intentos de teatro de empaque, que hubieran podido conducir a una tragedia similar a la neoclásica francesa, se derrumbaron ante el ímpetu de Lope de Vega, que introdujo en la escena española una nueva fórmula que fue de general agrado y que se aceptó sin reservas. El mismo Cervantes da fe de este hecho al escribir, no sin incierta melancolía: “ Dejé la pluma y las comedias, y entró luego el monstruo de naturaleza, el gran Lope de Vega, y alzose con la monarquía cómica”. Es todo un ejemplo no sólo para el que quiere escribir, sino para el que practica cualquier oficio. Gran mérito tiene reconocer que otro trabajo es de mejor calidad que otro elaborado por uno mismo. Es duro, pero es lo mejor, es más sano, incluso fortalece a quien toma esta actitud, porque lo ubica en el plano exacto, en la medida correcta, y no en la ilusión de creerse lo que no se es. Mis respetos para Miguel Cervantes de Saavedra, hay que seguir su ejemplo.
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Sólo dialogo con algunos de los libros que leo, no soy crítico literario, no tengo la formación, no sé de teoría, respeto mucho al crítico, pero no tengo interés en ser uno de ellos, solamente dialogo con algunos libros, tomo notas de temas y opino lo que pienso, las experiencias que tengo, a dónde me llevan, qué ideas me evocan, y qué herramientas me dan para la vida misma. Lo que después escribo son textos de una gran subjetividad, pero no por ello superficiales, abren caminos en mi mente, en mi experiencia literaria, y marcan rutas para mi propio trabajo, me enriquecen, y además me permiten promover la cultura y el arte por medio de los diferentes temas que publico. De esos diálogos con los libros tomo nota y voy armando textos que tienen un fin divulgativo, motivacional, pero sobre todo representan grandes experiencias, dado que los autores son para mí grandes maestros en los que me apoyo para seguir su ejemplo personal y/o profesional.
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Dice Sergio Ramírez en su ensayo de La manzana de oro que aparece en la Edición del aniversario número L, de La ciudad más transparente, de Carlos Fuentes, publicada por la Real Academia Española: “ Pero, de otro lado, una manera de desaparecer a los campesinos, y al mismo tiempo al indio, era falsificándolos como personajes, que es lo que la literatura costumbrista, hija bastante espuria del realismo de costumbres, siguió haciendo hasta la aparición de Pedro Páramo”. Y agrego, gran mérito el del escritor Juan Rulfo, su aporte técnico y estético es enorme. Y también hay que señalar que ese cambio en el abordaje temático, se da porque la literatura, sin caer en un reduccionismo marxista, es una expresión de clase en el sentido de que refleja claramente la visión del mundo y los intereses de un determinado grupo social. Es decir, la literatura no es neutra ni se teje en el vacío idílico, la literatura, sea el tema que trate, expresa contextos históricos, intereses muy concretos y visiones del mundo especificas de cada uno de sus autores.