/ sábado 31 de marzo de 2018

Desazón

Hay un punto en el que muy probablemente queremos tirar la toalla en la actividad a la que por muchos años nos hemos dedicado y queremos decir: basta, se acabó. En tal caso, los factores pueden ser variados: desgaste físico, intelectual o emocional por la actividad que desarrollamos; problemas personales o de grupo que vemos lejos de resolver; inquietudes por explorar, algo más allá de lo que hemos estado haciendo; demandas que no estamos dispuestos a responder porque no lo deseamos; falta de sentido, entre otras.

Por supuesto, existe una mayor tendencia a que esto suceda en casos en los que la actividad que cada uno desempeña haya sido desde un inicio indeseable, como esa carrera que los padres siempre quisieron que estudiáramos o la herencia del oficio al que la familia se ha dedicado durante décadas o ese temor en el que descubrimos que no sabemos hacer algo más.

Pero ¿qué pasa cuando alguien a quien no se le obligó a estar donde está decide que fue suficiente, que ya le bastó y que no quiere seguir ahí? ¿Se toma eso como una traición a los principios que estableció para hacer hasta lo imposible por tener el lugar que tanto anhelaba? ¿Qué hay con la ambición? ¿simplemente se acaba?

Platicaba recientemente con una persona cuya compañía teatral se había formado en las tablas, entiéndase esto como alguien cuya formación se dio fuera de cualquier institución educativa. Tal persona hablaba del maestro que lo inició en el teatro y quien a sus alumnos les pedía que, por favor, fueran algo más en la vida, algo más que gente de teatro y por supuesto ellos (su grupo) hicieron caso a su gurú.

A mí, desde luego me pareció aberrante la lección del maestro aquél. Denosté la observación que les había hecho, ¿cómo es posible que alguien que da un taller de teatro les diga eso a sus alumnos? si a mí, que doy clases, nada me llenaría más de orgullo que saber que uno de los niños con los que estuve trabajando desde la primaria, el día de mañana quisiera estudiar la licenciatura en teatro; es imposible –pensé-.

Enseguida de esta reflexión, entré a una entrevista para hablar de nuestro reciente estreno. Al salir, me cuestioné si aquel maestro no tendría al menos algo de razón y retomé mi propio ejemplo. Si ese niño que al final había decidido estudiar actuación -al cual nunca me había cansado de decirle que era bueno, que tenía posibilidades- se topa con una realidad que no es la más favorable y me entero que decide dejar el teatro porque no le da para vivir, en todos los sentidos, ¿qué puedo hacer? ¿le habré deshecho buena parte de su vida? Porque muy fácil es lavarse las manos y decir: -Yo le advertí que es muy difícil vivir del teatro, mucho le hablé de los conflictos con los que se enfrenta uno para salir adelante- etc… Eso no basta, quizá habría sido entonces más honesto haberle dicho, como aquel maestro, que estudiara otra cosa y luego se dedicara al teatro.

Pero realmente ¿existe alguna fórmula para que a cualquier profesionista le vaya bien en cualquiera de las áreas que tiene para desempeñarse? No sé si pocos o muchos, pero hay casos en los que ingenieros, dentistas o filósofos manejan un vehículo en Uber o tienen negocios propios que quizá nada tengan que ver con su profesión. ¿Por qué no desmitificar la labor no sólo de quienes dedicamos la vida al arte? ¿no se sufre igual que en todas las profesiones? Y si la respuesta es que en efecto, se sufre, ¿por qué no pensar entonces en alguien que ni siquiera pudo aspirar a tener estudios? En aquellas personas que se dedican a la artesanía y que se les paga a un muy bajo precio, o en las manos de quien se encarga de cultivar los alimentos que compramos en el mercado o en el súper y, por supuesto, que no sirva de ungüento el pensamiento aquel de que siempre habrá alguien más arriba o abajo que tú.

Como ejemplo, Guillermo del Toro que no hace mucho dio una master class en un teatro de Guadalajara. En ella, del Toro hablaba de tener coraje, coraje de saber que uno puede salir adelante porque hubo alguien que dijo que no podrías, coraje porque hubo quien pensó que tus ideas eran basura y que no ibas lograrlo; y sí, ésta es una carrera que sirve para callar bocas, porque no cualquiera está dispuesto a darlo todo para, simplemente, ser escuchado. Decía también: “no podemos esperar a que el gobierno nos rescate siempre, porque va a llegar primero Kalimán… la oportunidad hay que hacerla”.

Desde luego hay que exigir lo que corresponde, no quitarles la responsabilidad a las autoridades, pero si esto se vuelve la única forma, seguiremos hundidos en la misma desazón de siempre. ¿Cómo? Como todos los demás: con trabajo, estudio y más estudio, con el mismo rigor de cualquier atleta olímpico y más; es el esfuerzo lo que puede marcar la diferencia y lo que muchos llaman éxito.

Porque no es exclusivo del arte sufrir por no tener para la renta, hay quienes viven muy bien y es por el tesón que han tenido para llevar lejos sus ideas, para trascender y hacer algo más que esperar. Ojalá ocupáramos más nuestro ingenio para resolver que para destruir, entonces, sólo entonces, las cosas cambien.

Id descalzos, una obra más de atabal, es ya la décima puesta en escena en la que colaboro con la compañía, una más en la que nos demostramos que es posible llegar lejos haciendo lo que amamos, viviendo de ello para alimentar eso que somos y lo único que puedo decir, es que no ha sido fácil. ¿Tirar la toalla? Todavía hay mucho qué hacer.

“Este artículo se realizó con apoyo del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes a través del Programa México en Escena 2018”.

Hay un punto en el que muy probablemente queremos tirar la toalla en la actividad a la que por muchos años nos hemos dedicado y queremos decir: basta, se acabó. En tal caso, los factores pueden ser variados: desgaste físico, intelectual o emocional por la actividad que desarrollamos; problemas personales o de grupo que vemos lejos de resolver; inquietudes por explorar, algo más allá de lo que hemos estado haciendo; demandas que no estamos dispuestos a responder porque no lo deseamos; falta de sentido, entre otras.

Por supuesto, existe una mayor tendencia a que esto suceda en casos en los que la actividad que cada uno desempeña haya sido desde un inicio indeseable, como esa carrera que los padres siempre quisieron que estudiáramos o la herencia del oficio al que la familia se ha dedicado durante décadas o ese temor en el que descubrimos que no sabemos hacer algo más.

Pero ¿qué pasa cuando alguien a quien no se le obligó a estar donde está decide que fue suficiente, que ya le bastó y que no quiere seguir ahí? ¿Se toma eso como una traición a los principios que estableció para hacer hasta lo imposible por tener el lugar que tanto anhelaba? ¿Qué hay con la ambición? ¿simplemente se acaba?

Platicaba recientemente con una persona cuya compañía teatral se había formado en las tablas, entiéndase esto como alguien cuya formación se dio fuera de cualquier institución educativa. Tal persona hablaba del maestro que lo inició en el teatro y quien a sus alumnos les pedía que, por favor, fueran algo más en la vida, algo más que gente de teatro y por supuesto ellos (su grupo) hicieron caso a su gurú.

A mí, desde luego me pareció aberrante la lección del maestro aquél. Denosté la observación que les había hecho, ¿cómo es posible que alguien que da un taller de teatro les diga eso a sus alumnos? si a mí, que doy clases, nada me llenaría más de orgullo que saber que uno de los niños con los que estuve trabajando desde la primaria, el día de mañana quisiera estudiar la licenciatura en teatro; es imposible –pensé-.

Enseguida de esta reflexión, entré a una entrevista para hablar de nuestro reciente estreno. Al salir, me cuestioné si aquel maestro no tendría al menos algo de razón y retomé mi propio ejemplo. Si ese niño que al final había decidido estudiar actuación -al cual nunca me había cansado de decirle que era bueno, que tenía posibilidades- se topa con una realidad que no es la más favorable y me entero que decide dejar el teatro porque no le da para vivir, en todos los sentidos, ¿qué puedo hacer? ¿le habré deshecho buena parte de su vida? Porque muy fácil es lavarse las manos y decir: -Yo le advertí que es muy difícil vivir del teatro, mucho le hablé de los conflictos con los que se enfrenta uno para salir adelante- etc… Eso no basta, quizá habría sido entonces más honesto haberle dicho, como aquel maestro, que estudiara otra cosa y luego se dedicara al teatro.

Pero realmente ¿existe alguna fórmula para que a cualquier profesionista le vaya bien en cualquiera de las áreas que tiene para desempeñarse? No sé si pocos o muchos, pero hay casos en los que ingenieros, dentistas o filósofos manejan un vehículo en Uber o tienen negocios propios que quizá nada tengan que ver con su profesión. ¿Por qué no desmitificar la labor no sólo de quienes dedicamos la vida al arte? ¿no se sufre igual que en todas las profesiones? Y si la respuesta es que en efecto, se sufre, ¿por qué no pensar entonces en alguien que ni siquiera pudo aspirar a tener estudios? En aquellas personas que se dedican a la artesanía y que se les paga a un muy bajo precio, o en las manos de quien se encarga de cultivar los alimentos que compramos en el mercado o en el súper y, por supuesto, que no sirva de ungüento el pensamiento aquel de que siempre habrá alguien más arriba o abajo que tú.

Como ejemplo, Guillermo del Toro que no hace mucho dio una master class en un teatro de Guadalajara. En ella, del Toro hablaba de tener coraje, coraje de saber que uno puede salir adelante porque hubo alguien que dijo que no podrías, coraje porque hubo quien pensó que tus ideas eran basura y que no ibas lograrlo; y sí, ésta es una carrera que sirve para callar bocas, porque no cualquiera está dispuesto a darlo todo para, simplemente, ser escuchado. Decía también: “no podemos esperar a que el gobierno nos rescate siempre, porque va a llegar primero Kalimán… la oportunidad hay que hacerla”.

Desde luego hay que exigir lo que corresponde, no quitarles la responsabilidad a las autoridades, pero si esto se vuelve la única forma, seguiremos hundidos en la misma desazón de siempre. ¿Cómo? Como todos los demás: con trabajo, estudio y más estudio, con el mismo rigor de cualquier atleta olímpico y más; es el esfuerzo lo que puede marcar la diferencia y lo que muchos llaman éxito.

Porque no es exclusivo del arte sufrir por no tener para la renta, hay quienes viven muy bien y es por el tesón que han tenido para llevar lejos sus ideas, para trascender y hacer algo más que esperar. Ojalá ocupáramos más nuestro ingenio para resolver que para destruir, entonces, sólo entonces, las cosas cambien.

Id descalzos, una obra más de atabal, es ya la décima puesta en escena en la que colaboro con la compañía, una más en la que nos demostramos que es posible llegar lejos haciendo lo que amamos, viviendo de ello para alimentar eso que somos y lo único que puedo decir, es que no ha sido fácil. ¿Tirar la toalla? Todavía hay mucho qué hacer.

“Este artículo se realizó con apoyo del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes a través del Programa México en Escena 2018”.

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