Antonio Trujillo Susunaga es un biólogo mexicano enamorado de las tortugas marinas. Cuando tenía siete años vio como una de ellas salía del mar para enterrar sus huevos bajo la arena y desde entonces, su fascinación por estas especies no ha dejado de crecer.
Aunque mucho tiempo se abocó a la investigación científica, un buen día decidió dejar atrás el laboratorio para dedicarse de lleno a la preservación y protección de las tortugas.
“La mayoría de las personas no sabe que están en peligro de extinción, tampoco que es un delito consumir su carne, huevos o cualquier subproducto que provenga de ellas (…) Todas están en peligro. Tan solo la cantidad de tortugas que tenemos hoy en día es solo el 15% de las que habían en los años 70”, lamenta el activista.
Mientras Antonio describe este terrible panorama, su hijo Laud de 3 años escucha atento. Desde que nació ha oído a su padre hablar de estos temas, por lo que con naturalidad el pequeño lo interrumpe entre frases, con preguntas y reflexiones que se conectan perfectamente con el diálogo. Él forma parte de las nueva generación de tortugueros.
“De hecho, Laud es el nombre de una especie de tortugas”, dice Antonio con una sonrisa, mientras el pequeño señala con sus deditos el estampado de su jersey: una constelación de tortuguitas nadando por su dorso, barriga, brazos y espalda.
La indumentaria de ambos, y cada elemento de su casa, guarda estrecha relación con estos reptiles y con el activismo que, más que trabajo, forma parte de la cotidianidad de su familia.
“Tortuguita” activista
Hace 13 años Antonio fundó en Querétaro “Ayotzintli”, una asociación abocada a la preservación y protección de las tortugas Marinas, cuyo nombre en náhuatl quiere decir “tortuguita”.
“Una asociación de tortugueros en un estado sin costa ¿es en serio? ¿dónde están las tortugas en Querétaro?”, muchos han expresado al saber la naturaleza de esta organización; sin embargo, Antonio explica que el trabajo que se hace en la entidad es muy importante, no solo porque un gran número de sus habitantes hace turismo de playa y sus malas prácticas afectan a estas especies y sus ecosistemas, sino también porque poca gente sabe que es ilegal comprar tortugas o consumir cualquier subproducto que provenga de estas especies.
Así que parte fundamental de su trabajo en el estado, gira en torno a la educación ambiental; un aspecto que las instituciones abocadas a la investigación o protección del medio ambiente dejan hasta el final, cuando para el activista es fundamental informar a la población y hacerla partícipe del proceso de cuidado y preservación.
“México es el país más importante del mundo en cuanto a tortugas marinas refiere, tan solo el 90% de sus costas es zona de anidación. De las siete especies de tortugas marinas que existen en el mundo solo una no anida en México (la tortuga plana de Australia) y tenemos una tortuga endémica que anida en Tamaulipas y Veracruz, que es la tortuga Lora; eso nos sitúa en un lugar privilegiado pero a la vez nos responsabiliza mucho porque tenemos la obligación de protegerlas”, asevera.
Como estrategia, Antonio ha impulsado campañas de información y campamentos tortugueros en diferentes costas, donde se dedican a limpiar playa, liberar tortugas y trabajar hombro con homrbro con la gente que habita esos lugares.
No obstante, los recursos nunca han sido suficientes, y para sufragar estas estrategias han impulsado diferentes proyectos que permiten recabar fondos tanto para mantener la operatividad de la organización, como para apoyar el patrullaje de playas, sensibilizar a la misma población de las costas (donde suele haber consumo de carne de tortuga) y hacer frente al robo de huevos.
“El saqueo de nidos es algo que no se ha podido eliminar y creo que no se va a lograr nunca del todo; básicamente es una larga carrera de `haber quien encuentra los nidos primero´. Se patrulla durante toda la noche y si se encuentra a una tortuga anidando se recolectan sus huevos y se llevan a un corral de incubación. Este corral es un lugar de la playa cercado y protegido, donde se vuelven a enterrar en la arena y se espera 45 o 60 días, dependiendo la especie, hasta que nacen y se les ayuda a llegar al mar”, detalla.
Con la pandemia, su labor se ha hecho más difícil, sobre todo porque sus proyectos de ecoturismo – que abonan recursos a la organización– tuvieron que suspenderse. Actualmente se encuentran promoviendo la venta de jerseys estampados – con una fotografía de la autoría de Antonio–; buffs de tortugas para ciclismo, bolsas ecológicas, entre otros artículos oficiales que pueden adquirirse a través de las redes de la asociación: @AyotzintliAC.
Tortugas a escena
Además de estas iniciativas, Ayotzintli ha fusionado su labor con el trabajo de compañías artísticas como Petate Escénico, quienes han llevado a teatros y playas de México – y de otros países latinoamericanos– “Zapatilla, la tortuga marina”; una obra escrita por Mariana Hartasánchez sobre una tortuga que tiene que sortear todo tipo de obstáculos como esquivar barcos, anzuelos y bolsas, para sobrevivir.
Debido al impacto de su contenido, y al interés de la población sobre los temas, han sumado a su repertorio “El último parque en el mundo” (sobre el impacto ambiental de los residuos sólidos) y pronto darán a conocer una nueva puesta en escena acerca de la pesca incidental; actividad que afecta a muchas especies de tortuga en el país.