Bendita mujer, obra de Dios,
para parir hijos en la tierra
y disfrutar del mundo.
Luz en sus ojos, fuego en su cadera,
candor en la sonrisa.
Los profetas hablaron de mujeres así:
Ruth, Judith, Raquel, Eva, Sara;
nombres sacados de la nada, del numen,
vibrantes realidades
hechas de la palabra original,
cantos de avecillas silvestres.
Ah, su cabello, amarrado, trenzado,
su olor suave y sereno.
Gracias a la vida por el instante en que te
encuentras en mis brazos, yo en los tuyos,
para bailar la danza del amor.
Como dos jubileos
dos violines en diálogo,
dos brindis o un avión
para volar contigo, adentro, ave.
Cabalgar al tigre es portentoso,
permanecer en la puerta de jade
admirando la fuerza suprema del felino rayado.
Cabello de mujer, flor en tus senos,
aire de lluvia y de montaña entre tus labios.
Bendición y volcán,
haces subir el fuego al sacrificio,
se levanta la carne a rendir homenaje,
pleitesía y tributo a tu belleza.
Desplegada en el aire con los pechos
al vuelo, volantín, alas blancas, sueños,
ruptura y vientre.
Miedo y tempestades. Placer.
Construcción. Siembra. Armonía.
Cuerpo que acecha entre las sombras,
rayo luminoso entre dos llamas.
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