/ miércoles 5 de diciembre de 2018

El Álbum Blanco de los Beatles I

EPÍGRAFE

Una simple sonrisa lo iluminaba todo, de Sexy Sadie

Álbum Blanco. The Beatles


Todavía tienen las huellas de la infancia en el cuerpo, apenas van a comenzar su adolescencia, pero ya son unos bitlemaniacos de primer orden. Han tenido la fortuna de crecer a la vida rodeados del rock grueso que inunda su ambiente por todos lados. Claro, como en todas las facetas de la vida, coexisten varias a la vez. Está la música de lo que su generación llama los rucos, la momiza, y está la música moderna. Este grupo de chamacos, por su edad, aún no saben de contextos ni de marcos teóricos ni de enfoques socio-culturales. Ellos tienen entre once y doce años de edad, y están siempre prendidos y atentos a las novedades musicales. No están muy conscientes aún de que esta música los alimentará, los nutrirá ideológica y musicalmente para el resto de sus vidas.

Corre el año de 1968 y en su corta presencia en el mundo ya han sucedido muchas cosas. Son herederos de miles de años de historia humana, pero les pisan los talones los eventos acontecidos en las dos últimas décadas. Están rodeados por todas partes de ellos. Los rescoldos de la segunda guerra mundial están aún muy presentes. En los puestos de periódicos se venden fascículos coleccionables que narran las glorias militares de los vencedores. También hay revistas de las armas y de todo tipo de artilugios armamentísticos. En la tele, un montón de programas al respecto, y muchas películas en inglés que abordan las hazañas de los aliados, y que ya empiezan a oler a viejo. Junto a una majestuosa tlapalería en la calzada de Tlalpan, junto al California Dancing Club de la colonia Portales, hay un localito que vende, entre otras cosas, aviones para armar, con los modelos que combatieron en la guerra. Están muy curiosos, con sus calcomanías y emblemas para que se parezcan lo más que se pueda a los originales.

Esa pequeña pandilla de chamacos compra todo eso, unos unas cosas, otros, otras. A Heberto le gustan las cosas militares, compra sus fascículos y los guarda, en un futuro los empastará. A Everardo, el Manotas, le gusta tocar la guitarra, al igual que al Poncho, y compran la revista México Canta, y de ahí sacan todas las rolas que pueden, José también es fan de los grupos roqueros, y aparte colecciona avioncitos de guerra. Todos son bitlemaniacos, pero además escuchan todo lo existente: Rolling Stones, Led Zepellin, Pink Floyd, toda la Ola inglesa, y el rock and roll gabacho. Y no tienen que buscar mucho, todo se escucha, todo el día, en las estaciones de radio de La Pantera (radio 590), radio Éxitos y en radio Capital, con la voz extraordinaria de César Alejandre.

También por azares del destino, la casa editora de la revista México canta, unapublicación importante en su momento,está en los límites de su colonia, así que cada semana, antes de que salga la revista a la venta en los puesto de periódicos, ellos ya la tienen entre sus manos, calientita, recién salida de la imprenta. Los chavos, sobre todo José, tienen tapizados sus cuartos con los pósters de todos sus grupos y cantantes favoritos: T. Rex, Rolling Stones, Jefferson Airplane, Grateful Dead, Led Zepellin, Pink Floyd, Doors, Jethro Tull, Janis Joplin, Jimi Hendrix, y un largo etcétera. El rock llena sus vidas y las marcará para siempre.

¿Qué mejores maestros podrían tener estos chavos en un entorno de autoritarismo, gobierno represor, rupturas familiares, pobreza, y desánimo social? ¿Qué podría haber mejor para ellos que su amistad, camaradería, edad, sueños e ilusiones? ¿Qué instante podría ser mejor que el anhelado momento para irse a la casa de el calaquita, el único que tenía una consola de las chidas, modernas, una Stromberg Carlson, para escuchar a buen volumen cada disco sagrado que iban adquiriendo? Y ya ahí, en ese cuartito acogedor, cubiertos por la noche que comienza a caer, y bajo la mirada atenta de la abuela que otea desde afuera, disfrutar, sin alcohol ni cigarros, mucho menos drogas, cada disco L. P. , cada rola, cada instrumento, cada voz. Por eso el rock estaba en su sangre. Aún ahora, de adultos, lo siguen escuchando al igual que las nuevas generaciones que siguieron. No estaban equivocados, esa música era para siempre, su legado no se perdería jamás, y ellos fueron testigos jubilosos, en su momento, de todo aquello. Estuvieron ahí sin saber exactamente lo que atestiguaban, salvo su alegría y su placer al disfrutar de cada nueva producción roquera. Y entre esas joyas, hace 50 años, el Álbum Blanco de los Beatles, que fue lanzado en Inglaterra el 22 de noviembre de 1968.

Por aquel tiempo, en pleno delirio entre la represión y la censura, despuecito de la matanza del 2 de octubre en México, y entre la modernidad y el asombro, cada quien podía tener su radiecito portátil, de pilas, de plástico, y meterse a cualquier rincón de sus viejos departamentos a escuchar su música preferida. Ya después se juntaban a departir y a platicar de los grupos y rolas que les gustaban, y de la alegría y gusto que sentían con determinados conjuntos. Todavía no sucedía Woodstock, pero ya se estaba gestando.

Y todo estaba en marcha, ese aluvión de eventos que se desencadenan de un jalón, pero que se habían venido gestando desde tiempo atrás. Parte importante de la génesis del Álbum Blanco tuvo lugar en la India. La visita de los Beatles al ashram de Maharishi Mahesh Yogui, trajo como consecuencia que el yoga y la meditación trascendental se pusieran de moda. El yoga ya estaba un tanto de moda gracias a artistas gabachos que lo practicaban como Marilyn Monroe, por ejemplo. Acá en México, en la revista Blanca Sol, que siempre estaba en casa, pudo leer Poncho varias veces artículos de cómo practicar yoga, y también aprendió en el célebre libro de Indra Devi Yoga para todos.

Así que estos chavitos, maese, estaban recibiendo una educación social de primera, y abriendo unas ventanotas, con el rock como maestro. Ellos no sabían, por su edad, ni sociología ni antropología ni de estudios comparados. Tampoco de Nietzsche, y sin embargo comulgaban con su célebre frase de que esta vida sin música, no sería vida. Y no cualquier música, sino la mejor, la de más avanzada, la más crítica del sistema, la que estaba indagando en los secretos más profundos de la existencia. Oh, dichosos chamacos desconocidos viviendo a tope el principio de su adolescencia, en medio del autoritarismo, del conservadurismo, de la post revolución mexicana, del pri, de pie en medio de un barrio de obreros, maestros de oficios y brujas. Algunos de ellos hijos del quelite, del segundo frente, y a los que todavía les tocó que lo llamaran con desprecio: hijos naturales, o de plano bastardos. Oh, afortunados muchachos, parados en medio del remolino de la crisis familiar, de la transformación dolorosa de la sociedad sesentera a la de los 70’s.

Ellos ahí, parados en medio del patio de la vecindad con el mundo girando a todo lo que daba y emocionados con el Álbum Blanco de los Beatles palpitando frente a ellos. Lo había comprado el Manotas, y casi como en un acto sacramental lo fueron abriendo. Era uno de ellos el que rompía cuidadosamente el celofán, pero sentían que eran todos al unísono, en esas manos enormes, los que iban desenfundando el disco. Qué sobria belleza, ¿a quién se le había ocurrido sacar a la venta un disco sin portada, sin fotos, sin dibujos? Todos los significados estaban ahí para su descubrimiento. El rock era la posibilidad de salir de la ñoñez de la música fresa, de asomarse a otros sitios, a otras formas de vivir, a otras concepciones estéticas, a otra manera de ser en el mundo.

Y la música, esa música tan especial, tan nueva, siempre cambiante. Cada álbum de los Beatles era diferente. Ninguno se parecía al anterior, y en ese disco se cumplía otra vez la condición, era totalmente distinto a los anteriores, totalmente. Desde su portada, fuera de serie, hasta su presentación y concepto musical. Mucho de él fue concebido en la India, y varias de las canciones fueron compuestas allá, al calor del yoga, la meditación, el vegetarianismo, en el ashram. Los Beatles estaban viviendo la experiencia del hinduísmo, no cómo moda, sino como búsqueda vital. George Harrison es el que se la tomó más a pecho. Por esa época -marzo de 1968- compone para su primer sencillo con el grupo-, la canción Inner Light, un monumento al poder de la meditación, un canto a la dimensión poderosa de la iluminación.

El buen rock es la negación del status quo, de lo que se pretende como verdad única, absoluta, y para siempre, por eso, aunque groseramente, a la generación anterior al rock se le llamó la momiza, los rucos. Una falta de respeto, sin duda, pero también un afán de ruptura con el conservadurismo, con el establishment, con el sometimiento forzado a acatar las buenas e hipócritas costumbres. Con el rock vino el pelo largo, la ropa holgada, el amor libre, la experiencia con drogas ilegales, y la crítica al modelo social establecido. Y como somos producto del contexto, toda esa avalancha de cambio que representó el rock arrasó en todo el mundo, todas las culturas, sin que nada ni nadie lo pudiera frenar.

https://escritosdeaft.blogspot.com

EPÍGRAFE

Una simple sonrisa lo iluminaba todo, de Sexy Sadie

Álbum Blanco. The Beatles


Todavía tienen las huellas de la infancia en el cuerpo, apenas van a comenzar su adolescencia, pero ya son unos bitlemaniacos de primer orden. Han tenido la fortuna de crecer a la vida rodeados del rock grueso que inunda su ambiente por todos lados. Claro, como en todas las facetas de la vida, coexisten varias a la vez. Está la música de lo que su generación llama los rucos, la momiza, y está la música moderna. Este grupo de chamacos, por su edad, aún no saben de contextos ni de marcos teóricos ni de enfoques socio-culturales. Ellos tienen entre once y doce años de edad, y están siempre prendidos y atentos a las novedades musicales. No están muy conscientes aún de que esta música los alimentará, los nutrirá ideológica y musicalmente para el resto de sus vidas.

Corre el año de 1968 y en su corta presencia en el mundo ya han sucedido muchas cosas. Son herederos de miles de años de historia humana, pero les pisan los talones los eventos acontecidos en las dos últimas décadas. Están rodeados por todas partes de ellos. Los rescoldos de la segunda guerra mundial están aún muy presentes. En los puestos de periódicos se venden fascículos coleccionables que narran las glorias militares de los vencedores. También hay revistas de las armas y de todo tipo de artilugios armamentísticos. En la tele, un montón de programas al respecto, y muchas películas en inglés que abordan las hazañas de los aliados, y que ya empiezan a oler a viejo. Junto a una majestuosa tlapalería en la calzada de Tlalpan, junto al California Dancing Club de la colonia Portales, hay un localito que vende, entre otras cosas, aviones para armar, con los modelos que combatieron en la guerra. Están muy curiosos, con sus calcomanías y emblemas para que se parezcan lo más que se pueda a los originales.

Esa pequeña pandilla de chamacos compra todo eso, unos unas cosas, otros, otras. A Heberto le gustan las cosas militares, compra sus fascículos y los guarda, en un futuro los empastará. A Everardo, el Manotas, le gusta tocar la guitarra, al igual que al Poncho, y compran la revista México Canta, y de ahí sacan todas las rolas que pueden, José también es fan de los grupos roqueros, y aparte colecciona avioncitos de guerra. Todos son bitlemaniacos, pero además escuchan todo lo existente: Rolling Stones, Led Zepellin, Pink Floyd, toda la Ola inglesa, y el rock and roll gabacho. Y no tienen que buscar mucho, todo se escucha, todo el día, en las estaciones de radio de La Pantera (radio 590), radio Éxitos y en radio Capital, con la voz extraordinaria de César Alejandre.

También por azares del destino, la casa editora de la revista México canta, unapublicación importante en su momento,está en los límites de su colonia, así que cada semana, antes de que salga la revista a la venta en los puesto de periódicos, ellos ya la tienen entre sus manos, calientita, recién salida de la imprenta. Los chavos, sobre todo José, tienen tapizados sus cuartos con los pósters de todos sus grupos y cantantes favoritos: T. Rex, Rolling Stones, Jefferson Airplane, Grateful Dead, Led Zepellin, Pink Floyd, Doors, Jethro Tull, Janis Joplin, Jimi Hendrix, y un largo etcétera. El rock llena sus vidas y las marcará para siempre.

¿Qué mejores maestros podrían tener estos chavos en un entorno de autoritarismo, gobierno represor, rupturas familiares, pobreza, y desánimo social? ¿Qué podría haber mejor para ellos que su amistad, camaradería, edad, sueños e ilusiones? ¿Qué instante podría ser mejor que el anhelado momento para irse a la casa de el calaquita, el único que tenía una consola de las chidas, modernas, una Stromberg Carlson, para escuchar a buen volumen cada disco sagrado que iban adquiriendo? Y ya ahí, en ese cuartito acogedor, cubiertos por la noche que comienza a caer, y bajo la mirada atenta de la abuela que otea desde afuera, disfrutar, sin alcohol ni cigarros, mucho menos drogas, cada disco L. P. , cada rola, cada instrumento, cada voz. Por eso el rock estaba en su sangre. Aún ahora, de adultos, lo siguen escuchando al igual que las nuevas generaciones que siguieron. No estaban equivocados, esa música era para siempre, su legado no se perdería jamás, y ellos fueron testigos jubilosos, en su momento, de todo aquello. Estuvieron ahí sin saber exactamente lo que atestiguaban, salvo su alegría y su placer al disfrutar de cada nueva producción roquera. Y entre esas joyas, hace 50 años, el Álbum Blanco de los Beatles, que fue lanzado en Inglaterra el 22 de noviembre de 1968.

Por aquel tiempo, en pleno delirio entre la represión y la censura, despuecito de la matanza del 2 de octubre en México, y entre la modernidad y el asombro, cada quien podía tener su radiecito portátil, de pilas, de plástico, y meterse a cualquier rincón de sus viejos departamentos a escuchar su música preferida. Ya después se juntaban a departir y a platicar de los grupos y rolas que les gustaban, y de la alegría y gusto que sentían con determinados conjuntos. Todavía no sucedía Woodstock, pero ya se estaba gestando.

Y todo estaba en marcha, ese aluvión de eventos que se desencadenan de un jalón, pero que se habían venido gestando desde tiempo atrás. Parte importante de la génesis del Álbum Blanco tuvo lugar en la India. La visita de los Beatles al ashram de Maharishi Mahesh Yogui, trajo como consecuencia que el yoga y la meditación trascendental se pusieran de moda. El yoga ya estaba un tanto de moda gracias a artistas gabachos que lo practicaban como Marilyn Monroe, por ejemplo. Acá en México, en la revista Blanca Sol, que siempre estaba en casa, pudo leer Poncho varias veces artículos de cómo practicar yoga, y también aprendió en el célebre libro de Indra Devi Yoga para todos.

Así que estos chavitos, maese, estaban recibiendo una educación social de primera, y abriendo unas ventanotas, con el rock como maestro. Ellos no sabían, por su edad, ni sociología ni antropología ni de estudios comparados. Tampoco de Nietzsche, y sin embargo comulgaban con su célebre frase de que esta vida sin música, no sería vida. Y no cualquier música, sino la mejor, la de más avanzada, la más crítica del sistema, la que estaba indagando en los secretos más profundos de la existencia. Oh, dichosos chamacos desconocidos viviendo a tope el principio de su adolescencia, en medio del autoritarismo, del conservadurismo, de la post revolución mexicana, del pri, de pie en medio de un barrio de obreros, maestros de oficios y brujas. Algunos de ellos hijos del quelite, del segundo frente, y a los que todavía les tocó que lo llamaran con desprecio: hijos naturales, o de plano bastardos. Oh, afortunados muchachos, parados en medio del remolino de la crisis familiar, de la transformación dolorosa de la sociedad sesentera a la de los 70’s.

Ellos ahí, parados en medio del patio de la vecindad con el mundo girando a todo lo que daba y emocionados con el Álbum Blanco de los Beatles palpitando frente a ellos. Lo había comprado el Manotas, y casi como en un acto sacramental lo fueron abriendo. Era uno de ellos el que rompía cuidadosamente el celofán, pero sentían que eran todos al unísono, en esas manos enormes, los que iban desenfundando el disco. Qué sobria belleza, ¿a quién se le había ocurrido sacar a la venta un disco sin portada, sin fotos, sin dibujos? Todos los significados estaban ahí para su descubrimiento. El rock era la posibilidad de salir de la ñoñez de la música fresa, de asomarse a otros sitios, a otras formas de vivir, a otras concepciones estéticas, a otra manera de ser en el mundo.

Y la música, esa música tan especial, tan nueva, siempre cambiante. Cada álbum de los Beatles era diferente. Ninguno se parecía al anterior, y en ese disco se cumplía otra vez la condición, era totalmente distinto a los anteriores, totalmente. Desde su portada, fuera de serie, hasta su presentación y concepto musical. Mucho de él fue concebido en la India, y varias de las canciones fueron compuestas allá, al calor del yoga, la meditación, el vegetarianismo, en el ashram. Los Beatles estaban viviendo la experiencia del hinduísmo, no cómo moda, sino como búsqueda vital. George Harrison es el que se la tomó más a pecho. Por esa época -marzo de 1968- compone para su primer sencillo con el grupo-, la canción Inner Light, un monumento al poder de la meditación, un canto a la dimensión poderosa de la iluminación.

El buen rock es la negación del status quo, de lo que se pretende como verdad única, absoluta, y para siempre, por eso, aunque groseramente, a la generación anterior al rock se le llamó la momiza, los rucos. Una falta de respeto, sin duda, pero también un afán de ruptura con el conservadurismo, con el establishment, con el sometimiento forzado a acatar las buenas e hipócritas costumbres. Con el rock vino el pelo largo, la ropa holgada, el amor libre, la experiencia con drogas ilegales, y la crítica al modelo social establecido. Y como somos producto del contexto, toda esa avalancha de cambio que representó el rock arrasó en todo el mundo, todas las culturas, sin que nada ni nadie lo pudiera frenar.

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