El aliento del cielo

Carlos Campos

  · martes 17 de abril de 2018

Carson McCullers es, o fue, mejor dicho, mujer, cuyo nombre real era Lula Carson Smith. Foto: Especial

“No conozco a ese escritor gringo”, me dijo una autodenominada bibliófila cuando vio que yo estaba leyendo El aliento del cielo (Seix Barral, 2017) de Carson McCullers (19 de febrero, Columbus, Georgia. E. U. – 29 de septiembre de 1967, Nyack, Nueva York, E. U.) Sin ánimos de evidenciar su errata (Carson McCullers es, o fue, mejor dicho, mujer, cuyo nombre real era Lula Carson Smith) le comenté que la literatura de McCullers estaba al nivel o, por momentos, por encima de Capote. Su respuesta fue lapidaria: “No me gustan los escritores gringos precisamente porque son gringos”.

Negarse a la literatura norteamericana por su carácter norteamericano es determinismo estúpido que abona más en el territorio de la estulticia pretenciosamente política que a una verdadera vocación como lector. En el caso de McCullers, esta vocación encuentra un nuevo planteamiento: el lector, junto a la autora, revive intensamente el amor, la crisis de la sexualidad (la autora se debatía entre la hetero y bisexualidad), la violencia, la soledad y el fracaso plasmados en cada relato de la autora. Nadie que se ostente como lector debería de vivir sin leer a McCullers.

Una oportunidad para ingresar a esta particular autora, fallecida de un ataque cardiaco cuando solamente contaba con cincuenta años tras una vida estigmatizada por una salud deplorable, es precisamente El aliento del cielo, volumen que comprende la totalidad de los cuentos y de las tres novelas cortas “Reflejos de un ojo dorado”, “La balada del café triste” y “Frankie y la boda”.

El volumen abre con “Sucker” (en el contexto literario podría traducirse como inocente o ingenuo), el primer cuento que se conoce de Carson McCullers, aunque en realidad se trata del primer relato que ella misma consideró que reunía las cualidades literarias mínimas para ser considerado un relato. Cuando terminó de escribir este relato, McCullers se recuperaba de una fiebre reumática cuyo mal diagnóstico inicial degeneró posiblemente en todos los males de salud que la atormentaron durante toda su vida. Relato de formación, este cuento ya aporta indicios autobiográficos que seguirán presentes en el resto de la obra de McCullers, aunque también el lector se encontrará con sus temáticas recurrentes: el amor ciego y desaforado, el súbito encandilamiento del desamor, la irrecuperable pérdida de la inocencia, de acuerdo a las ideas de Rodrigo Fresán quien acertadamente funge como prologuista del volumen. Se trata de un pasaje narrativo que describe la transición de una etapa a otra de la vida, también aborda el desapego del hogar, las peripecias de los personajes, una inexorable y entrañable visión de la adolescencia narrada con el genio inicial de McCullers.

En “El patio de la calle ochenta, zona oeste se ofrece” “casi un cuadro de Edward Hopper hecho cuento”, a Rodrigo Fresán. El genio que ya se manifestaba en sus primeros relatos, comienza a rendir frutos alimentado principalmente por su llegada a Nueva York y por su aguda capacidad para plasmar su vida cotidiana en guiños autobiográficos a través de sus personajes. El cuento habla de las carencias y penurias de una joven en la gran ciudad, pero con el consuelo de vivir en un vecindario musical, ya que éste se encuentra cerca de Julliard: “Es difícil explicar cómo te sientes cuando ves a alguien que pasa hambre. Piensen que su habitación estaba sólo a unos pocos metros de la mía y que me resultaba imposible no pensar en ellos. Al principio no creía en lo que veía. Esto no es una casa de vecindad en un barrio pobre, me decía. Vivimos en una parte de la ciudad bastante buena, de nivel medio (…) Desde la calle estos edificios parecen casi lujosos y no es posible que alguien que viva aquí pase hambre”.

El tema del amor no correspondido y la música, presentes con vehemencia en la vida de la escritora, cobran relevancia en Poldi, considerado una especie de postfacio del cuento anterior. Por lo años en que McCullers escribía este cuento fue despedida de su puesto como mecanógrafa y telefonista en la inmobiliaria Manhattan. La razón: había sido descubierta leyendo en horario de trabajo el primer tomo de “En busca del tiempo perdido” de Marcel Proust: “su supervisora arrancó el libro de sus manos, golpeó con él la cabeza de McCullers y le señaló la puerta no sin antes profetizarle que “nunca llegarás a nada en este mundo”.”, dice Fresán.

A pesar de que el relato titulado Así fue comprado por la revista en 1936 nunca fue publicado. Quizás se debió a que el editor y fundador de la revista, el escritor Whit Burnett, consideró el tema de la menstruación y el sexo entre jóvenes como temas demasiado riesgosos para los tiempos que se vivían. Se trata de otra historia de iniciación y crisis en forma de monólogo de una hermana menor quien reflexiona acerca de una supuesta traición de su hermana mayor, cuyo crimen consiste principalmente en crecer, un crimen del que la hermana menor no podrá exlcluirse.

La sección de novelas cortas abre con “Reflejos de un ojo dorado”, escrita por diversión, con la misma rapidez y facilidad que se exigen al comer caramelos, de acuerdo a la autora, es una pieza oscura y turbulenta, con una acción intensa que acentúa la tensión en cada línea, con párafos intensos que desbocarán en un final inesperado. La captura de un soldado al interior de un complejo de viviendas para oficiales casados de Fort Bragg; el reciente descubrimiento de McCullers de los escritos de Sigmund Freud; la lectura de “El oficial prusiano y otras historias” del imprescindible D. H. Lawrence y su intención de buscar su propia terapia para paliar su aburrimiento e infelicidad fueron las fuentes principales para la escritura de esta soberbia novela.

Historia de sexo, traición y perversión emplazada en un campo militar, al estilo de las obras de Tennessee Williams, no pasó desapercibida para John Houston quien se encargó de adaptarla para el cine, con un apabullante elenco encabezado por Elizabeth Taylor y Marlon Brando.

Dice Fresán: “Lectores y público se sorprendieron por la orscurdad y morbidez del relato y algunos lo criticaron la obsesiva preocupación de McCullers por las anormalidades”. Es comentario se refiere específicamente a una brutal escena de mutilación de pechos, la cual fue considerada por la crítica de The New York Herald Tribune, Rose Feld, como “lo más físicamente enervante que jamás se haya impreso en alguna página”.

Ningún lector debería pasar más tiempo sin leer la obra de esta genio de la literatura.

@doctorsimulacro

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