En esta semana con la que concluye una versión más de septiembre, una colega acudió a mí para consultarme respecto a algunos temas de los cuales, si bien no me considero experto, al menos puedo emitir una opinión apasionada y no menos informada. La congoja de mi colega se debía a que un profesor universitario, a quien llamaremos Inocencio, había esgrimido con el donaire ligero propio de la ignorancia y arrogante convicción que la tecnología había contribuido a la deshumanización del arte, especificamente del arte musical: “la tecnología ha acabado con la naturaleza de la música”, parafraseaba mi colega a Inocencio entre la burla y la pena ajena.
Lo más llamativo de aquellas aventuradas afirmaciones era que Inocencio, prócer catedrático universitario célebre por sus malabares conspiracionistas y no pocas escaramuzas simplistas, afirmaba que sus dichos estaban sustentados en un texto “largo y aburrido” de un autor gringo de cuyo nombre “no me acuerdo”, de acuerdo a lo dicho por mi colega, siempre parafraseando a Inocencio.
Aunque la pregunta obvia pudiera ser “¿por qué un profesor con esa cosmovisión apocalíptica y regresionista sigue impartiendo cátedra?” la cuestión que realmente detonó en mi cabeza fue “¿Quién es el autor de ese texto largo y aburrido, y cuál es el título de semejante panfleto?”.
Antes de que pudiera externar la pregunta a mi colega, ella me compartió el documento. Se trata de “El arte frente a la tecnología: el extraño caso de la música popular” del sociomusicólo y crítico musical británico Simon Frith, célebre autor del libro The sociology of rock (Constable & Robinson, 1978). El artículo pasó por mis manos allá por 1992, aunque originalmente fue publicado en 1986 en la revista Media, Culture and Society (SAGE, Londres, Beverly Has and Nueva Delhi; vol. 8, núm. 3 (1986), pp. 263-279). La traducción al español es de Carlos Peñalver. Releí el nombre del autor, Simon Frith, lo verifiqué y cotejé con su ficha biográfica en el sitio de la Universidad de Edimburgo, en donde es catedrático. Simplemente no podía creer lo que Inocencio afirmaba. Compruébelo usted, caro y desocupado lector, acudiendo a las ideas de Frith.
El autor hace referencia a la incorporación del micrófono como recurso de los cantantes (crooners) y de las razones por las que la BBC tildaron de sensibleros y afeminados a dichos cantantes, todo por la incoporación del micrófono a la dinámica vocal. Asimismo, menciona la célebre anécdota de Bob Dylan cuando, en 1966, en el Albert Hall, su concierto fue boicoteado: “Todavía pueden escucharse las palmadas lentas y acompasadas entre canción y canción, los insultos dirigidos al escenario y las discusiones a voz en grito entre los asistentes. Al finalizar The ballad of a thin man, se escucha claramente una voz metálica: “¡Judas!”. “No te creo”, murmuró Dylan antes de comenzar con los acordes de “Like a rolling stone”.
A estos, y a los múltiples disparatados ejemplos que presenta Frith en su breve y nada aburrido texto, el autor destaca tres reflexiones posibles: a) La tecnología es opuesta a la naturaleza; b) La tecnología es opuesta a la comunidad; c) La tecnología, por ende, es opuesta al arte: “Lo que se pone juego en todo este debate es la autenticidad o veracidad de la música. Esto implica que, de alguna manera, la tecnología es falsa o adulterante. Los orígenes de esta discusión datan, sin duda, del criticismo hacia la cultura de masas de los años veinte y treinta, pero lo que resulta interesante es la resonancia continua de la idea de autenticidad dentro de la propia ideologia de la cultura de masas.”.
Creo que Inocencio, para quien el texto de Frith es largo y aburrido, no leyó lo que sigue del texto: ¡solamente llegó a la página 5 de 22!
Con el enfoque metodológico de las Ciencias Sociales, Frith procede a presentar primeramente un desglose de los problemas de la incorporación de la tecnología al arte musical: 1. Hay un problema de aureola en el complejo proceso de producción artística; 2. Los cambios tecnológicos aumentan el problema de poder y manipulación. 3. Se considera que la tecnología mina los placeres de la composición musical. A pesar de los anteriores y fundados temores, Frith procede de inmediato a presentar su dos hipótesis bajo el subtítulo “El elogio de la tecnología”. Si Inocencio hubiera llegado a esta parte del texto, seguramente se habría abstenido de hacer el ridículo frente a sus estudiantes.
Las tesis de Frith son:
1. El desarrollo tecnológico ha hecho posible el concepto de autenticidad del rock: las grabaciones proporcionaron un medio público de comunicación emocionalmente compleja a personas que de otra forma estarían inarticuladas socialmente: intérprete y audiencia. Por su parte, la invención del micrófono “hizo reconocibles a las estrellas, alterando los convencionalismos de la personalidad, con nuevos modos de sonar sexy entre los cantantes, dando al hombre un nuevo papel prominente en las big bands, y moviendo el foco de atención de la canción al cantante.
2. El cambio tecnológico ha sido una fuente de resistencia frente al control corporativo de la música popular. De manera explícita, Frith nos comparte su postura: “si observamos las invenciones de la industria de la música a través de su historia, en cuanto a la producción y al consumo, veremos que las que tienen aceptación y aparecen con éxito en el mercado son aquellas que conducen, al menos a corto plazo, a la descentralización de la composición, interpretación y escucha de la música. Es decir, gracias al hecho de que los músicos (y consumidores) han podido utilizar las máquinas para sus propios fines, la mecanización de la música popular no ha sido una simple historia de toma de poder capitalista (o de control del Estado): ¡Esto ha sido cierto a lo largo de toda la historia del pop!
Y el artículo sigue, y aunque pudiéramos continuar, preferimos que usted, caro y desocupado lector, saque sus propias conclusiones.
Aunque Inocencio a la larga se haga responsable de su obcecada y ultraconservadora versión de la tecnología, lo verdaderamente grave es que bajo este criterio pretenda frivolizar un tema propio de la libertad de expresión y el acceso a la información en plena democratización del acceso al arte y a la cultura, en donde la tecnología es el medio, no el fin. En éste, como en múltiples casos de incompetencia crítica y desfachatez ética, Inocencio se quedará callado.