/ miércoles 18 de septiembre de 2024

El arte rupestre de Cadereyta: hallazgos recientes

Recorrer el presente, re/imaginar el futuro


En 1876, don Marcelino Sanz de Sautuola realizó uno de los descubrimientos más fascinantes de la arqueología: las pinturas rupestres de la Cueva de Altamira (en Santander, España). En un principio se vio con escepticismo la antigüedad de cerca de 15 mil años que don Marcelino les asignaba, pero poco a poco en Europa se fueron descubriendo otras cuevas con arte rupestre igualmente antiguo. Ahora sabemos que la práctica del arte rupestre podría remontarse quizá a 75 mil años en África, aunque en una cueva de las Islas Célebes, hay ejemplos de arte figurativo que alcanzan una antigüedad aproximada de 50 mil años.

En México, hasta hace poco tiempo se habían localizado y registrado oficialmente más de 4 mil sitios de pintura rupestre y petrograbado producto de las antiguas sociedades que habitaron el actual territorio nacional. Querétaro en general y Cadereyta en particular no son ajenos a esta situación; tan sólo en este último municipio se han localizado casi medio centenar de abrigos, cuevas y frentes rocosos que dan cuenta de la enorme riqueza rupestre que tiene.

Actualmente se tienen registrados ante el Instituto Nacional de Antropología e Historia alrededor de mil 292 sitios arqueológicos en el estado de Querétaro; en el municipio de Cadereyta los sitios arqueológicos registrados alcanzan los 136, de los que 42 son de pintura rupestre, es decir, más del 30%, lo que denota que pintar fue una práctica recurrente y persistente en la región; es importante mencionar que a la fecha no se han localizado sitios con petrograbado.

Entre 1996 y 2000 nos dimos a la tarea de realizar la documentación de sitios de manifestaciones rupestres en Querétaro, que culminó en la publicación de un catálogo; sin embargo, en los últimos años hemos asistido a una revolución tecnológica que ha impactado la manera en la que se documenta el patrimonio cultural, por lo que uno de nuestros objetivos es continuar y mejorar el trabajo realizado previamente, al tiempo de contar con una valoración del estado de conservación de los sitios. Estos se encuentran distribuidos principalmente en la parte centro y sur del municipio, y los motivos fueron pintados en abrigos, cuevas y frentes rocosos dispuestos en cañadas y laderas de los cerros, cercanos a arroyos o cuerpos de agua; destacan La Nopalera, El Meco y Arroyo Cantera, donde las expresiones gráfico rupestres alcanzan desde varias decenas hasta cientos de grafismos muy diversos y de diferentes temporalidades; hay otros que contienen menos motivos pictóricos, como Pathé, La Mojonera, La Estrella, Ollas Viejas, El Bernalito o San Pablo por mencionar sólo algunos. Sin embargo, la cantidad de motivos no necesariamente hace a unos sitios más importantes que otros, pues desde diferentes perspectivas todos cuentan una parte significativa de la cosmovisión de los antiguos habitantes de la región, no sólo de la época prehispánica, sino también del periodo colonial.

Uno de los lugares más singulares es La Nopalera, que presenta quizá el más extraordinario ejemplo de la importancia que los cazadores recolectores otorgaron al paraje donde se ubica el sitio; el conjunto principal, plasmado sobre un frente rocoso de ocho metros de alto por tres y medio de ancho contiene una gran cantidad de motivos pintados en diferentes tonalidades de rojo, negro y blanco. Es posible observar que, para plasmar los diferentes grupos pictóricos, se aprovecharon de manera consciente los planos lisos de la roca, separados por fracturas naturales que con frecuencia encontramos en zonas volcánicas. Destacan las figuras humanas esquemáticas, delineadas de frente y en disposición estática, mismas que se encuentran aisladas o en grupos; también hay figuras de animales (cuadrúpedos principalmente) así como una gran cantidad de diseños geométricos, como círculos (sencillos, rellenos, radiales y decorados), líneas (rectas, en zigzag, etcétera), puntos (aislados, agrupados y alineados), o series de triángulos.

Foto: Cortesía / INAH Querétaro

En este abigarrado universo de motivos pictóricos sobresalen dos escenas que parecen representar danzas; están compuestas por sendas series de figuras humanas dispuestas unas al lado de otras, y en cada una de las escenas se observa un personaje de mayores dimensiones, quizá un miembro de jerarquía social diferente. Sobre los motivos rojos de origen prehispánico se alcanza a apreciar la figura de un jinete en su cabalgadura, así como otros elementos en una tonalidad blanca que no han soportado el paso del tiempo, por lo que son difíciles de apreciar. En el semidesierto queretano, las pinturas rupestres de color blanco suelen estar asociadas con los grupos otomíes que colonizaron la región a partir del siglo XVI.

A pocos kilómetros de La Nopalera se localiza la Cueva del Meco, un abrigo ubicado en lo profundo de una cañada. La superficie del abrigo está cubierta por un afloramiento de lajas que, en su mayoría, impide la práctica del arte rupestre; sin embargo, no deja de sorprender el excelente aprovechamiento de los pocos espacios suficientemente lisos para pintar sobre ellos. Al igual que en el caso anterior, se observan ejemplos tanto de pintura prehispánica como colonial, en diferentes tonalidades de rojo, negro y blanco.

Llaman particularmente la atención dos escenas de color negro que involucran cérvidos -posiblemente venados cola blanca-, y figuras humanas. En un caso se aprovechó una laja de forma trapezoidal cuyo extremo izquierdo se va ensanchando poco a poco hacia la derecha; a lo largo de la superficie de la laja fueron plasmados una serie de venados, los más pequeños a la izquierda y conforme se ensancha la laja, los venados fueron pintados cada vez más grandes. El penúltimo de ellos topa con una figura antropomorfa que sostiene un instrumento en una mano (¿una lanza?), mientras que el último parece escapar por detrás de la figura humana. La otra escena, aparentemente más sencilla, consta de un venado en posición dinámica que se aleja de otra figura humana que porta un escudo circular, cuyos pies parecieran pertenecer más a un ungulado que a un humano, lo que invita a plantear posibilidades de interpretación sugerentes en torno a los especialistas rituales.

Entre los ejemplos de la época colonial se encuentra una escena en la parte superior del abrigo compuesta por varios círculos y personajes, algunos armados con arco y flecha en tonalidades blancas y de mayor tamaño que los que corresponden a la gráfica rupestre de los cazadores recolectores chichimecas.

Otro sitio interesante, de mucho menores dimensiones que los anteriores, es La Mojonera; se trata de un único panel con varios motivos pictóricos de reducidas dimensiones delineados en tonalidades rojas con algún tipo de pincel más o menos fino. Se trata de círculos concéntricos, uno de ellos con rayos al exterior y otro más sencillo, con puntos alrededor de su circunferencia, por la parte externa; otro círculo con rayos exteriores tiene a su vez una especie de cauda, varios antropomorfos, semicírculos, cruces con puntos, puntos aislados y motivos en zigzag completan la escena.

Una lectura posible involucraría la presencia de un cometa y algunos elementos astrales, como una abstracción de Venus, un cometa, una representación solar evidenciada por su característico diseño de círculos concéntricos y radiados y una serie de puntos que podrían indicar estrellas en la bóveda celeste, probablemente algún conjunto estelar en particular (¿Las Pléyades?). Llama la atención la figura antropomorfa recostada, que podría indicar muerte o enfermedad; tal vez este panel relate una suerte de augurio en el cual el cometa ocuparía un lugar preeminente, y la figura humana indicaría un evento fatal.

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Como vemos, los sitios que contienen más motivos pictóricos no necesariamente son los más significativos, pues cada sitio nos cuenta historias diferentes que, en conjunto, permiten armar el complejo rompecabezas que supone reconstruir la historia prehispánica de las antiguas sociedades indígenas, particularmente las cazadoras y recolectoras. Por razones de espacio no podemos describir en este texto todos los sitios; sólo podemos ofrecer una breve semblanza de algunos soportes, con el objetivo de dar a conocer la riqueza rupestre del estado de Querétaro.

Como reflexión final, consideramos que la disposición de los sitios no fue producto del azar, sino que esta respondía a una serie de decisiones sociales, donde la cosmovisión de sus creadores fue de suma importancia, dando paso a la creación de paisajes sagrados que quedaron marcados de forma ritual por medio del arte rupestre. Cada motivo, cada panel, cada sitio son ejemplos únicos e irrepetibles de la creatividad de los antiguos pobladores de la región; la protección, conservación e investigación de estos espacios es fundamental para el entendimiento de la historia de los antiguos habitantes de Querétaro prehispánico.

Foto: Cortesía / INAH Querétaro


En 1876, don Marcelino Sanz de Sautuola realizó uno de los descubrimientos más fascinantes de la arqueología: las pinturas rupestres de la Cueva de Altamira (en Santander, España). En un principio se vio con escepticismo la antigüedad de cerca de 15 mil años que don Marcelino les asignaba, pero poco a poco en Europa se fueron descubriendo otras cuevas con arte rupestre igualmente antiguo. Ahora sabemos que la práctica del arte rupestre podría remontarse quizá a 75 mil años en África, aunque en una cueva de las Islas Célebes, hay ejemplos de arte figurativo que alcanzan una antigüedad aproximada de 50 mil años.

En México, hasta hace poco tiempo se habían localizado y registrado oficialmente más de 4 mil sitios de pintura rupestre y petrograbado producto de las antiguas sociedades que habitaron el actual territorio nacional. Querétaro en general y Cadereyta en particular no son ajenos a esta situación; tan sólo en este último municipio se han localizado casi medio centenar de abrigos, cuevas y frentes rocosos que dan cuenta de la enorme riqueza rupestre que tiene.

Actualmente se tienen registrados ante el Instituto Nacional de Antropología e Historia alrededor de mil 292 sitios arqueológicos en el estado de Querétaro; en el municipio de Cadereyta los sitios arqueológicos registrados alcanzan los 136, de los que 42 son de pintura rupestre, es decir, más del 30%, lo que denota que pintar fue una práctica recurrente y persistente en la región; es importante mencionar que a la fecha no se han localizado sitios con petrograbado.

Entre 1996 y 2000 nos dimos a la tarea de realizar la documentación de sitios de manifestaciones rupestres en Querétaro, que culminó en la publicación de un catálogo; sin embargo, en los últimos años hemos asistido a una revolución tecnológica que ha impactado la manera en la que se documenta el patrimonio cultural, por lo que uno de nuestros objetivos es continuar y mejorar el trabajo realizado previamente, al tiempo de contar con una valoración del estado de conservación de los sitios. Estos se encuentran distribuidos principalmente en la parte centro y sur del municipio, y los motivos fueron pintados en abrigos, cuevas y frentes rocosos dispuestos en cañadas y laderas de los cerros, cercanos a arroyos o cuerpos de agua; destacan La Nopalera, El Meco y Arroyo Cantera, donde las expresiones gráfico rupestres alcanzan desde varias decenas hasta cientos de grafismos muy diversos y de diferentes temporalidades; hay otros que contienen menos motivos pictóricos, como Pathé, La Mojonera, La Estrella, Ollas Viejas, El Bernalito o San Pablo por mencionar sólo algunos. Sin embargo, la cantidad de motivos no necesariamente hace a unos sitios más importantes que otros, pues desde diferentes perspectivas todos cuentan una parte significativa de la cosmovisión de los antiguos habitantes de la región, no sólo de la época prehispánica, sino también del periodo colonial.

Uno de los lugares más singulares es La Nopalera, que presenta quizá el más extraordinario ejemplo de la importancia que los cazadores recolectores otorgaron al paraje donde se ubica el sitio; el conjunto principal, plasmado sobre un frente rocoso de ocho metros de alto por tres y medio de ancho contiene una gran cantidad de motivos pintados en diferentes tonalidades de rojo, negro y blanco. Es posible observar que, para plasmar los diferentes grupos pictóricos, se aprovecharon de manera consciente los planos lisos de la roca, separados por fracturas naturales que con frecuencia encontramos en zonas volcánicas. Destacan las figuras humanas esquemáticas, delineadas de frente y en disposición estática, mismas que se encuentran aisladas o en grupos; también hay figuras de animales (cuadrúpedos principalmente) así como una gran cantidad de diseños geométricos, como círculos (sencillos, rellenos, radiales y decorados), líneas (rectas, en zigzag, etcétera), puntos (aislados, agrupados y alineados), o series de triángulos.

Foto: Cortesía / INAH Querétaro

En este abigarrado universo de motivos pictóricos sobresalen dos escenas que parecen representar danzas; están compuestas por sendas series de figuras humanas dispuestas unas al lado de otras, y en cada una de las escenas se observa un personaje de mayores dimensiones, quizá un miembro de jerarquía social diferente. Sobre los motivos rojos de origen prehispánico se alcanza a apreciar la figura de un jinete en su cabalgadura, así como otros elementos en una tonalidad blanca que no han soportado el paso del tiempo, por lo que son difíciles de apreciar. En el semidesierto queretano, las pinturas rupestres de color blanco suelen estar asociadas con los grupos otomíes que colonizaron la región a partir del siglo XVI.

A pocos kilómetros de La Nopalera se localiza la Cueva del Meco, un abrigo ubicado en lo profundo de una cañada. La superficie del abrigo está cubierta por un afloramiento de lajas que, en su mayoría, impide la práctica del arte rupestre; sin embargo, no deja de sorprender el excelente aprovechamiento de los pocos espacios suficientemente lisos para pintar sobre ellos. Al igual que en el caso anterior, se observan ejemplos tanto de pintura prehispánica como colonial, en diferentes tonalidades de rojo, negro y blanco.

Llaman particularmente la atención dos escenas de color negro que involucran cérvidos -posiblemente venados cola blanca-, y figuras humanas. En un caso se aprovechó una laja de forma trapezoidal cuyo extremo izquierdo se va ensanchando poco a poco hacia la derecha; a lo largo de la superficie de la laja fueron plasmados una serie de venados, los más pequeños a la izquierda y conforme se ensancha la laja, los venados fueron pintados cada vez más grandes. El penúltimo de ellos topa con una figura antropomorfa que sostiene un instrumento en una mano (¿una lanza?), mientras que el último parece escapar por detrás de la figura humana. La otra escena, aparentemente más sencilla, consta de un venado en posición dinámica que se aleja de otra figura humana que porta un escudo circular, cuyos pies parecieran pertenecer más a un ungulado que a un humano, lo que invita a plantear posibilidades de interpretación sugerentes en torno a los especialistas rituales.

Entre los ejemplos de la época colonial se encuentra una escena en la parte superior del abrigo compuesta por varios círculos y personajes, algunos armados con arco y flecha en tonalidades blancas y de mayor tamaño que los que corresponden a la gráfica rupestre de los cazadores recolectores chichimecas.

Otro sitio interesante, de mucho menores dimensiones que los anteriores, es La Mojonera; se trata de un único panel con varios motivos pictóricos de reducidas dimensiones delineados en tonalidades rojas con algún tipo de pincel más o menos fino. Se trata de círculos concéntricos, uno de ellos con rayos al exterior y otro más sencillo, con puntos alrededor de su circunferencia, por la parte externa; otro círculo con rayos exteriores tiene a su vez una especie de cauda, varios antropomorfos, semicírculos, cruces con puntos, puntos aislados y motivos en zigzag completan la escena.

Una lectura posible involucraría la presencia de un cometa y algunos elementos astrales, como una abstracción de Venus, un cometa, una representación solar evidenciada por su característico diseño de círculos concéntricos y radiados y una serie de puntos que podrían indicar estrellas en la bóveda celeste, probablemente algún conjunto estelar en particular (¿Las Pléyades?). Llama la atención la figura antropomorfa recostada, que podría indicar muerte o enfermedad; tal vez este panel relate una suerte de augurio en el cual el cometa ocuparía un lugar preeminente, y la figura humana indicaría un evento fatal.

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Como vemos, los sitios que contienen más motivos pictóricos no necesariamente son los más significativos, pues cada sitio nos cuenta historias diferentes que, en conjunto, permiten armar el complejo rompecabezas que supone reconstruir la historia prehispánica de las antiguas sociedades indígenas, particularmente las cazadoras y recolectoras. Por razones de espacio no podemos describir en este texto todos los sitios; sólo podemos ofrecer una breve semblanza de algunos soportes, con el objetivo de dar a conocer la riqueza rupestre del estado de Querétaro.

Como reflexión final, consideramos que la disposición de los sitios no fue producto del azar, sino que esta respondía a una serie de decisiones sociales, donde la cosmovisión de sus creadores fue de suma importancia, dando paso a la creación de paisajes sagrados que quedaron marcados de forma ritual por medio del arte rupestre. Cada motivo, cada panel, cada sitio son ejemplos únicos e irrepetibles de la creatividad de los antiguos pobladores de la región; la protección, conservación e investigación de estos espacios es fundamental para el entendimiento de la historia de los antiguos habitantes de Querétaro prehispánico.

Foto: Cortesía / INAH Querétaro

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