Asombrosa cantidad de recuerdos habitan mi cabeza
están esperando a ser llamados,
lo antiguo junto a lo nuevo,
los modelos de ropa, las caras,
los cuerpos, las formas de andar,
los veo en una pecera con agua un tanto turbia.
Lo que hoy documente ya no será mañana,
las cáscaras caerán y la fruta estará limpia,
expuesta al cielo. Los fantasmas brincan como calaquitas
en el suelo, hay espectros en la noche y paredes descarapeladas.
Son los muertos vivientes del barrio y la miseria,
teporochos regados por el suelo al despuntar el alba.
Lobos de colmillos caídos, mutilados,
lobos en la noche lamiendo las sobras de los platos.
Noches de bar en la Calzada de Tlalpan, con auténticos antros,
qué pinches tacos más sabrosos en la esquina,
qué mujeres más guapas bailando con tanta gracia.
El cruce de la miseria con la entidad calva de la vida,
es la sobrevivencia, la existencia de leyes que no se captan a simple vista.
La justicia dentro de la injusticia,
la justicia al revés, desde abajo, impartida por la plebe,
jugando al más cabrón, la justicia del barrio,
la que viene del corazón de las personas buenas.
Porque el primer robo en el mundo
fue el despojo del valor del trabajo ajeno.
No te hagas tonto, ni compres más guaruras y hombres mejor armados,
la banda bailará contigo y sin ti. La espada responderá a la espada,
y el que es valedor sabrá aguantar la vara.
Acá, machín.