El Cara de hombre  I

Alfonso Franco Tiscareño | Diario de Querétaro

  · miércoles 10 de mayo de 2023

Perro pastor Alemán. Ciudad de México, 1930. Cassasola Fotógrafo. Foto: Cortesía | @mediateca.inah


Para Ixchel y Jonathan

¿Cómo podría uno recuperarse de la infinita falsedad y alevosía de los seres humanos, si no existieran los perros, cuya honesta cara se puede mirar sin desconfianza?

Arthur Schopenhauer.


El Cara de hombre parece todo un ser humano, pero ¿será como éstos, o tendrá las características propias de un perro?, porque ambos son muy diferentes. Por ejemplo, a la mayoría de los humanos por cualquier cosita que les hagas y que no les parezca, te odiarán para siempre, en cambio un perro, en términos generales, es fiel y te quiere aunque algún día le hayas puesto un patín o un periodicazo por latoso, aún así, se alegra cuando oye tus pasos desde lejos, y comienza a mover la cola con alegría.

Niña enferma de bocio. Ciudad de México, 1955. Fot. Nacho López. Foto: Cortesía | @mediateca.inah

Pensaba en todo esto justo cuando observaba al animal echado en el quicio de la puerta en donde casi siempre está. Lo veía y en eso pensaba cuando en ese momento pasó junto a mí una mujer desconocida, una japonesa, que se me hizo muy raro que anduviera por estos rumbos, porque generalmente los extranjeros siempre van a los lugares turísticos. Era joven, guapa, muy blanca, con un cutis de nácar, una muñeca japonesa acompañada de un señor también japonés. La muchacha al pasar junto a mí me sonrió sin motivo y sin razón, simplemente nuestras miradas se cruzaron y ella me sonrió. Sentí claramente todo el poder que la sonrisa tiene, su fuerza, y cómo nos hace específicamente humanos dado que ningún otro animal sonríe ni ríe. Y esta era una de las grandes diferencia con el Cara de hombre, que a pesar de su aspecto humanoide, y de que a veces parece que los perros sonríen, y hasta sus músculos faciales cambian cuando están alegres, no llegan a lo que la sonrisa humana es. Confirmé esto con una claridad brutal al percibir la sonrisa que me brindaba esa muñeca japonesa. Después de sonreírme bajó discretamente la mirada, algo muy propio de su cultura, y siguió caminando, y no, no era que me estuviera conquistando o aventando los perros, simplemente fue un acto de amabilidad al habernos topado frente a frente y cruzado las miradas. Esto me dio un punto de anclaje para darme cuenta de que los perros no sonríen, o quizás sí, a su manera. Lo que es un hecho, es que muestran alegría, mueven la cola, se menean, brincan, corren de felicidad.

Gente observando el espectáculo de un circo. Ciudad de México, 1930. Foto: Cortesía | @mediateca.inah

Otro día con gran sorpresa me di cuenta de que los perros pueden actuar. El Cara de hombre me lo mostró por ahí a inicios de febrero, época en que los animales entran en celo, y una perra del barrio atrajo a innumerables perros para cumplir con el mandato de la naturaleza. El Cara de hombre, que pasaba mucho tiempo acostado, ahora andaba presto, atento, erguido, entre la bola de perros, para ver si lograba completar su cometido de unirse a la perra y renovar la raza. En este tipo de encuentros se dan grandes batallas entre los perros en su lucha por poseer a la hembra, así que el Cara de hombre se tuvo que aventar un tirito con un perro más o menos de su forje, pero que se veía bastante fuerte y quizá hasta un poco más joven. Fue una trifulca el la que el Cara de hombre salió herido con varias mordidas, algunas leves, pero una de ellas en la entrepierna derecha le provocó una cojera notable. Llegó a casa horas después. Venía cojeando, sangrando y hasta medio raro, como triste, deprimido. Según supe sus dueños lo pasaron y luego lo llevaron al veterinario, donde le aplicaron inyecciones contra la rabia y antibióticos. Pasaron dos o tres semanas y el perro seguía cojeando, pero ya mucho menos. También sus dueños le aplicaron barro en la herida y esto le ayudó mucho a sanar.

Retrato de charro de perfil. Tamaulipas, 1950. Foto: Cortesía | @mediateca.inah

Y sucedió que un día, venía por la calle, como a una cuadra de distancia, caminando alegremente. Me sorprendió lo rápido que se había curado. Al zaguán de su casa salieron los dueños del perro. El Cara de hombre no los había visto porque venía husmeando cosas, orinando las llantas de los carros, y ladrando en algunos momentos. Venía distraído, no se dio cuenta de que sus dueños estaban parados en la puerta. Había un carro estacionado enfrente que le impedía la visión. Sin embargo, yo veía perfectamente tanto a los dueños como al perro, y fue increíble atestiguar que cuando el animal dio la vuelta en el auto para acercarse al zaguán de su casa, en cuanto vio a sus dueños empezó a cojear visiblemente y casi arrastraba la pierna donde lo habían mordido. Sus dueños empezaron a reír, a la vez que se asombraban de la capacidad actoral del Cara de hombre que primero venía caminando muy alegremente, y después, en cuanto dio vuelta en el auto y se dio cuenta que lo miraban, empezó a sufrir de pronto y a cojear como si lo acabaran de volver a morder. Los dueños reían y yo también mientras observábamos al perro entrar a su casa con la pierna derecha casi a rastras. Pensé que el perro tenía no sólo la cara de hombre, sino los pensamientos y la capacidad de fingir de los humanos.

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Ese perro llegó prácticamente de la nada. Un día apareció en la puerta de la casa que ahora le da cobijo y nadie supo de dónde había llegado ni porqué había elegido ese rincón, esa puerta, para quedarse a vivir ahí. Era un perro de esos llamados “eléctricos”, corriente cruzado con de la calle, un perro amigable, gentil, que muy pronto se adaptó y se ganó el cariño de los habitantes de su nuevo hogar. Lo dueños de esa casa, al ver que estaba ahí a diario, empezaron a llevarle un platón de comida, y tiempo después lo dejaron entrar y con unas palets viejas le construyeron una perrera en el patio, y así pasó a vivir en ese hogar. La casa tenía un zaguán morado con un aldabón en la parte central, pues mira que quién sabe de qué forma el perro aprendió a tocar el aldabón sin que nadie le enseñara, y así cada vez que salía y regresaba de sus paseos, si quería entrar levantaba las patas y tocaba el aldabón hasta que le abrieran. Los vecinos comentaban “qué perro tan chistoso y tan entendido”. El dueño de la casa inventó el cuento de que el Cara de hombre había sido un perro entrenado en la Marina, y que por esa razón sabía tocar la puerta. No era verdad, pero la historia corrió de voz en voz.


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