El Cucho Montes, bandido de La Cañada

Leonardo Kosta

  · sábado 19 de mayo de 2018

Cucho Montes insipiró un “juguete teatral” con marionetas para niños.

Teníamos desde hace algunos años (Pilar Vega y su servidor) clavada la espinita de investigar la vida de Macedonio Montes, más conocido como el Cucho Montes, bandido que nació y vivió en La Cañada a mediados del siglo XIX, época que dio en cada región y ciudad del país una buena cantidad de bandidos, cuyos ejemplos más sonados tal vez sean los de “Chucho el Roto”, en el centro del país y Jesús Malverde, en Sinaloa.

La leyenda de “Chucho el Roto” ha logrado alcanzar ribetes de espectáculo probablemente por los disfraces que utilizaba el bandido para sus fechorías, disfraces que lo ponían cerca de la radio, la televisión y el cine; o tal vez alcanzó fama por la notoriedad del romance que sostuvo con la hija de un banquero de la Ciudad de México, lo cual habrá sido un escándalo sin duda alguna. La fama de Jesús Malverde, por su parte, ha ganado prestigio porque robaba y repartía el botín entre los necesitados, y porque llegó a ser el “santo” de los narcos, santo que se venera cotidianamente en la ciudad de Culiacán en donde cuenta con su propia capilla levantada casi frente al palacio de gobierno de la entidad.

La leyenda del Cucho Montes, en cambio, en lugar de ganar notoriedad la fue perdiendo, a pesar de que hubo un tiempo en el que tuvo su propio altar en el templo de San Pedro de la Cañada, hasta que un párroco ordenó bajarlo y arrinconar su imagen a un costado del altar de las Ánimas, donde se lo puede venerar en estos días porque el Cucho alcanza la categoría de santo popular. Efectivamente, cada vez que llega el 2 de noviembre los habitantes de La Cañada le ponen su ofrenda y lo veneran, al tiempo que algunas mesas de concheros lo cuentan entre los suyos, pues fue un ladrón que repartía el botín entre los “naturales”.

La época en la que vivió Macedonio Montes fue prolífica en bandidos que subvertían el orden aún mal constituido haciendo justicia a su modo, como si se tratara de imitadores del legendario Robin Hood de quien, probablemente, nunca tuvieron información (o quien sabe). Esos bandidos fueron justicieros nativos que entendían la distribución de la riqueza de una manera primitiva, acicateados por la necesidad propia y colectiva; aunque también es probable que sus vidas se hayan orlado con el prestigio de la leyenda romántica; por lo menos en el caso de “Chucho el Roto” eso resulta evidente, sobre todo porque su historia cuajó gracias a las radio y telenovelas, los cuentos con dibujitos y el cine.

De Jesús Malverde y de Macedonio Montes hay evidencias que permiten afirmar que fueron ladrones que compartían el producto de sus asaltos, al punto que los dos han sido elevados a los altares profanos. La memoria del primero devino culto popular que, además, rinde tantos frutos como para que el investigador Sergio López considere su capilla como el Seguro Social de los culichis pobres.

No pasó lo mismo con el recuerdo del Cucho Montes, cuya memoria resulta extremadamente limitada entre sus paisanos, pero esta limitación fue el acicate para que nos hayamos ocupado de su leyenda, al punto de habernos permitido el honor de montar un pequeño juguete teatral con marionetas para niños. Este juguete tiene otro vector desarrollado en el argumento: la presencia de los “gallos blancos” que desfilan en las fiestas patronales de La Cruz, Hércules y la Cañada. Los “gallos blancos”, que también le dan su apelativo al único equipo queretano de futbol profesional, es una costumbre y un rito cuyos orígenes desconocemos, pero que nos han servido de pretexto para representar las pesadillas del Cucho que, en el juguete teatral, solamente se libra de ellas con el canto matutino de esas aves de corral.

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