Cada vez que llega el 27 de marzo los actores visten sus mejores galas escénicas y sociales para festejar con lo que saben hacer: comedias, dramas, performances, títeres. En estas celebraciones, Querétaro no fue la excepción.
Años atrás, Franco Vega se encargaba de rememorar la fecha, después fue el Instituto y ahora la Secretaría de Cultura. Hará cosa de dos o tres años, que participaron prácticamente todos los actores, pero el presupuesto escaseó y, en consecuencia, en este año la programación se limitó a 19 obras.
Para festejar al teatro hay una razón: las salas, patios y plazas se llenan, lo cual quiere decir que el teatro cuenta con un público que no deja pasar la fecha; claro que, como dicen los teatreros, siendo gratis todos aceptan la invitación, sin embargo, hay que admitir que una de las tareas de las instancias oficiales es ofrecer obras artísticas a la población, tarea que en muchas ocasiones no se cumple por falta de presupuesto (para variar) o apatía burocrática.
Comparados con los auspicios oficiales que se otorgan en países desarrollados, los que se dan por estos lares son raquíticos, en consecuencia, se necesita el autofinanciamiento, lo cual le viene bien al teatro comercial y mal a los actores que intentan hacer arte, u obras experimentales o de compromiso social, porque el público falta, tal vez, porque en el centro es difícil estacionar un coche (y un 90 % de las salas se encuentra en el centro), o porque las ocupaciones cotidianas constriñen el tiempo, o simplemente porque no tomamos en cuenta la cartelera cotidiana.
Claro que en este asunto existen sus asegunes: cuando el público concurre a una obra de arte corre el riesgo de encontrar códigos tan particulares que muy pocos pueden interpretar, o si participa en un experimento puede dar con una obra fallida, puesto que los experimentos no necesariamente tienen que acertar, o puede prescindir de tal o cual obra al considerar desagradable la observación de la situación social que se expone.
Y, sin embargo, con ocasión del Día Mundial del Teatro el público responde y responde bien. Entonces sospechamos que lo que falta es numerario, pero cuando se paga precios exorbitantes por ver y oír a gente de la farándula el argumento cae de bruces y pensamos en la publicidad que atrae, y de nueva cuenta volvemos a las obligaciones que tienen las instancias oficiales de promover las expresiones que están al margen de las empresas artístico - comerciales porque estas no siempre tienen alcances culturales.
No faltará quien argumente que la calidad no llega a niveles de excelencia, pero tal decir caería en un error, porque hay actores que no cantarían mal las rancheras al lado de artistas que solamente logran cantar gracias a la ecualización. También se dirá que faltan luces, decorados deslumbrantes y efectos especiales, sin embargo, habría que recordar que el arte teatral se da en el actor y en nadie más que en el actor.
Por otra parte, un buen número de experimentos artísticos, comedias de compromiso social y costumbres populares ponen los cimientos de obras que más adelante ganarán el reconocimiento universal. No otra cosa sucedió con las premisas brechtianas o, sin ir más lejos, es lo que está sucediendo con el papel picado y las calacas de la película Coco.
Por estas y otras razones el Teatro merece honor, y como el honor es nada sin presupuesto, también merece recursos, por supuesto.