“La casa cantaba por la boca del patio. Se resumía allá el diálogo entre el cielo y la jaula. Junto con el perfume de los tamarindos se revelaban nuestras voces: / —Vamos, vamos a la huerta. Raíz de toronjil, olor a toronjil, olor de hierbabuena y albahaca. Agujas y dedales perseguían con precisión de una puntada y / trataban de apresar, en el afán de lo cotidiano: una alborada nueva: parábola del cañonazo y el lucero.” A la orilla del tiempo [1959] R. Rivas
El hábitat y sus diferencias estamentales, entre las casonas palaciegas, las casas modestas y las covachas y jacalones de la periferia. El moblaje y la decoración abigarrada del rococo; camas con doseles, biombos decorados, cofres con la ropa blanca y los paños finos; espejos y cuadros con pinturas de paisajes bucólicos o de vírgenes. A diferencia del camastro de latón, el baúl y las estampas como decoración. El petate, el cesto de mimbre, todo en un cuarto redondo. Donde está dispuesto el fogón. Estampas con devociones de santos protectores, de vírgenes y cristos, pegadas en la pared con cera de Campeche. Diferencias entre el vestido y los afeites, tan criticados como cosas mundanas y profanas por parte de los guías espirituales. Vamos a pergeñar algunos rasgos de esa historia de la cultura, de las mentalidades que nos refiere el continuo cambio, pero también la permanencia. Aquellas primeras casas a la vuelta del siglo XVII fueron construidas cada vez más complicadas y vistosas: con blasones y escudos heráldicos, balcones y hierros forjados; aunque muchas de ellas de severas mampostería en su fachada, no revelan la fantasía de sus interiores con arcos trilobulados, pinjantes, gárgolas, fuentes, escaleras señoriales. La casa, espacio íntimo de las familias queretanas, nos refieren, costumbres y otros usos de los espacios.
Intimidad. En esas casas alineadas en calles que van de oriente a poniente, de norte a sur, donde habitaban marqueses, condes, adelantados, clérigos, capitanes generales, canónigos, dueños de mayorazgos, era el espacio de la mujer en la época virreinal, empeñada en labores del hogar, con labores de tejido, en la educación de los hijos; creando y recreando recetas, bordando, patrocinadoras de rosarios, algunas en la lectura devocionarios y vidas de santos. La salida más frecuente al templo. Las casas de los barrios, verdaderos jardines, de patios asoleados, con sus norias y plantas. Francisco Antonio Navarrete señaló en 1738: [...] “Cada casa es una maceta de flores, cada jardín una primavera y cada huerta un paraíso”.
Después del portón con herrajes y aldabones, se cruzaba el pasillo con azulejería, muchas con representaciones en miniatura, otras con trazos geométricos de la simetría mudéjar. Los jardines interiores, los patios; en los balcones se nota el toque femenino al igual que en terrazas; logias adornadas con macetas cuya decoración es a base de motivos de la flora y fauna mexicana. Pasando a los salones se encontraban los muebles europeos, lámparas de plata, muros cubiertos de óleos de vírgenes y santos hispanos. En la rinconera, un detalle de fina porcelana, tibores, biombos con escenas de la vida cotidiana europea o de la ciudad de México; lámparas de aceite, alfombras persas.
Entre el mitote, el jarabe y el minueto. En tertulias o saraos donde asistían doctores, borlados, clérigos, hombres de negocios y de importantes cargos en la administración virreinal, lucían los vestidos las damas de la sociedad. Se hablaba de galeones, de filibusteros con banderas inglesas y francesas, de las galas usadas para la bendición de algún templo, de tal o cual sermón, del tiempo, de las redondillas de los poetas, sobre los nuevos bailes de salón, del ganado y la sequía. Las mujeres, conscientes del esplendor de sus atavíos, caminaban lentamente haciendo crujir su saya de raso y cuchicheaban tras la seda de sus abanicos. Los siempre frescos corredores bajos y altos, a pesar del sol estival de esta latitud, concentran los aromas por la noche: rosales, azucenas, huele de noche y madreselva.
En otras, la reunión para convivir después de la jornada laboral, en el obraje, taller o fábrica. Se organizaban fandangos y bailes que eran prohibidos por los censores inquisitoriales por la “cercanía de los cuerpos y los meneos”, haciendo caso omiso se improvisaban coplillas y bailes bailadas y cantadas al son de violines, vihuelas y arpa, el ritmo de las percusiones y el zapateado en un tapanco. Algunas Pan de Jarabe, El chuchumbé y otras. “Ya el infierno se acabó, / ya los diablos se murieron / ahora sí, chinita mía, / ya no nos condenaremos” (AGN Inq. 61.1297.3.22). Se platicaba del clima, la entrada de la canícula, los abusos en los centros fabriles y la carestía de ciertos productos. El corregidor de letras J. Ignacio Ruiz Calado en 1796 había establecido a través de una Ordenanza -que entre otras cosas-, la ronda vigilara “música en las calles, accesorias á [sic] puerta abierta, las que se forman con título de velorios, la embriaguez y los juegos, que se formaban en las vinaterías, pulquerías. Mesones, Trucos y otros parages [sic] públicos.”
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El claustro de los sueños y las quimeras. Las espaciosas recámaras de alta techumbre y recia viguería arropadas con alfombras y tapices, lucían cajas de laca china y de olorosa madera labrada donde guardan las mascadas, miniaturas, dijes y joyeles. Bargueños donde con gran cuidado y esmero doblan la ropa blanca de lino y fino encaje, aromatizada con membrillos y hojas de naranjo. En las cajas de sándalo están las colchas de Damasco exclusivas para los días de fiesta, y la ropa de "levantar". Otro cofre tachonado de hierro forjado guarda el oro y las joyas, cuyo fulgor adornar el pecho de las mujeres en ocasiones especiales. Candeleros sobre cajones, biombos enconchados con alguna representación barroca, baúles de viaje en los enormes roperos que guardan el selecto vestuario; un bellísimo peinador, el aguamanil, pintado con flores de colores; pesadas cortinas en las grandes ventanas. Camas con doseles de latón, madera y hierro. En los severos oratorios, un reclinatorio y un crucifijo; en las capillas domésticas, retablos dorados, de latón, lámina y espejería. Complementan la casa: las caballerizas, los cuartos o galeras de la servidumbre, algunas con un brocal en el pozo para el regado de la huerta; corrales, cochera, los placeres y pilas. Danzas de arcos mixtilíneos argamasa, cantera, piedra, formando caprichosas figuras. En contraste las casas de los barrios, fuera de la traza original, levantadas con diversos materiales en muladares, lomas y cerrillos. Eran de un sólo piso con sus patios enladrillados, muros de adobe con techo de tejamanil adornadas con macetas y flores, con sus gallineros y chiqueros. En esas zonas se levantaba la casa-taller del artesano y del comerciante ambulante.“ Cuelgan los helechos en las puntas heridas de los corredores. Regresamos, madre. De muro viejo a casa.” R. R.