La Vieja Palabra y su vigencia. Con resabios de la mentalidad ritual y mágica de nuestros ancestros asistimos al término de un ciclo, el término de un sexenio, el relevo de los poderes en virtud de lo que establece nuestra Constitución. Han transcurrido 214 años desde que el 16 de septiembre de 1810 México comenzara su proceso de independencia, concluido con la entrada del ejército insurgente a la CDMX el 27 de septiembre de 1821, El siguiente día fue signada el acta protocolaria para constituirse en una República. El 01 de octubre de 2024 por primera vez una mujer es investida con la banda presidencial.
Las deidades tutelares concebidas en unidades dialécticas eran creadoras pero a la vez destructoras, muchas veces sustituidas en nuevas advocaciones. En esa inercia unas serán purificadas en el “Fogón Divino”, redimidas en el sacrificio ritual o lanzadas escaleras abajo. Tlazoteotl “la comedora de inmundicias” se encargará de limpiar las impurezas, de suerte que el Tonamalatl “calendario ritual, el libro de los destinos”, siga su curso y se cumplan otros ciclos.
La vieja palabra. Nos refiere un modelo de servidor público, alguien elegido dentro de un grupo y que representa los valores, las aspiraciones y los intereses de su nación, por lo que estaba obligado a guardar un comportamiento “sabio” como de viejo, a no descansar “no colocar el ombligo”, engordar y emborracharse a costa del esfuerzo de los demás. Alguien que sabía escuchar y reflexionar, que estaba atento a quejas pero también mostraba firmeza; un dirigente, líder o guía que no debía bromear para no ser expuesto al ridículo a fin de otorgarle dignidad a la función encomendada. Por supuesto que en épocas remotas, antes de la conquista europea, las palabras serían otras para una mujer que asumía una responsabilidad -como el matrimonio-. “Ahora, deja definitivamente las niñerías, las puerilidades; ya no como niñita, ya no como criaturita has de ser; mucho respeta a la gente, vela con temor; habla bien, bien saluda a las personas. Pasa la noche en vela, toma a tu cuidado el barrer, el poner el fuego, levántate muy de madrugada, no nos pongas en vergüenza, no dañes nuestra ancianidad, no arruines la vejez de tus madres.” Por supuesto que en los tiempos que corren no se aplican estos conceptos cuando la mujer tiene otros roles y son admitidas otras diversidades e inclusiones en nuestra sociedad.
Al nuevo gobernante un saludo. El encargado de la salutación era un sacerdote que ostentaba la dignidad de Quetzalcóatl, Tláloc – Totectlamacazqui. El máximo grado en el sacerdocio nahuatlata. Por los informantes indígenas de Fray Bernardino de Sahagún, sabemos que también podía ser el orador, otro “Gran Señor”, de algún señorío aliado o bien algún embajador con alta investidura. Al dirigirse al nuevo “Gran Señor”, era motivo de una responsabilidad y un honor, toda vez que se interpelaba a un representante de la Suprema Dualidad. “Aunque hace poco te regocijabas como humano. […] ahora te has deidificado aunque eres hombre como nosotros. […] ya representas a la gente. Estás en lugar de la gente”. El ejercer el poder a través de un selecto grupo, tenía sus características, en algún momento cualquiera de ellos podía asumir tal investidura. “Nosotros tus semejantes te llevaremos al poder y te sostendremos”. Tenía claro que el despojo de esa autoridad estaba en manos de esos electores, así como la “burla” que enfrentaría. “Ya no te regocijes como en el tiempo pasado en que te dabas confiadamente al placer. Dispón tu corazón como de viejo, dignifica, has fiero tu rostro, tu vida. Estímate a ti mismo, hónrate, […] haz divina tu palabra”. Esta “antigua palabra”, cargada de sabiduría trasmitida generación tras generación, se convertía en una forma de ser y hacer en estas sociedades. El quehacer del gobernante era arduo y requería una completa entrega. […] Ahora ya eres diferente, eres respetado, eres digno de respeto, fuiste colocado aparte, estás lleno de honra, lleno de fama; eres valioso, eres admirable. [….]
En el desarrollo de esta súplica y saludo, se le hacía ver al nuevo gobernante que su actuación fuera inflexible, pero que también antepusiera la clemencia y la humildad. Que buscara el equilibrio, característica básica de un líder. Las alusiones a la estera, la silla, tenían el significado de autoridad, “desde donde se rige y gobierna”. “No hagas extravagancias en la estera, en la silla, no estés alcanzando, aunque digas ‘soy Tlatoani’, no hagas pedazos a la gente, no estés colocado sobre la gente; no arrebates las cosas, no derrames las cosas”. Se le hacía conciencia de su extracción, al reflexionar: “Ojalá vuelvas sobre ti, ojala examines, ojalá digas: ¿De dónde me levanté? ¿De dónde fui tomado?, y ahora ¿Dónde estoy? […] No vayas a decir palabras vanas, a decir bromas, a colocar el ombligo, pues las palabras vanas, las chanzas, no son del oficio. Una vez hecha la salutación vendrían otras alocuciones, el mismo gobernante recién electo se dirigía al grupo elector. Era investido con sus nuevos ropajes e insignias. También le era colocada una camisa con cuerdas como las que usaban los esclavos y se le entregaba una pluma de garza. En ese momento se escuchaba el ulular de las caracolas en todos los templos y el sonido armónico del teponaztli y el huehuetl”.
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Reflexión: El hecho histórico, con sus ceremonial y semánticas alusivas al traslado del poder ejecutivo, tiene además otro valor simbólico, pues en una sociedad con un imaginario colectivo patriarcal y que otorgaba un papel secundario a las mujeres, propiciaba que los hombres ocuparan el espacio público. Los diversos frentes de lucha a través de décadas han propiciado que muchos obstáculos se hayan superado y posibilitan que una mujer ocupe el de tlahtoani o tecuhtli. – también tlatoani-, “el que habla”, es decir, “él que ordena y manda”. En este caso: “La que ordena y manda”. Son muchos los retos que se presentan en una país complejo, plurilingüe y multicultural.
Un nuevo gobernante, una servidora pública “esclava de la comunidad” había sido investida.
Desde Anbanica - Teocalhueyacan. Octubre de MMXXIV.