¿Que de veras existirá la muerte como final total de la vida? Lo digo porque nadie puede asegurarlo con absoluta certeza. No lo sabemos. Hay quienes piensan que no hay nada más. Otros, como los que han tenido experiencias cercanas a la muerte (ECM), aseguran que la vida sigue, que hay un más allá. La única certeza que tenemos es que estamos vivos, que estamos aquí y ahora, y ojalá fuera lejos de muchos de los esquemas que lamentablemente imperan entre los humanos.
Para muchos, si el cielo existe, sería un lugar en donde el dinero cae como lluvia, un paraíso pragmático donde imperan los caprichos personales, como aquí en la Tierra. No me hallaría a gusto ahí, y como Aureliano Buendía, el de Cien años de soledad, tapizaría con billetes las habitaciones en que me encontrara nada más para desprestigiar dicho concepto. Dudo de los mitos, de todos los mitos, me apego más a lo concreto y terrestre, que en principio sería la forma de caminar hacia el cielo.
Tío, me duele saber que no te pusimos nada en la caja donde te enterramos, que no te pusimos unas buenas botellas del tequila que tanto te gustaba. Los complejos de culpa se asoman diciendo, gritando a cada paso, que hicimos mal. Aunque otras vocecillas me dicen que no pasa nada, que no hubiera valido la pena, para qué si los fallecidos no se llevan absolutamente nada. Pero, también es cierto que porqué no habríamos de luchar hasta el último instante los que quedamos vivos y que sabemos lo que al muerto le gustaba. Un gusto o salvamento de conciencia para los que nos quedamos. Porqué no buscar hasta la tumba la felicidad.
¿Qué botones hay que apretar para que evolucionemos la conciencia? El próximo reto a vencer es la muerte. Para lograrlo, hemos de enfrentar pruebas muy duras, que tienen mil formas y variantes. Y si nunca fuera posible superar la muerte, cuando menos fue hermoso haberlo soñado, porque los sueños vienen de lo más remoto que tenemos, son lo heredado ancestral y genéticamente, son el recuerdo instintivo de la historia de nuestra sangre más lejana. Son el inconsciente colectivo proyectado en pantalla nocturna sobre los párpados.
Vivir intensamente, pero ¿qué significa intensamente? Integrarse permanentemente al espacio, a la materia y energía de las que provenimos. Ya existíamos antes, somos interser, antes fuimos otras cosas, otra materia, por eso amamos instintivamente tanto la vida. No éramos como ahora, sino otras formas, unas centenas de millones de átomos originados quién sabe en dónde. Polvo de estrellas. Vivir, sabernos diferentes, transformados, quizá evolucionados. Rescatando lo plenamente humano, todo lo que los sistemas sociales han querido borrarnos.
Lo que nos rodea nos construye, estamos enlazados a cada uno de los otros, y cada uno muere un poco a diario. Y sobrevivimos y vivimos aunque la represión y la dominación nos coloquen en situaciones apremiantes. Hasta el último momento podemos crear y vivir intensamente, y cuando morimos, nuestras acciones, acertadas o no, dejarán huella por varios años más. Montamos en los hombros de otros para ver más lejos. El presente es pasado, el futuro es presente. Esto es la vida y la muerte. Trazar tu línea, como aconsejó Johann Wolfgang von Goethe “Traza tu círculo y cava lo más hondo”. Crear para vivir.
Tengo recuerdos muy vívidos de ti, me llegan como si fueran alucinaciones de tiempos remotos. Tío, siento tu vibración cual si estuvieras presente. Sé que nada es casual, ni siquiera este gusano que quedó aplastado entre las páginas de mi libro del I Ching. Alucino y veo a unos hombres que discuten, son sabios, han pensado y escrito mucho. Mientras hablan no pueden evitar un fuego que amenaza a sus palabras y a sus papiros legendarios.Tú fuiste uno de esos hombres. El entusiasmo siempre es entusiasmo porque viene de Dios, en-Theos.
Recuerdo que en Navidad navegabas en alcohol recitando un poema de Julio Sesto: Las abandonadas. Algunos te escuchaban, otros no pelaban, otros se reían. Me sentía avergonzado de que provocaras burlas, pero me di cuenta, pude captar tu entusiasmo vital… o tu afán de ofender, de humillar a esas mujeres que se quedaron perdidas en la vida anhelando un amor que no llegaba, esperando una promesa de matrimonio que nunca se cumpliría … Las abandonadas… y lo parafraseabas después diciendo: “Cómo me dan pena las abandonadas, que van rodando por el mundo como llantas usadas”. No lo entendía bien, era un chamaco, incluso me llegué a reír. Sólo muchos años después entendí de qué se trataba. Una ironía descarnada, cruel, pegando en el corazón de quien tú bien sabías. Un viaje feroz, permanente, un dolor profundo, deseos de venganza, de borrar la afrenta, la vergüenza, el abuso, un viraje. Chamanes y brujos volando en el cielo, alcohol sobre fotos con fuego para hacer regresar al ser amado, María Sabina, trueno y tierra, caldo primigenio, rayos y centellas, terremotos, el ambiente propicio para la creación que nos dio forma a mí y a mis hermanos. Estamos aquí parados frente a tu caja mortuoria. Mucho se ha dicho que al fallecido le pasan por enfrente todos los hechos de su vida como si fuera una película. Pero no le sucede sólo al muerto, también a los que se quedan y lo rodean. Los recuerdos claros o borrosos desfilan también ante nuestros ojos.
La vida alguna vez terminará y al mismo tiempo estará surgiendo en otro sitio, sin relámpagos ni sacudidas, en formas totalmente desconocidas e innombrables, pero que atraviesan la nada y lo ancestral, lo inolvidable. Vivir, incluso aunque no exista algo después de la muerte, ¿verdad, tío? Con tranquilidad, sin angustia, con inhalaciones profundas, con meditación. El culto a los muertos es un viva a la vida.
Arrancar etiquetas y cadenas para pensar libremente. No más. Música suave para dominar el salto que nos libere de dioses y pantomimas aliados del poder abstruso. Síguele el rastro a un solo acto, y observa hasta dónde se relaciona. Recupera la memoria a cada paso porque cada línea que escribo podría ser la última. Lo que no se puede detener es nuestro perpetuo cambio. Estos textos son crípticos mientras nadie los lea.