/ miércoles 15 de junio de 2022

El funeral de un hombre solo IV

Vitral

Algunos podrían resumir esta experiencia de vida como un simple fracaso porque no son capaces de ver la cara que muestra a un hombre que se negó a ser explotado brutalmente por el sistema, pero ¿si el sistema es todo lo que nos rodea y en dónde nos movemos será posible esto? Hablo de seres que no quieren malbaratar su trabajo y que deciden tomar cualquier otra vía que no sea la estándar, que no encuentran opciones y que finalmente tienen que morder el polvo haciendo lo que el sistema les propone para ganar unos pesos, un mendrugo de pan. No les queda otra más que aceptar esa posibilidad como el máximo anhelo de la vida. En el caso de mi tío fue el aceptar un trabajo de burócrata para poder comer y sobrevivir. Y nada más. Arte, cine, canto, escritura, ¡bah!, eso es para locos, o para unos cuantos afortunados.

En esa escena veo colgado a un hombre, sonriente, fuerte, valiente, nadando en alcohol. Y en el supuesto de que hubiera sido un haragán que no trabajaba, porqué no ver la otra cara que indica que quizás se trató de alguien que se negó a regalarle su riqueza y fuerza de trabajo a otros que a cambio le retribuirían un mísero salario y mucho control. Un hombre así puede ser el principio de un hombre rebelde, y tiene que ser amansado como sea. Y para ese hombre desarmado la única respuesta es no trabajar para el sistema, ser un huevón. Para algunos esa palabra resulta hermosa. Quizá habría que ir por el camino utópico que planteó Paul Lafargue, en El derecho a la pereza, una profunda crítica a la glorificación del trabajo. “Colgado, tardado, perezoso”, pero es que desde antes mi tío había sido colgado ya y condenado a ser uno más. Pero él se negó toda su vida a ser un lacayo silencioso y pasivo del sistema, salvo al final, en donde ya sólo sus esperanzas de librarse algún día de la burocracia lo alimentaban, pero ya no pudo, sus años fueron pocos y ya no le alcanzaron para reponerse. Digamos que se le hizo tarde muy temprano, o que se le hizo temprano cuando ya era muy tarde.

Aquella fue una época clave en mi vida, tenía tan sólo nueve años y consideraba esa edad como la mejor. Me parecía tener aventuras maravillosas porque para un niño todo es grande. Los primeros amores platónicos, mi perro pastor alemán llamado Lobo, los primeros amigos, los juegos en el patio. Por aquel tiempo viviste con nosotros, ignoro porqué. No sé cuándo ni cómo me di cuenta que eras alcohólico. Había visto gente bebiendo, riendo, y sirviéndose de la bebida espirituosa. Como que trataban de mantener la cordura, pero en el querido barrio de la Portales fui atestiguando día tras día gente briaga que sufría cruda tras cruda. Para colmo y de manera insólita había una gran cantina y una pulquería en la esquina de mi casa. Así que por mi calle desfilaban una buena cantidad de borrachos a toda hora.

El caso es que tú estabas una vez más en nuestra casa. Regresos y partidas, pleitos, separaciones y reconciliaciones. Recuerdo que cuando ya estabas bien tomado la trompa se te deformaba y hablabas mascullando las palabras. Como buen burócrata te daban los días festivos oficiales y entonces regresabas a la casa, con tu paso lento, tu portafolio, después de haber visitado dos que tres cantinas. A veces traías una bolsa de pan dulce y bolillos, pero no tenías hambre, y para abrir apetito sacabas una botella de tequila, bebías grandes tragos a pelo y argumentabas que sólo era un aperitivo.

Durante algún tiempo, debido a las ausencias de mi padre por causa de su trabajo, fuiste casi nuestra figura paterna. Los niños no pueden esperar, y toman de donde pueden las figuras y arquetipos que requieren para la construcción de su psique. Por eso mismo es importante traer a cuento todas estas vivencias, incluso las que parecen insignificantes. Es importante no olvidar, porque perder la memoria equivale a morir. Ahora ya no puedes mover un solo hilo de la vida ni a favor ni en contra, pero a mí la memoria me permite reestructurar y descubrir lo que dejaste en tu camino, para sacar enseñanzas para el mío. Los que te conocimos no te olvidamos, y como en todo, unos te consideraban un viejo borracho, burócrata y fanfarrón, otros te veían como la alegría encuerada, inquieto, ingenioso. Dos visiones lejanas y cercanas a la vez. Falsas y verdaderas.

La casa donde uno vive es un imperio en donde nuestros ejemplos principales son los adultos que en ella habitan. No lo que aconsejan, sino lo que hacen. Ahí vamos creciendo, paso a paso, y desde ahí tenemos las primeras imágenes de la vida. Así pude constatar, con asombro, en las primeras veces que te vi fuera de casa, que tenías una actitud muy diferente. Adentro siempre tomabas la iniciativa, en cambio afuera eras dócil ¿Qué pasaba? ¿venías en decadencia? Ya no eras el tipo retador, al que escuché e imaginé mientras nos contaba sus aventuras, el que peleaba con bandidos, el que tocaba mejor que nadie el contrabajo. La gente te amaba, odiaba y respetaba, en cambio después pasaste a la espera de lo que te quisieran conceder.

Recuerdo, porque lo pude visualizar completamente, cuando contaste que la Medalla Milagrosa te hizo invisible a los bandidos que venían directos a ti para atracarte. Todavía estabas en el rancho, habías mandado a la goma los estudios y te dedicabas a comerciar allá en Zacatecas. Al dar vuelta en una loma los viste venir en los caballos a todo galope, el polvo se levantaba, seco y caliente, por los cascos de los caballos, Tú te encomendaste y comenzaste a orar a la Medallita que te había regalado tu mamá:

Oh Medalla de María Milagrosa, sé mi escudo y protección contra todo dardo incendiario del maligno. Que mi ser físico y espiritual a través de tu medalla, permanezcan unidos a ti, Madre Milagrosa.

Que tu santa medalla me libre de todo mal y peligro; que tu santa medalla me proteja de toda enfermedad, pestes y virus; que al invocar tu santa plegaria: "Oh María concebida sin pecado, rogad por nosotros que recurrimos a Ti", sea yo, mi familia y seres queridos, protegidos de toda calamidad y muerte imprevista.

Y de manera insólita, los ladrones tomaron por otro camino cercano y ni siquiera voltearon a verte. Tu cargamento llegó a salvo. Esos caminos estaban plagados de salteadores y nunca te pasó nada.

Algunos podrían resumir esta experiencia de vida como un simple fracaso porque no son capaces de ver la cara que muestra a un hombre que se negó a ser explotado brutalmente por el sistema, pero ¿si el sistema es todo lo que nos rodea y en dónde nos movemos será posible esto? Hablo de seres que no quieren malbaratar su trabajo y que deciden tomar cualquier otra vía que no sea la estándar, que no encuentran opciones y que finalmente tienen que morder el polvo haciendo lo que el sistema les propone para ganar unos pesos, un mendrugo de pan. No les queda otra más que aceptar esa posibilidad como el máximo anhelo de la vida. En el caso de mi tío fue el aceptar un trabajo de burócrata para poder comer y sobrevivir. Y nada más. Arte, cine, canto, escritura, ¡bah!, eso es para locos, o para unos cuantos afortunados.

En esa escena veo colgado a un hombre, sonriente, fuerte, valiente, nadando en alcohol. Y en el supuesto de que hubiera sido un haragán que no trabajaba, porqué no ver la otra cara que indica que quizás se trató de alguien que se negó a regalarle su riqueza y fuerza de trabajo a otros que a cambio le retribuirían un mísero salario y mucho control. Un hombre así puede ser el principio de un hombre rebelde, y tiene que ser amansado como sea. Y para ese hombre desarmado la única respuesta es no trabajar para el sistema, ser un huevón. Para algunos esa palabra resulta hermosa. Quizá habría que ir por el camino utópico que planteó Paul Lafargue, en El derecho a la pereza, una profunda crítica a la glorificación del trabajo. “Colgado, tardado, perezoso”, pero es que desde antes mi tío había sido colgado ya y condenado a ser uno más. Pero él se negó toda su vida a ser un lacayo silencioso y pasivo del sistema, salvo al final, en donde ya sólo sus esperanzas de librarse algún día de la burocracia lo alimentaban, pero ya no pudo, sus años fueron pocos y ya no le alcanzaron para reponerse. Digamos que se le hizo tarde muy temprano, o que se le hizo temprano cuando ya era muy tarde.

Aquella fue una época clave en mi vida, tenía tan sólo nueve años y consideraba esa edad como la mejor. Me parecía tener aventuras maravillosas porque para un niño todo es grande. Los primeros amores platónicos, mi perro pastor alemán llamado Lobo, los primeros amigos, los juegos en el patio. Por aquel tiempo viviste con nosotros, ignoro porqué. No sé cuándo ni cómo me di cuenta que eras alcohólico. Había visto gente bebiendo, riendo, y sirviéndose de la bebida espirituosa. Como que trataban de mantener la cordura, pero en el querido barrio de la Portales fui atestiguando día tras día gente briaga que sufría cruda tras cruda. Para colmo y de manera insólita había una gran cantina y una pulquería en la esquina de mi casa. Así que por mi calle desfilaban una buena cantidad de borrachos a toda hora.

El caso es que tú estabas una vez más en nuestra casa. Regresos y partidas, pleitos, separaciones y reconciliaciones. Recuerdo que cuando ya estabas bien tomado la trompa se te deformaba y hablabas mascullando las palabras. Como buen burócrata te daban los días festivos oficiales y entonces regresabas a la casa, con tu paso lento, tu portafolio, después de haber visitado dos que tres cantinas. A veces traías una bolsa de pan dulce y bolillos, pero no tenías hambre, y para abrir apetito sacabas una botella de tequila, bebías grandes tragos a pelo y argumentabas que sólo era un aperitivo.

Durante algún tiempo, debido a las ausencias de mi padre por causa de su trabajo, fuiste casi nuestra figura paterna. Los niños no pueden esperar, y toman de donde pueden las figuras y arquetipos que requieren para la construcción de su psique. Por eso mismo es importante traer a cuento todas estas vivencias, incluso las que parecen insignificantes. Es importante no olvidar, porque perder la memoria equivale a morir. Ahora ya no puedes mover un solo hilo de la vida ni a favor ni en contra, pero a mí la memoria me permite reestructurar y descubrir lo que dejaste en tu camino, para sacar enseñanzas para el mío. Los que te conocimos no te olvidamos, y como en todo, unos te consideraban un viejo borracho, burócrata y fanfarrón, otros te veían como la alegría encuerada, inquieto, ingenioso. Dos visiones lejanas y cercanas a la vez. Falsas y verdaderas.

La casa donde uno vive es un imperio en donde nuestros ejemplos principales son los adultos que en ella habitan. No lo que aconsejan, sino lo que hacen. Ahí vamos creciendo, paso a paso, y desde ahí tenemos las primeras imágenes de la vida. Así pude constatar, con asombro, en las primeras veces que te vi fuera de casa, que tenías una actitud muy diferente. Adentro siempre tomabas la iniciativa, en cambio afuera eras dócil ¿Qué pasaba? ¿venías en decadencia? Ya no eras el tipo retador, al que escuché e imaginé mientras nos contaba sus aventuras, el que peleaba con bandidos, el que tocaba mejor que nadie el contrabajo. La gente te amaba, odiaba y respetaba, en cambio después pasaste a la espera de lo que te quisieran conceder.

Recuerdo, porque lo pude visualizar completamente, cuando contaste que la Medalla Milagrosa te hizo invisible a los bandidos que venían directos a ti para atracarte. Todavía estabas en el rancho, habías mandado a la goma los estudios y te dedicabas a comerciar allá en Zacatecas. Al dar vuelta en una loma los viste venir en los caballos a todo galope, el polvo se levantaba, seco y caliente, por los cascos de los caballos, Tú te encomendaste y comenzaste a orar a la Medallita que te había regalado tu mamá:

Oh Medalla de María Milagrosa, sé mi escudo y protección contra todo dardo incendiario del maligno. Que mi ser físico y espiritual a través de tu medalla, permanezcan unidos a ti, Madre Milagrosa.

Que tu santa medalla me libre de todo mal y peligro; que tu santa medalla me proteja de toda enfermedad, pestes y virus; que al invocar tu santa plegaria: "Oh María concebida sin pecado, rogad por nosotros que recurrimos a Ti", sea yo, mi familia y seres queridos, protegidos de toda calamidad y muerte imprevista.

Y de manera insólita, los ladrones tomaron por otro camino cercano y ni siquiera voltearon a verte. Tu cargamento llegó a salvo. Esos caminos estaban plagados de salteadores y nunca te pasó nada.

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