/ miércoles 22 de junio de 2022

El funeral de un hombre solo V

Vitral

El número seis me ha perseguido desde que escribo de ti. ¿Azar, coincidencia, señal?

El azar … rompe con la razón y constituye algo así como un eterno retorno, una diferencia itinerante, un distanciamiento de lo mismo. En palabras del propio Nietzsche en Así habló Zaratustra: `si alguna vez jugué a los dados con los dioses sobre la divina mesa de la tierra, de tal manera que la tierra tembló, y se resquebraja y arrojó resoplando fuegos de río (…), oh, ¿cómo no iba yo anhelar la eternidad y el nupcial anillo de los anillos, el anillo del retorno?” El azar, el pensamiento como azar y no sometido a la ley … Es el azar lo no-pensable, lo no-unificable, aquello en donde los fragmentos se unen sin llegar a formar una figura espacial, concebido Y por nuestros dispositivos de comprensión y nuestros discursos históricamente construidos. El azar nietzscheano nos entrega la no-unidad que reúne las piezas de los diferentes sucesos sin constituir por ello un relato, sin acceder a una figura pensable: el azar como los no-conceptual, lo no- reducible, compuesto asimismo de pedazos que no conspiran por alcanzar el uno, sino por dispersarlo. Un azar que no comprende una totalidad, sino que apunta a un juego cuyas reglas no han sido escritas. Este azar sirve de base en la filosofía nietzscheana para romper con la causalidad con la unidad y con el ser.

Tengo que releer a Nietzsche, cuánto me ha aportado para comprender diversos aspectos de la vida. Qué hubiera sido de ti si hubieras leído a este filósofo. Bah, “hubiera”, que palabra tan vana. Aunque a veces pienso que vale la pena reflexionar sobre el “hubiera”, si lo refiero al tiempo presente y saco las enseñanzas entre lo que pudo haber sido y no fue, y entre lo que puede ser aquí y ahora. Tú, que abandonaste la escuela en la primaria, porque ya no te gustó, porque te aburría, pero que aún así siempre manifestaste interés por el conocimiento y hasta por temas filosóficos, aunque de forma muy confusa y, brumosa. O al menos yo lo percibía así. Por ejemplo, cuando te escuché hablar de la negación de la negación, un tema eminentemente filosófico, y que llegué a pensar que se trataba de uno de tus alucines, pero con el paso del tiempo y averiguando vine a saber que el tema existía, y que se refería a un tema hegeliano parte clave de su sistema filosófico.

… en este sentido, la esencia de la negación consiste en que en el mundo material tiene lugar un proceso constante de renovación, de perecimiento de los viejos fenómenos y de surgimiento de otros nuevos. La sustitución de lo viejo con lo nuevo es su negación.

Tío, ¿en dónde habrás escuchado acerca de este tema, quién lo citó, porque te interesó tanto a grado tal que siempre lo repetías estando borracho, porqué no lo llevaste a un mayor desarrollo, qué te falto?nAh, todas esas preguntas me carcomen el alma, porque atestiguo muchas posibilidades truncadas. Y vuelvo a citar las palabras de mi madre cuando te decía: “la tomadera no te va a dejar hacer nada bueno”. Quizá por aquellas tus palabras me interesa tanto ahora la filosofía, quizá sembraron en nosotros las semillas de la indagación, de la búsqueda. Y fueron expresadas en tremendas borracheras, así que quizá no todo esté perdido en cada situación, aún en las más aberrantes. También hablabas del Ser, el Dasein, tema denso y heidegeriano por excelencia, pero nunca te oí mencionar los nombres de Nietzsche, Hegel, o Heidegger, no tomaste directamente de ellos estos conceptos, ¿a quién se los escucharías, fue en torno de una mesa de cantina, en la banca de los extras de cine esperando un llamado? ¿O los leíste en alguno de los libros que tenías escondidos y que decías que algún día me los darías cuando creciera? No lo sé, el caso es que escuché esas frases, palabras y conceptos, esos principios de ideas fenomenales y majestuosas de tus alcoholizados labios, y cuyo fruto fue, unos pocos años más tarde, nuestro interés por estos temas.

Te escuché también en otras borracheras criticar ácidamente a Raúl Velasco y a toda la televisión comercial, no los bajabas de estupidizantes. Bueno, hasta al Papa –figura intocable en esos tiempos–, te escuché cuestionarlo, lo retabas. Ahora, el seis, el número seis por todos lados. 16 de julio, día en que naciste; página 66 de Octavio Paz de El laberinto de la soledad, la muerte a los 66 años, nueve con 16 minutos de la mañana, este escrito comenzó con un seis; mi libro del I Ching que tiene escrito como fecha de adquisición el 16 de julio.

La muerte es la síntesis de la plenitud y el Vacío. Mil lágrimas posteriores a ella no equivalen a lo que no se dijo en vida a la persona. Cuando era niño le tenía un miedo pavoroso a esa idea que en la iglesia nos inculcaban respecto a vivir para siempre. En fin, no sabemos si mañana estaremos aquí, y no me gusta que la idea de Dios provoque miedo, y no sé si el cielo sea el lugar en donde podré volver a ver a todos los seres que he querido y que ya no están aquí. Cuando me entran las dudas me siento mal, incómodo, porque luego pienso que no vale la pena nacer si vamos a morir, y que toda obra que hagamos, si es que hacemos, no sirve de nada. Pero luego ya me repongo, y recuerdo que tú creías en cosa metafísicas, en los horóscopos, por ejemplo, creías que de verdad regían tu vida. Asegurabas haber nacido en el mejor día zodiacalmente hablando. Eras del signo cáncer, el de la nobleza –decías–, del estoicismo. También asegurabas, y cómo me alucinaba, que las horas del día eran muy importantes. Afirmabas que en ellas está atrapado el secreto de lo vegetal, de las piedras y de la vida. Que si cortamos una planta a la hora que le corresponde logrará mejor efecto para lo que se requiera. Y me volvías a hablar de tus libros como el de Paracelso Botánica oculta, las plantas mágicas, o ese otro titulado Plantas que curan, plantas que matan, de P. A. Carvajal, y otros como El Enchiridion, el libro secreto de Carlomagno, ahí encontrarás, dijiste, cómo conquistar a las mujeres, cómo volverte invisible, cómo hacer que te salgan otra vez los dientes, y otras muchas maravillas.

El número seis me ha perseguido desde que escribo de ti. ¿Azar, coincidencia, señal?

El azar … rompe con la razón y constituye algo así como un eterno retorno, una diferencia itinerante, un distanciamiento de lo mismo. En palabras del propio Nietzsche en Así habló Zaratustra: `si alguna vez jugué a los dados con los dioses sobre la divina mesa de la tierra, de tal manera que la tierra tembló, y se resquebraja y arrojó resoplando fuegos de río (…), oh, ¿cómo no iba yo anhelar la eternidad y el nupcial anillo de los anillos, el anillo del retorno?” El azar, el pensamiento como azar y no sometido a la ley … Es el azar lo no-pensable, lo no-unificable, aquello en donde los fragmentos se unen sin llegar a formar una figura espacial, concebido Y por nuestros dispositivos de comprensión y nuestros discursos históricamente construidos. El azar nietzscheano nos entrega la no-unidad que reúne las piezas de los diferentes sucesos sin constituir por ello un relato, sin acceder a una figura pensable: el azar como los no-conceptual, lo no- reducible, compuesto asimismo de pedazos que no conspiran por alcanzar el uno, sino por dispersarlo. Un azar que no comprende una totalidad, sino que apunta a un juego cuyas reglas no han sido escritas. Este azar sirve de base en la filosofía nietzscheana para romper con la causalidad con la unidad y con el ser.

Tengo que releer a Nietzsche, cuánto me ha aportado para comprender diversos aspectos de la vida. Qué hubiera sido de ti si hubieras leído a este filósofo. Bah, “hubiera”, que palabra tan vana. Aunque a veces pienso que vale la pena reflexionar sobre el “hubiera”, si lo refiero al tiempo presente y saco las enseñanzas entre lo que pudo haber sido y no fue, y entre lo que puede ser aquí y ahora. Tú, que abandonaste la escuela en la primaria, porque ya no te gustó, porque te aburría, pero que aún así siempre manifestaste interés por el conocimiento y hasta por temas filosóficos, aunque de forma muy confusa y, brumosa. O al menos yo lo percibía así. Por ejemplo, cuando te escuché hablar de la negación de la negación, un tema eminentemente filosófico, y que llegué a pensar que se trataba de uno de tus alucines, pero con el paso del tiempo y averiguando vine a saber que el tema existía, y que se refería a un tema hegeliano parte clave de su sistema filosófico.

… en este sentido, la esencia de la negación consiste en que en el mundo material tiene lugar un proceso constante de renovación, de perecimiento de los viejos fenómenos y de surgimiento de otros nuevos. La sustitución de lo viejo con lo nuevo es su negación.

Tío, ¿en dónde habrás escuchado acerca de este tema, quién lo citó, porque te interesó tanto a grado tal que siempre lo repetías estando borracho, porqué no lo llevaste a un mayor desarrollo, qué te falto?nAh, todas esas preguntas me carcomen el alma, porque atestiguo muchas posibilidades truncadas. Y vuelvo a citar las palabras de mi madre cuando te decía: “la tomadera no te va a dejar hacer nada bueno”. Quizá por aquellas tus palabras me interesa tanto ahora la filosofía, quizá sembraron en nosotros las semillas de la indagación, de la búsqueda. Y fueron expresadas en tremendas borracheras, así que quizá no todo esté perdido en cada situación, aún en las más aberrantes. También hablabas del Ser, el Dasein, tema denso y heidegeriano por excelencia, pero nunca te oí mencionar los nombres de Nietzsche, Hegel, o Heidegger, no tomaste directamente de ellos estos conceptos, ¿a quién se los escucharías, fue en torno de una mesa de cantina, en la banca de los extras de cine esperando un llamado? ¿O los leíste en alguno de los libros que tenías escondidos y que decías que algún día me los darías cuando creciera? No lo sé, el caso es que escuché esas frases, palabras y conceptos, esos principios de ideas fenomenales y majestuosas de tus alcoholizados labios, y cuyo fruto fue, unos pocos años más tarde, nuestro interés por estos temas.

Te escuché también en otras borracheras criticar ácidamente a Raúl Velasco y a toda la televisión comercial, no los bajabas de estupidizantes. Bueno, hasta al Papa –figura intocable en esos tiempos–, te escuché cuestionarlo, lo retabas. Ahora, el seis, el número seis por todos lados. 16 de julio, día en que naciste; página 66 de Octavio Paz de El laberinto de la soledad, la muerte a los 66 años, nueve con 16 minutos de la mañana, este escrito comenzó con un seis; mi libro del I Ching que tiene escrito como fecha de adquisición el 16 de julio.

La muerte es la síntesis de la plenitud y el Vacío. Mil lágrimas posteriores a ella no equivalen a lo que no se dijo en vida a la persona. Cuando era niño le tenía un miedo pavoroso a esa idea que en la iglesia nos inculcaban respecto a vivir para siempre. En fin, no sabemos si mañana estaremos aquí, y no me gusta que la idea de Dios provoque miedo, y no sé si el cielo sea el lugar en donde podré volver a ver a todos los seres que he querido y que ya no están aquí. Cuando me entran las dudas me siento mal, incómodo, porque luego pienso que no vale la pena nacer si vamos a morir, y que toda obra que hagamos, si es que hacemos, no sirve de nada. Pero luego ya me repongo, y recuerdo que tú creías en cosa metafísicas, en los horóscopos, por ejemplo, creías que de verdad regían tu vida. Asegurabas haber nacido en el mejor día zodiacalmente hablando. Eras del signo cáncer, el de la nobleza –decías–, del estoicismo. También asegurabas, y cómo me alucinaba, que las horas del día eran muy importantes. Afirmabas que en ellas está atrapado el secreto de lo vegetal, de las piedras y de la vida. Que si cortamos una planta a la hora que le corresponde logrará mejor efecto para lo que se requiera. Y me volvías a hablar de tus libros como el de Paracelso Botánica oculta, las plantas mágicas, o ese otro titulado Plantas que curan, plantas que matan, de P. A. Carvajal, y otros como El Enchiridion, el libro secreto de Carlomagno, ahí encontrarás, dijiste, cómo conquistar a las mujeres, cómo volverte invisible, cómo hacer que te salgan otra vez los dientes, y otras muchas maravillas.

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