/ miércoles 29 de junio de 2022

El funeral de un hombre solo VI

Vitral


Libros deseados, anhelados, que marcaron profundamente el imaginario de nuestras vidas y que quizá, hasta ahora me doy cuenta, pudieron haber influido en nuestras vocaciones e intereses. Por ejemplo, poco tiempo después, siendo un chamaco quizá de 12 años, me puse a averiguar quiénes eran Paracelso y Carlomagno, personajes que tanto me impresionaron. Así que, sin tu permiso, abrí los cajones y eché un vistazo clandestino a esos libros misteriosos. Luego conseguí unas biografías de ellos y me dejaron tal huella que hasta la fecha creo mucho en que las plantas son poderosas, y también en que hay secretos ocultos que no son para todos.

El caso es que así nos hablabas desde niños, siempre con una perspectiva amplia, loca, surgida del autodidactismo. Ideas que justificabas diciendo que estaban establecidas mundialmente. La palabra viejo no era para ti, nunca te aluciné anciano, sería que siempre me pareció ver ese trueno y ese viento en tus creaciones, tus obras de teatro, poemas, canciones.

Cuántas paredes de mierda nos impidieron conocernos, cuántas preguntas quedaron en el aire. Ahora, en cada ser humano distinto a ti trato de encontrar respuestas. Desde tu muerte estoy más acelerado porque reflexioné acerca del valor de la vida, nada es más valioso. Acá siguen María, Imelda P., Cristina y todas las demás. Ya no las podrás ver, pero lo haré yo, igual que aquella noche en que dejé abierta una novela y se salieron todos los personajes para armar un reventón en mi recámara. Son las cuatro de la mañana, es buena hora para sacar todo afuera e intentar desenmarañar la madeja del tequilero tiburón, tlacuache, tiliche, Tarzán, de mi tío.

*

Fue uno de esos días de la rutina diaria cuando el tío llegó una vez más bien borracho a la casa. Dicen que los días en que aparentemente no pasa nada son los mejores, los más tranquilos. Primero estuvo bien contento, a todo dar, cantando, repartiendo dulces y monedas, pero entre más se servía de la botella más loco se ponía. El pomo bajaba su nivel y era como la marea del mar cuando desciende, muchas cosas van quedando al descubierto. En este caso, cosas del inconsciente que el alcohol revela. Rencores ocultos, odios escondidos, deseos insatisfechos y toda una maraña de sucesos que ese coctel explosivo desnuda. El tío pasó de la risa, de sus hermosas carcajadas, a los reproches airados porque decía que su hermana se había casado con un don nadie, mediocre, cobarde, según él. Que había sido un aprovechado, abusivo, mentiroso que le había prometido matrimonio a su hermana sin haberle cumplido. En esos años, los setentas del siglo veinte, todavía sonaba muy fuerte aquello de la honra de una mujer.

Mientras más hablaba más se le subía la sangre a la cabeza, y más barbaridades profería, La comida esperaba sobre la mesa, se enfriaba, y el tío se calentaba más y más. La madre, acostumbrada a panchos permanentes por el estilo, guardaba silencio. Él empezó a golpear la mesa, azotó un vaso contra la pared y a gritar toda clase de maldiciones. Los vidrios quedaron regados por todas partes, ya ven que tienen la peculiaridad de brincar a los lugares más insólitos. Al ver que la mamá ni lo pelaba comenzó a tratarla de infame, traicionera, vendida. Le reprochaba haberse entregado a ese hombre así como así, era una infamia, una vergüenza, pues qué clase de mujer era. Vociferaba que era una ingrata, todavía que él la había traído para México huyendo de donde estaba arrimada y la había apoyado en todo, al final, le había salido con su domingo siete, había traicionado el prestigio familiar. Como ella ni volteaba a verlo se acercó con ánimos nada bondadosos gritándole su frasecita esa de “cómo me dan las abandonadas que van rodando por el mundo como llantas usadas”. El caso era estar jeringando, escupiendo toda su rabia, dolor y frustración, porque en aquellos tiempos las mujeres tenían que salir de su casa de blanco, castas y puras, según esto. El tío jaló a su hermana por el hombro, la volteó y le empezó a escupir una serie de improperios cargados de todo el rencor que le guardaba. La madre se volteó otra vez hacia la estufa y sólo alcanzó a decir “ya déjame en paz” antes de que un brutal golpe a mano cerrada cayera sobre su ojo izquierdo. Fue a rebotar contra el fregadero y de ahí al suelo. De pronto, los sobrinos que habían observado toda la escena, sintieron que les prendían fuego. Su mamá, su hermosa y amorosa madre, había sido atacada salvajemente. Qué clase de patán ataca así a una mujer, su hermana, indefensa y sin posibilidad de defenderse.

El hijo mayor también explotó en una turba de ira. Amaba a su tío, a pesar de todo, pero esto no se lo toleraría. Su madre era primero, antes que nada. Estaba sentado en la mesa donde había platos de comida, refrescos, vasos y botellas de tequila y brandy barato. La rabia se apoderó de él y de un manotazo tiro todo al suelo al tiempo que gritaba “sabes qué, ya estuvo, a mi jefa no le vas a pegar”. El otro sobrino también se armó de valor. Casi sin darse cuenta, se vieron armados con palos de escobas, interpuestos entre su madre y ėl, en una actitud de ataque en defensa propia que el tío nunca esperó. Le gritaron “ya mejor vete de aquí”. El hombre se sorprendió, pero enseguida con un tono burlón dijo “ah, sí, chamaco pendejo, quítate de aquí”, aventando el sobrino a varios metros de distancia. El chavo se levantó rapidísimo y otra vez arremetió. “ Dije que la dejes. Aunque seas mi tío vamos a tener que pegarte”. El tío sonrío sarcásticamente y propinó una patada a la mujer. Así que, aún con los remordimientos que sentían, los sobrinos se abalanzaron sobre el tío y lo empezaron a apalear. El hombre perdió el equilibrio, y lo fueron empujando hacia la puerta y luego lo siguieron tundiendo hasta la salida de la vecindad. Le aventaron sus cosas, que la mamá había sacado, y el tío se fue. En muchos y largos meses no volvieron a saber de él.


https://escritosdealfonsofrancotiscareno.blogspot.com


Libros deseados, anhelados, que marcaron profundamente el imaginario de nuestras vidas y que quizá, hasta ahora me doy cuenta, pudieron haber influido en nuestras vocaciones e intereses. Por ejemplo, poco tiempo después, siendo un chamaco quizá de 12 años, me puse a averiguar quiénes eran Paracelso y Carlomagno, personajes que tanto me impresionaron. Así que, sin tu permiso, abrí los cajones y eché un vistazo clandestino a esos libros misteriosos. Luego conseguí unas biografías de ellos y me dejaron tal huella que hasta la fecha creo mucho en que las plantas son poderosas, y también en que hay secretos ocultos que no son para todos.

El caso es que así nos hablabas desde niños, siempre con una perspectiva amplia, loca, surgida del autodidactismo. Ideas que justificabas diciendo que estaban establecidas mundialmente. La palabra viejo no era para ti, nunca te aluciné anciano, sería que siempre me pareció ver ese trueno y ese viento en tus creaciones, tus obras de teatro, poemas, canciones.

Cuántas paredes de mierda nos impidieron conocernos, cuántas preguntas quedaron en el aire. Ahora, en cada ser humano distinto a ti trato de encontrar respuestas. Desde tu muerte estoy más acelerado porque reflexioné acerca del valor de la vida, nada es más valioso. Acá siguen María, Imelda P., Cristina y todas las demás. Ya no las podrás ver, pero lo haré yo, igual que aquella noche en que dejé abierta una novela y se salieron todos los personajes para armar un reventón en mi recámara. Son las cuatro de la mañana, es buena hora para sacar todo afuera e intentar desenmarañar la madeja del tequilero tiburón, tlacuache, tiliche, Tarzán, de mi tío.

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Fue uno de esos días de la rutina diaria cuando el tío llegó una vez más bien borracho a la casa. Dicen que los días en que aparentemente no pasa nada son los mejores, los más tranquilos. Primero estuvo bien contento, a todo dar, cantando, repartiendo dulces y monedas, pero entre más se servía de la botella más loco se ponía. El pomo bajaba su nivel y era como la marea del mar cuando desciende, muchas cosas van quedando al descubierto. En este caso, cosas del inconsciente que el alcohol revela. Rencores ocultos, odios escondidos, deseos insatisfechos y toda una maraña de sucesos que ese coctel explosivo desnuda. El tío pasó de la risa, de sus hermosas carcajadas, a los reproches airados porque decía que su hermana se había casado con un don nadie, mediocre, cobarde, según él. Que había sido un aprovechado, abusivo, mentiroso que le había prometido matrimonio a su hermana sin haberle cumplido. En esos años, los setentas del siglo veinte, todavía sonaba muy fuerte aquello de la honra de una mujer.

Mientras más hablaba más se le subía la sangre a la cabeza, y más barbaridades profería, La comida esperaba sobre la mesa, se enfriaba, y el tío se calentaba más y más. La madre, acostumbrada a panchos permanentes por el estilo, guardaba silencio. Él empezó a golpear la mesa, azotó un vaso contra la pared y a gritar toda clase de maldiciones. Los vidrios quedaron regados por todas partes, ya ven que tienen la peculiaridad de brincar a los lugares más insólitos. Al ver que la mamá ni lo pelaba comenzó a tratarla de infame, traicionera, vendida. Le reprochaba haberse entregado a ese hombre así como así, era una infamia, una vergüenza, pues qué clase de mujer era. Vociferaba que era una ingrata, todavía que él la había traído para México huyendo de donde estaba arrimada y la había apoyado en todo, al final, le había salido con su domingo siete, había traicionado el prestigio familiar. Como ella ni volteaba a verlo se acercó con ánimos nada bondadosos gritándole su frasecita esa de “cómo me dan las abandonadas que van rodando por el mundo como llantas usadas”. El caso era estar jeringando, escupiendo toda su rabia, dolor y frustración, porque en aquellos tiempos las mujeres tenían que salir de su casa de blanco, castas y puras, según esto. El tío jaló a su hermana por el hombro, la volteó y le empezó a escupir una serie de improperios cargados de todo el rencor que le guardaba. La madre se volteó otra vez hacia la estufa y sólo alcanzó a decir “ya déjame en paz” antes de que un brutal golpe a mano cerrada cayera sobre su ojo izquierdo. Fue a rebotar contra el fregadero y de ahí al suelo. De pronto, los sobrinos que habían observado toda la escena, sintieron que les prendían fuego. Su mamá, su hermosa y amorosa madre, había sido atacada salvajemente. Qué clase de patán ataca así a una mujer, su hermana, indefensa y sin posibilidad de defenderse.

El hijo mayor también explotó en una turba de ira. Amaba a su tío, a pesar de todo, pero esto no se lo toleraría. Su madre era primero, antes que nada. Estaba sentado en la mesa donde había platos de comida, refrescos, vasos y botellas de tequila y brandy barato. La rabia se apoderó de él y de un manotazo tiro todo al suelo al tiempo que gritaba “sabes qué, ya estuvo, a mi jefa no le vas a pegar”. El otro sobrino también se armó de valor. Casi sin darse cuenta, se vieron armados con palos de escobas, interpuestos entre su madre y ėl, en una actitud de ataque en defensa propia que el tío nunca esperó. Le gritaron “ya mejor vete de aquí”. El hombre se sorprendió, pero enseguida con un tono burlón dijo “ah, sí, chamaco pendejo, quítate de aquí”, aventando el sobrino a varios metros de distancia. El chavo se levantó rapidísimo y otra vez arremetió. “ Dije que la dejes. Aunque seas mi tío vamos a tener que pegarte”. El tío sonrío sarcásticamente y propinó una patada a la mujer. Así que, aún con los remordimientos que sentían, los sobrinos se abalanzaron sobre el tío y lo empezaron a apalear. El hombre perdió el equilibrio, y lo fueron empujando hacia la puerta y luego lo siguieron tundiendo hasta la salida de la vecindad. Le aventaron sus cosas, que la mamá había sacado, y el tío se fue. En muchos y largos meses no volvieron a saber de él.


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