El funeral de un hombre solo X

Vitral

Alfonso Franco Tiscareño | Colaborador Diario de Querétaro

  · miércoles 27 de julio de 2022

Foto: Cortesía | @mediateca.inah

Dudamos, algo nos pasó por la cabeza, miedo, angustia, preocupación. ¿Nos lo llevamos a casa? ¿Será grave? Muy en el fondo no deseaba que nos lo lleváramos pensando en la carga que representaría. Sí, dije carga, y detrás existían mil desvaríos enclavados en aquella infancia y aquella familia. Carga porque estando en esa condición la vida es muy dura, nada deseable. Pero pensar así me creaba sentimientos de culpa, y él lo sabía. Todos lo sabíamos. Su mirada estaba fija en nosotros, nos miraba a uno y a otro. Respiraba jadeando y pedía que no nos preocupáramos, que se repondría, pero el rostro se le había plegado y el cabello se le veía más cenizo. Nos fuimos comentando que si al otro día seguía igual, nos lo llevaríamos sin pedir opinión. Dejé de sentir culpa, ahora se trataba de una sensación que corría en nuestros cuerpos, una hermandad de sangre ante uno de sus miembros que está en peligro.

Cruzamos la plaza de La Ciudadela, aún se siente la vibra de la Decena Trágica. La vida seguía en todas partes. De adolescente pensaba que cuando alguien moría el mundo debería detenerse aunque fuera un momento, ya que había desaparecido una persona viva, pero era ingenuo, injusto e ilógico, y la realidad, siempre tan independiente de nosotros, me mostró que eso no podía ser. Y vi que nada podría detener el bullicio de aquel lugar. Atravesamos de ida y de regreso en forma diagonal esa plaza histórica. Incluso comentamos esto, ya que a mi mamá le encantaba el tema. Comenzamos hablando de la revolución mexicana y terminamos comentando de este tiempo actual en que los muchachos jugaban futbol aquí, y la pelota pasaba por encima de nuestras cabezas, pero es que ¿en dónde iban a jugar si casi no hay lugares en esta ciudad de cubierta de asfalto, cemento, casas y edificios que se ahoga en las desmesuras de un cuerpo monstruoso?

Foto: Cortesía | @mediateca.inah

-Jefa, tómalo con calma-, le dije. No necesitaba decírselo, ella estaba tranquila. ¿le vendría esa actitud de su sentido cristiano de la vida? En todos los caminos rezaba, su cristianismo era inocente, como el del niño que cree con fe y amor en su Dios. Le viene de familia, mi tío también era así. Detestaba a los curas, criticaba al Papa, pero tenía su propia concepción de Dios. Regresamos a casa y se sentía inquietud entre nosotros, cierta desesperación no confesable en el corto alcance de nuestros pensamientos y palabras. Era probable que al pasar el tiempo fueran saliendo poco a poco aquellos pensamientos ahora reprimidos con una losa pesada y absurda de tantos años de callar. Me desesperaba pensando en los sucesos que habían de venir y el orden en que se podrían desencadenar. Tendría, tristemente, un tema literario. Pensaba en mí tiiyito, en la ternura nunca confesada que sentía por él, me aniquilaba recordar lo no dicho y me ahogaba en la inmovilización más tonta y absoluta. Estaba moviéndome, tomando un camión, fumando un cigarrillo, pero mi conciencia estaba inmóvil, agazapada, atada a años de no expresar la ternura que me desbordaba desde niño, y que siempre tuvo que refugiarse en pequeños y secretos poemas, o en canciones cantadas en silencio, a solas.

Aquello era el reflejo de mi circunstancia familiar y ésta a su vez era una calca de la sociedad mentirosa y banal en que vivimos. ¿En dónde estaba mi padre en aquellos duros momentos? Trabajando. Y sí, estaba bien, porque si no de que iban a vivir, pero todo era trabajo, trabajo, trabajo, ¿En dónde había estado toda la vida? Pero no era la hora ni la idea entrar a los reproches, sino al reencuentro. Me estaba auto engañando, sí que era un reproche el que yo manifestaba, pero no lo quería aceptar y todo me lo tragaba. Aquellas ideas pasaban como un rayo por mi cabeza, me asaltaban.

Foto: Cortesía | @mediateca.inah

Mi mujer me preguntaba sí me sentía triste, respondía que no, porque de otra forma me hubiera soltado a llorar. Es decir, una vez más estaba ocultando mis sentimientos, tragándome las lágrimas sin tener conciencia del daño tremendo que esto trae al cuerpo, a la psique, al espíritu. Además, los hombres no lloran. Eso había escuchado siempre, nunca comprendí el porqué, nadie me explicó la verdadera razón, pero sí sabía que después iba a estar apenado y no podría dar la cara ante la gente que me hubiese visto llorar. Llegó otro día, amaneció. ¡Caray, qué jodido no tener conciencia de nada! Los humanos se levantan, se lavan, desayunan, parten rumbo al trabajo, y en un punto diminuto de la Ciudad de México un hombre moría en silencio, un hombre que en vida se dio tiempo para escribir obras de teatro, canciones y poemas. Un hombre que quería, sentía y pensaba. ¿Cómo intentar relatar su vida, sus años, sus días, sus horas, minutos y segundos? Embebido en mis pensamientos me fui a trabajar. Yo sano y un hombre moría enfermo. Yo, que he mentido muchas veces para tomarme un descanso y no ir al trabajo, esta vez no fui capaz de faltar para ver qué pasaba con mi tío, toda la carga se la dejé a mi jefecita, que por supuesto fue a ver qué pasaba acompañada de uno de mis hermanos.

Desconozco los entretelones del caso, pero el hecho concreto fue que un tal señor Chavarría, compañero de trabajo, se encargó de tramitar y hacer lo necesario para la hospitalización de mi tío. Él no quería, la noche anterior había insistido en que no lo fuéramos a intentar, incluso me llamó y me dijo que no me preocupara, que él iba a salir de esta, que lo único que quería era un poco de agua y reposar. No quise contradecirlo, además, pensé que si algo le iba a pasar pues siquiera que fuera a su gusto y de acuerdo a su voluntad. Ya otras veces lo había visto muy madreado y había salido adelante. Aunque la verdad, en ninguna lo vi tan mal como ahora. Sin embargo, tenía cierta confianza de que en pocos días de nuevo estaría de pie, solitario, recorriendo calles y cantinas de los rumbos de Bucareli, pero Chavarría lo convenció de llevarlo al hospital 20 de noviembre, al instituto suerte si solo te encaman.


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