El infinito proceso de construcción escénica

Tinta para un atabal

Lucía Rosher

  · sábado 4 de mayo de 2019

Foto: Cortesía

Recientemente Atabal Teatro presentó funciones de la puesta en escena para público infantil “Dios es un bicho” de Enrique Olmos de Ita en el Teatro El Rinoceronte Enamorado en San Luis Potosí. Dicha obra tuvo su estreno hace dos años seis meses y se han alcanzado a la fecha un poco más de 100 representaciones.

Dicho montaje sucedió gracias a que Atabal fue beneficiario del Programa Nacional de Teatro Escolar, Querétaro 2016 y en cumplimiento a este programa presentamos un promedio de 80 funciones a las que se han sumado otras de temporada en diversos recintos del Estado de Querétaro así como presentaciones en festivales nacionales.

En el proceso de puesta en escena participamos cinco actores con el objetivo de conformar dos elencos presentados en forma alterna. En escena actúan únicamente tres. Junto con esta característica particular de los elencos estaba la singularidad del texto que tiene un carácter narratúrgico; esto quiere decir que mucho del desarrollo de la historia estaba puesto en la narración que los personajes hacen de ella. Otra importante característica del texto es que los diálogos no tienen un personaje asignado por el autor: cada diálogo de la obra aparece marcado por un guión que no especifica cuál personaje lo dice como en las obras clásicas; es decir, la asignación de textos queda a intuición y elección de los creativos.

Lo que podría parecer una dificultad dado el carácter lúdico y arriesgado del director, Emmanuel Márquez Peralta, fue en realidad un juego vertiginoso y divertido que permitió reforzar la propuesta del dramaturgo. Comenzamos el montaje memorizando el texto completo sin apropiarnos de un personaje y fuimos guiados por improvisaciones en las que, poniendo la acción como principal premisa, podíamos complementar con los diálogos del texto, elegidos al azar por los tres actores en acción. Hacia el final del proceso de creación se asignaron personajes y diálogos específicos para cada uno de los actores, tomando en cuenta el resultado de las improvisaciones. La integración de las acciones con los diálogos conformaron una puesta en escena que propone justamente un juego en el que los personajes de la niña y el niño juegan también a hacer otros personajes, a construir espacios casi caricaturescos pero verosímiles y divertidos para los espectadores, chicos y grandes.

Como actriz, el proceso fue retador al tener que trabajar con pocas certezas durante el montaje y al no tener una línea de carácter clara sobre la que construir a un personaje; sin embargo, avanzado el proceso nos encontramos con que habíamos asimilado la situación y el juego propuesto en la obra sin darnos cuenta, lo que al final permitió indagar en la emotividad de los personajes, conscientes de la manera en que conectan los niños con esta parte.

Dos años y meses después del estreno, con muchas funciones de por medio y un periodo largo de descanso, retomamos el montaje y la sorpresa ha sido grande pues aquellos personajes infantiles que construimos durante el proceso ya no son los mismos y la profundidad emotiva que encontramos en algún momento se coloca en sitios diferentes, lugares menos inmediatos y por lo tanto, más complejos y, ojalá, con más puntos de conexión para el público.

Sin duda alguna, parte de las nuevas sensaciones al retomar la obra están en el simple factor del tiempo y de cómo se han incorporado a cada uno de los actores las experiencias del día a día y con esto nuestra manera de reaccionar ante determinadas situaciones.

En “La puerta abierta” de Peter Brook, él relata haber escuchado en una película de Jean Renoir un método que utilizaba Louis Jouvet que consistía en “repetir el texto una y otra vez de un modo absolutamente neutro hasta que penetra en ti, hasta que la comprensión se hace personal y orgánica”. Después de mi experiencia aquel fin de semana de funciones en el Rinoceronte Enamorado pensé que ésta fue una de las cosas que jugaron a favor en Dios es un bicho, ya que en el proceso de montaje nuestra asimilación del texto se dio a partir del juego; desde un principio lo dotamos del carácter e intención que sugerían las acciones que proponíamos, lo que fue muy acertado en su momento; sin embargo, después de tantas funciones y luego del periodo de receso que tuvo la obra me parece que lo que sucedió en mi proceso fue que conecté con una neutralidad que funcionó para comprender las situaciones planteadas desde otro ángulo que me era imposible alcanzar a ver cuando abordamos la escena en la inmediatez del juego.

Peter Brook utiliza el ejemplo de cómo un “buenos días” puede estar cargado de sentido y sinceridad o estar vacío y ser una respuesta automática. Me gusta este ejemplo para repensarlo a partir del método de Luis Jouvet; una expresión como “buenos días” es absolutamente cotidiana y la tenemos tan incorporada a nuestra cotidianeidad que podríamos con facilidad encontrar la manera de expresarla con distintas cargas emotivas, el experimento es claro pues podemos reconocer sin dificultad la expresión en su neutralidad para posteriormente sumarle la intención que deseamos.

Posterior a mi hallazgo en la primera función en San Luis Potosí, comencé mi búsqueda del equilibrio, restaban dos funciones más para asimilar la nueva información que estaba descubriendo y lo que requería ahora era equilibrarla con la sensación que tenía de la primera parte del proceso. Como el mismo Brook señala sobre la metodología de Jourvet: “debe combinarse ese primer planteamiento de entender desde la neutralidad el texto con el descubrimiento dinámico de un texto”, que en el proceso de montaje de Dios es un bicho fue lo que tuvimos primero. En opinión de Brook esta parte es indispensable pues se permite al cuerpo sentir antes de imponerle una concepción de lo que intelectualmente se parece al texto.

Dios es un bicho es una obra para público infantil y eso no implica que su construcción sea inmediata o que no requiera la complejidad de construcción de una puesta en escena para adultos. Yo misma estoy sorprendida, como actriz, de los hallazgos que ha arrojado el trabajo de esta puesta en escena. Aunque el nivel de comprensión intelectual es diferente entre niños y adultos, el nivel de sensibilidad de los niños es muy importante y construye gran parte del entendimiento y empatía con una obra. Profundizar en estos trabajo es, para la labor de un intérprete, un paso muy agradable y revelador, como bien dicen los maestros: el proceso de una puesta en escena no culmina el día de su estreno, es apenas ahí donde comienza.