Cuando veo películas del tipo de El jinete pálido me pregunto si en verdad existieron ese tipo de cowboys justicieros, honestos, valientes y leales a carta cabal. Los relatos del género denominado western están ligados a la historia del origen de los Estados Unidos, y esa relación es muy compleja. Ese principio está fincado en el despojo a los indios, a los pueblos originarios, y en la avaricia, en el afán de poseer a toda costa las tierras, aguas, ríos, montañas, animales ajenos. Pero también es verdad que en ese origen existió un afán de libertad. Lo prueban todos los grupos humanos que vinieron huyendo de Europa por razones religiosas o políticas, y que se refugiaron en la naciente nación que ofrecía la oportunidad de pensar libremente y de practicar las ideas religiosas que se quisieran. Ese germen libertario aún palpita y existe con fuerza en lo que es hoy Estados Unidos. Y parte de la conformación de ese anhelo justiciero y libertario son esas historias del viejo oeste y de cowboys que las películas del género western han sabido plasmar, algunas de ellas en verdaderas obras maestras. Me pregunto por la existencia real, no ficticia, de aquellos hombres que más allá de la venganza o el despojo impartían justicia a su manera en los nacientes poblados, tal como lo narra la historia de El jinete pálido, del director Clint Eastwood. Esos hombres, si es que existieron, aún con las contradicciones propias de toda vida humana, merecen ser exaltados, merecen que se conozcan a fondo sus vidas.
Ya en el terreno de la utopía quizá hubiera sido posible una negociación entre los indios y los colonos para que se les permitiera aposentarse en las tierras que luego fueron arrebatadas con violencia criminal. Esa gente, que huía de la persecución política o religiosa o aquellos que querían iniciar una nueva vida y probar fortuna en otras tierras, tenían derecho también a reinventarse. Esa negociación hubiera sido posible, la única prueba para afirmarlo es la forma en que los indios Wampanoag ayudaron a los inmigrantes establecidos en Plymouth, en 1623, y les salvaron la vida –en ese episodio que forma parte del denominado Thanksgiving, el Día de Acción de Gracias–, los cuales de otra forma hubieran muerto irremediablemente de hambre y frío. Pero es lo que es, y si es que existieron hombres como El jinete pálido, bien por ellos, porque con todas sus contradicciones hicieron justicia y combatieron la impunidad de los ambiciosos, traidores, asesinos y ladrones.
Este clásico del cine dirigido por Clint Eastwood es una película que ha pasado a formar el cuerpo histórico del género western. Cuando la cinta fue filmada, la temática había dado ya lo mejor de sus historias y se creía agotada, pero no era así. Cuando el género fue retomado por manos maestras adquirió nuevas dimensiones y el relato tomó nuevas formas. Historias con las que el espectador puede identificarse porque lo ligan a la solidaridad, la lucha por la justicia, la libertad, el fin de la impunidad y la posibilidad sempiterna del amor.
El jinete pálido aparece de la nada, no sabemos de dónde viene ni quién es, pero desde un principio su presencia y actitud no dejan lugar a dudas de que se trata de un justiciero, un tipo rudo, diestro y especialista en el manejo de las armas, que sin embargo –y paradójicamente– se esconde detrás del ropaje de un pastor, de un hombre dedicado a propagar el mensaje de Dios; más que sermones ejerce actitudes en donde la violencia se vuelve beatifica y las armas se vuelven salvadoras.
También son de resaltar otros enfoques que llaman la atención, uno de ellos el tema de las mujeres. Entre los gambusinos buscadores de oro hay una división a muerte entre el potentado Coy LaHood, el hombre que ya está establecido y quiere todo para sí, y los que buscan oro en tierras que no pertenecen al cacique LaHood, y que sienten que tienen derecho también a la riqueza y a trabajar duro para conseguirla, pero son permanentemente maltratados, perseguidos y hostigados por el potentado. Les queman sus casas, matan a sus animales, y los ancianos, jóvenes y mujeres son amenazados, sus vidas penden de un hilo. Entre estos gambusinos se encuentran dos mujeres, Sarah Wheeler y su hija Megan, abandonadas por el padre de la chica. Megan pide a Dios desesperadamente ayuda, y leyendo el libro del Apocalipsis, en la Biblia, es cuando aparece por primera vez El jinete pálido.
Ambas mujeres son protegidas por Hull Barret, un buen hombre, honesto y trabajador que se ha hecho cargo de ellas a partir de que fueron dejadas. Después de una serie de destrozos hechos por el cacique del lugar, Barret va al pueblo porque ya no tenían alimentos ni frazadas para proteger a los niños del invierno que se acercaban. Barret se arriesga al ir al pueblo, ya ahí es agredido y de pronto aparece El jinete pálido que por medio de una paliza salva a Barret del ataque que estaba siendo objeto. Esta hazaña llega a oídos de la mujer y su atractiva hija, las cuales se ven consternadas, pero a la vez conmovidas por la actitud del foráneo. Al principio, cuando no lo conocían, la señora Wheeler le pide a Barret que lo corra, que ese tipo no tenía nada que hacer ahí, pero en ese momento el pastor aparece y madre e hija quedan impresionadas con la presencia de aquel hombre. Ambas se enamoran de él y lo desean. Aquí lo interesante es la actitud del pastor que habiendo podido abusar y utilizar a las dos mujeres, muestra gran respeto por ellas, incluso las desanima, les pide que no se fijen en él. Actitud muy diferente a la del hijo del cacique, Josh LaHood, quien en una visita de Megan a la mina de los LaHood fue prácticamente secuestrada por Josh, que en un acto deleznable y repugnante intenta violarla públicamente para después dejarla en las garras de sus secuaces como objeto para atacarla en una violación tumultuaria. Ahí vuelve a aparecer El jinete pálido que salva a Megan del abuso. Estas mujeres abandonadas, viviendo una vida de miseria, se habían ofrecido abiertamente al Pastor para que las poseyera, sin embargo, él no las utiliza. Me pregunto si en verdad seres como El jinete pálido existieron en el viejo Oeste. Honestos, justicieros y respetuosos de las mujeres. Si así fue, ¿cómo se llamaron?, ¿quiénes fueron? Sus vidas deberían conocerse, exaltarse.
El jinete pálido. Dir. Clint Eastwood. Estados Unidos, 1985.