/ jueves 11 de noviembre de 2021

El juego del calamar

El libro de cabecera

Fue mi hijo adolescente quien me recomendó El juego del calamar (2021), una miniserie surcoreana de nueve capítulos creada y dirigida por Hwang Dong-hyuk (1971).

Se trata un puñado de historias de personas que fracasan en la vida por diversas razones, las cuales a la postre nos resultarán muy cercanas. De repente, como suele ocurrir en estas tramas, los perdedores reciben una misteriosa invitación a participar en un juego de supervivencia para ganar más de 38 millones de dólares estadounidenses. El juego tiene lugar en una isla desconocida, donde los participantes permanecerán encerrados hasta que haya un ganador final. La historia incorporará juegos infantiles populares de las décadas de los setenta y ochenta en Corea, como el juego del calamar, donde la ofensiva y la defensa usan un tablero con forma de calamar dibujado en la tierra.

El juego del calamar es el último de la serie de juegos sangrientos en la que participan los jugadores.

La serie, disponible en Netflix desde septiembre, es una sensación tanto en Corea como en nuestro país, a pesar de que la trama no es tan novedosa ni tan original como se presume en Netflix y en las redes sociales. Tanto el cine como la literatura dan cuenta de ello. Veamos tres referencias.

Una primera referencia la encontramos en la película El malvado Zaroff, estrenada en 1932, cuyo título original es The most dangerous game, basada en un relato corto de Richard Connell. Ya desde el texto de Connell la historia había causado furor. Se centraba en dos hombres que luchaban a muerte en una remota isla debido a que la obsesión por la caza de uno de ellos le había llevado a utilizar a seres humanos tras considerar que los animales no eran ya un reto.

La segunda se trata de Rollerball estrenada en 1975 y que pudimos ver en nuestra ciudad a inicios de los ochenta en el Cinema Premier 70, con el horrible nombre de Gladiadores del futuro. Interpretada por James Caan, la película nos ubica en 2018, en un mundo dominado por grandes corporaciones financieras e industriales que mantienen a la sociedad obnubilada por el consumismo y la tecnología, y donde los libros y la cultura han sido recluidas en bibliotecas digitales donde solo unos pocos tienen acceso.

Rollerball es un juego que se usa para distraer a las masas. Los deportistas deben competir en un torneo donde la regla es que no hay reglas, solo el que sobrevive gana, la muerte es la derrota. Al igual que en El juego del calamar, la cinta es una crítica al totalitarismo económico y tecnológico, además de señalar el lavado de cerebro que la televisión y el consumo le hacen a la humanidad. Además de ser una obra maestra del género, Rollerball es en cierto modo profética.

La tercera nos lleva a mediados del siglo XXI. Se trata de un concurso televisivo cuyo principal atractivo es la muerte de los participantes, batiendo todos los récords de audiencia.

Foto: Cortesía | @netflix

Ben Richards, padre de una niña enferma y sumido en la más profunda miseria, decide concursar atraído por los extraordinarios premios, aun a sabiendas de que no sobrevivirá.

Sometido a una implacable persecución, se plantea un único objetivo: resistir tantos días como sea posible para aumentar el premio y asegurar la subsistencia de su familia.

¿Les suena? Pues es la trama de The running man (1987), protagonizada por Arnold Schwarzenegger, y que en México la vimos muchas veces por Canal 5 con el título de El sobreviviente. La película está basada en el libro El fugitivo de Richard Bachman, pseudónimo que durante un tiempo usó Stephen King.

Los primeros cuatro capítulos de El juego del calamar son maravillosos, un hito en la ciencia ficción contemporánea y un verdadero homenaje a la hiperviolencia de corte tarantinesco que los coreanos han sabido apreciar y emular desde su propia cosmovisión. A partir del quinto capítulo, la serie se vuelve lenta, predecible y con un torpe conflicto de personalidad: la cinta no sabe definirse entre una crítica moral al consumismo contemporáneo, cayendo por momentos en posturas moralinas; y entre consolidarse como una epopeya dantesca en el conflicto eterno entre la necesidad, la ambición y el placer de los participantes. Prueba de ello es la intromisión absurda de personajes que le restan efectividad a la trama, como los VIPS, cuyos diálogos lerdos y acartonados fungen más como un autoboicot que como un ingrediente que aporte algo verdaderamente importante a la trama.

Quizás el director pudo haber optado por dejar a que sus personajes fuesen víctimas de su propio destino, pero evidentemente esto coartaría el melodrama y con ello la efectividad que tantas ganancias económicas le ha redituado. La misma contradicción hipócrita que ocurre con Parasite (2019), que consiste en beneficiarse de aquello que supuestamente critican.

¿A qué se debe el éxito de El juego del calamar?

Es posible que su éxito se deba a que tanto México como Corea del Sur son países cuyas sociedades viven eternamente endeudadas. En nuestro país, cuatro de cada diez mexicanos con tarjetas de crédito pagan intereses por usarlas, lo que significa que dejaron de liquidar a tiempo sus mensualidades y se endeudaron, de acuerdo con un estudio de la financiera YoTePresto.

Piénsese por un momento en estar libre de deudas y, además, en tener unos millones de dólares extra sólo por aguantar suplicios y sobreponerse a retos que se basan en juegos infantiles. Esa mezcla de fantasía con ambición puede ser un detonante emocional para dejarse caer en el melodrama facilón que nos ofrece El juego del calamar, una especie de catarsis en donde podemos soñar con ser ricos, ser supervivientes, ser asesinos en un juego donde es válido, legítimo y hasta recomendable dar muerte al contrincante en aras de sobrevivir o simplemente ser suicidas con posibilidades de convertirse en millonarios.

En la medida en que los seres humanos estemos acostumbrados a pasarnos el alto, a tirar basura en las calles, a sustituir a la democracia por carismas de corte demagógico y totalitario; en la medida en que toleremos vivir en una sociedad de ruido, de golpeadores, asesinos y violadores de mujeres, de tolerancia a la ineficiencia a las autoridades; en la medida en que nos acostumbremos a tener un Centro Histórico sucio, en ruinas, sin bibliotecas y a que seamos cómplices de nuestra debacle educativa a costa de nuestra complicidad por la intolerancia a las diferencias; en la medida en que seamos incapaces de mirarnos en el espejo de nuestras más complejas, absurdas y horripilantes contradicciones, justo en esa medida, las series que seguirán a El juego del calamar encontrarán en nosotros una audiencia proclive a endeudarse para vivir en streaming la fantasía de lo que negamos ser.


Fue mi hijo adolescente quien me recomendó El juego del calamar (2021), una miniserie surcoreana de nueve capítulos creada y dirigida por Hwang Dong-hyuk (1971).

Se trata un puñado de historias de personas que fracasan en la vida por diversas razones, las cuales a la postre nos resultarán muy cercanas. De repente, como suele ocurrir en estas tramas, los perdedores reciben una misteriosa invitación a participar en un juego de supervivencia para ganar más de 38 millones de dólares estadounidenses. El juego tiene lugar en una isla desconocida, donde los participantes permanecerán encerrados hasta que haya un ganador final. La historia incorporará juegos infantiles populares de las décadas de los setenta y ochenta en Corea, como el juego del calamar, donde la ofensiva y la defensa usan un tablero con forma de calamar dibujado en la tierra.

El juego del calamar es el último de la serie de juegos sangrientos en la que participan los jugadores.

La serie, disponible en Netflix desde septiembre, es una sensación tanto en Corea como en nuestro país, a pesar de que la trama no es tan novedosa ni tan original como se presume en Netflix y en las redes sociales. Tanto el cine como la literatura dan cuenta de ello. Veamos tres referencias.

Una primera referencia la encontramos en la película El malvado Zaroff, estrenada en 1932, cuyo título original es The most dangerous game, basada en un relato corto de Richard Connell. Ya desde el texto de Connell la historia había causado furor. Se centraba en dos hombres que luchaban a muerte en una remota isla debido a que la obsesión por la caza de uno de ellos le había llevado a utilizar a seres humanos tras considerar que los animales no eran ya un reto.

La segunda se trata de Rollerball estrenada en 1975 y que pudimos ver en nuestra ciudad a inicios de los ochenta en el Cinema Premier 70, con el horrible nombre de Gladiadores del futuro. Interpretada por James Caan, la película nos ubica en 2018, en un mundo dominado por grandes corporaciones financieras e industriales que mantienen a la sociedad obnubilada por el consumismo y la tecnología, y donde los libros y la cultura han sido recluidas en bibliotecas digitales donde solo unos pocos tienen acceso.

Rollerball es un juego que se usa para distraer a las masas. Los deportistas deben competir en un torneo donde la regla es que no hay reglas, solo el que sobrevive gana, la muerte es la derrota. Al igual que en El juego del calamar, la cinta es una crítica al totalitarismo económico y tecnológico, además de señalar el lavado de cerebro que la televisión y el consumo le hacen a la humanidad. Además de ser una obra maestra del género, Rollerball es en cierto modo profética.

La tercera nos lleva a mediados del siglo XXI. Se trata de un concurso televisivo cuyo principal atractivo es la muerte de los participantes, batiendo todos los récords de audiencia.

Foto: Cortesía | @netflix

Ben Richards, padre de una niña enferma y sumido en la más profunda miseria, decide concursar atraído por los extraordinarios premios, aun a sabiendas de que no sobrevivirá.

Sometido a una implacable persecución, se plantea un único objetivo: resistir tantos días como sea posible para aumentar el premio y asegurar la subsistencia de su familia.

¿Les suena? Pues es la trama de The running man (1987), protagonizada por Arnold Schwarzenegger, y que en México la vimos muchas veces por Canal 5 con el título de El sobreviviente. La película está basada en el libro El fugitivo de Richard Bachman, pseudónimo que durante un tiempo usó Stephen King.

Los primeros cuatro capítulos de El juego del calamar son maravillosos, un hito en la ciencia ficción contemporánea y un verdadero homenaje a la hiperviolencia de corte tarantinesco que los coreanos han sabido apreciar y emular desde su propia cosmovisión. A partir del quinto capítulo, la serie se vuelve lenta, predecible y con un torpe conflicto de personalidad: la cinta no sabe definirse entre una crítica moral al consumismo contemporáneo, cayendo por momentos en posturas moralinas; y entre consolidarse como una epopeya dantesca en el conflicto eterno entre la necesidad, la ambición y el placer de los participantes. Prueba de ello es la intromisión absurda de personajes que le restan efectividad a la trama, como los VIPS, cuyos diálogos lerdos y acartonados fungen más como un autoboicot que como un ingrediente que aporte algo verdaderamente importante a la trama.

Quizás el director pudo haber optado por dejar a que sus personajes fuesen víctimas de su propio destino, pero evidentemente esto coartaría el melodrama y con ello la efectividad que tantas ganancias económicas le ha redituado. La misma contradicción hipócrita que ocurre con Parasite (2019), que consiste en beneficiarse de aquello que supuestamente critican.

¿A qué se debe el éxito de El juego del calamar?

Es posible que su éxito se deba a que tanto México como Corea del Sur son países cuyas sociedades viven eternamente endeudadas. En nuestro país, cuatro de cada diez mexicanos con tarjetas de crédito pagan intereses por usarlas, lo que significa que dejaron de liquidar a tiempo sus mensualidades y se endeudaron, de acuerdo con un estudio de la financiera YoTePresto.

Piénsese por un momento en estar libre de deudas y, además, en tener unos millones de dólares extra sólo por aguantar suplicios y sobreponerse a retos que se basan en juegos infantiles. Esa mezcla de fantasía con ambición puede ser un detonante emocional para dejarse caer en el melodrama facilón que nos ofrece El juego del calamar, una especie de catarsis en donde podemos soñar con ser ricos, ser supervivientes, ser asesinos en un juego donde es válido, legítimo y hasta recomendable dar muerte al contrincante en aras de sobrevivir o simplemente ser suicidas con posibilidades de convertirse en millonarios.

En la medida en que los seres humanos estemos acostumbrados a pasarnos el alto, a tirar basura en las calles, a sustituir a la democracia por carismas de corte demagógico y totalitario; en la medida en que toleremos vivir en una sociedad de ruido, de golpeadores, asesinos y violadores de mujeres, de tolerancia a la ineficiencia a las autoridades; en la medida en que nos acostumbremos a tener un Centro Histórico sucio, en ruinas, sin bibliotecas y a que seamos cómplices de nuestra debacle educativa a costa de nuestra complicidad por la intolerancia a las diferencias; en la medida en que seamos incapaces de mirarnos en el espejo de nuestras más complejas, absurdas y horripilantes contradicciones, justo en esa medida, las series que seguirán a El juego del calamar encontrarán en nosotros una audiencia proclive a endeudarse para vivir en streaming la fantasía de lo que negamos ser.


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