para Omar Alexix
Decía mi madre que en la Tierra la justicia no existe, sólo Dios es justo. Sus razones tendría para afirmarlo, muchas veces con certeza y decepción. Afirmación brutal si las hay, sobre todo para un niño-adolescente, que quedaba impávido e inmovilizado ante tal dicho, pero a pesar de aquellas palabras y de todo lo que he visto, leído y vivido, aún creo que la justicia es posible. Cuando menos parcialmente. A veces sí, a veces no. Si ésta no existiera ya hubiera valido gorro todo, todo. Volteamos a cualquier lado y atestiguamos injusticias por doquier, pero también podemos observar que, si no como justicia terrestre, las consecuencias de nuestro actos se pagan tarde o temprano. Lo que se siembra se cosecha. Es una ley. Y esa es la lucha permanente, hacer que prevalezca la justicia en el planeta, en medio de tantos intereses tan fuertes y poderosos. Sin justicia no hay vida social ni civilización. Y una forma concreta de ejercerla y hacerla presente es ser justos en nuestro entorno más cercano, porque ahí es donde se gesta todo lo existente. ¿Eres justo con tus padres, tus hermanos, tu esposa, tus hijos, tus amigos, tus vecinos, contigo mismo? Ante tantas injusticia que se padecen en el mundo y a nuestro alrededor, y de las que no nos enteramos o no queremos saber por dolorosas, todo buen pensamiento y buena acción cuenta para construir un mundo más justo. Desde la oración y ofrendas de los creyentes, los actos de los no creyentes, hasta las acciones de justicia en nuestros sitios más cercanos, y por supuesto, las acciones de Estados y gobiernos, todas ayudan a construir espacios de justicia concreta.
La acción de la justicia viene aparejada con el miedo, porque toca intereses, desde particulares hasta grupales. El que quiere justicia se ve amenazado. Es entonces cuando se requiere, con toda la fuerza, del apoyo institucional, que dé cobertura y seguridad.
Hay que tener cuidado porque muchas veces, ante tanta injusticia, se cae en la desesperación y se cree que con tal de hacerla imperar como sea, se justifica hasta el autoritarismo, la falta de libertades, la dictadura, la represión. Situaciones que de ninguna forma traen justicia, antes al contrario, aplazan por más tiempo la aplicación de ella. Basta con abrir cualquier libro de historia, para comprobar hacia dónde llevan los caminos autoritarios y dictatoriales. La verdadera justicia va de la mano de la libertad y de la democracia, no sólo a nivel de lo macro social, sino de los espacios cercanos y cotidianos. De hecho, es ahí donde se gesta.
La cuestión de la justicia no es sólo un asunto de buena onda, es de vital importancia para la vida, pero entraña peligros dado que permanentemente cuestiona intereses establecidos por grupos e individuos muy poderosos que no están dispuesto a perder sus canonjías, ganancias y poder, así como así. Es el poder del Estado y sus estructuras de gobierno quienes más pueden hacer para que la justicia sea posible, de ahí que cuando esas estructuras están corrompidas o son débiles, la cosa se complica y las sociedades quedan desamparadas en grados diversos.
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Basta con observar el trato que un gobierno da a los artistas para entender el grado de libertades que existe ahí. Debemos observar si hay censura, persecución, críticas desde el gobierno, amenazas, represión, cárcel, o por el contrario, diálogos, encuentros, apoyos, libertad absoluta de expresión y de movimiento. Todo ello nos dará un fiel retrato del estado general de la democracia y libertades que rigen a esa sociedad, a ese país. Y lo mismo puede aplicarse respecto a la prensa. Hoy en México los periodistas peligran, y el apoyo a la cultura es muy bajo, por ello es tan relevante destacar lo sucedido en la FIL de Guadalajara de este año.
De lo más relevante fue el extraordinario discurso del poeta David Huerta con motivo de resultar ganador del premio FIL de literatura 2019. Vale la pena reproducir literalmente algunos fragmentos del discurso de aceptación para reflexionarlos, disfrutarlos, analizarlos y repasarlos con toda calma y lucidez. El discurso se titula El mejor poema del mundo, y ¿cuál es éste?: “El mejor poema del mundo es el que se instala para siempre en nuestra mente con la fuerza no de uno sino de varios poemas que resuenan los unos en los otros y que forman con el tiempo una red infinita de imágenes, sensaciones y significados … Podemos escuchar, ver, leer, citar, memorizar el mejor poema del mundo si somos capaces de mirar ese lugar donde se ha instalado y que, lo diré cuanto antes, se confunde y aun se identifica con él: la mente humana, la mente de cada uno de nosotros, la mente de todos. La mente humana es el mejor poema del mundo”. ¿Y cuál es la tarea de los poetas? David Huerta responde: “los poetas son como los pescadores de la Soledad segunda. Mantienen abierta y protegida esa red, con la que podemos y debemos pensar, sentir e imaginar: obedecen el imperativo mismo del ser humano, de su existencia. Renunciar al pensamiento y al lenguaje articulado en los altares de la obediencia ciega, del irracionalismo que convierte a la tribu en un rebaño, manso o feroz, según convenga a los poderosos, significa renunciar a la humanidad misma. ¿Cómo legislan los poetas? Nos dan las leyes de la mente: imaginar, juzgar, discernir, sentir el mundo y traducirlo en palabras para compartirlo con nuestros semejantes. Los poetas son los grandes vivientes, para usar una frase forjada por Federico Nietzsche”.
La poesía nos abre los ojos de la mente y el corazón, es amante eterna de la libertad, está contra todo fanatismo y sujeción. Nos dice el poeta: “El poema está ahí, donde ellos estén; ese poema inmenso está animado, trabajado continuamente por la difícil, vigorosa, exigente y gozosa tarea del pensamiento, exaltado en la fluidez irradiante de las ideas. El poema es de una diversidad vertiginosa, el opuesto perfecto del obtuso, lerdo y estéril monólogo del poder. Por eso es importante la poesía, espejo de todo contrapoder”.
El discurso de David Huerta es un texto para leerse y releerse y extraer de él toda la sabia que contienen sus palabra, toda la luz que ilumina la senda con sabiduría y poesía. ¡Felicidades, Maestro!