En el patio de tierra se pasearon mis días
jugando canicas y trompo, tacón y rayuela,
viendo pasar a las muchachas
mirándolas de arriba a abajo con asombro.
Ya no hay casi patios de tierra
para romper piñatas
y seguirle la pista a los chifladores
ni para tronar palomas que vuelen los botes de lata
hasta el cielo.
Ojalá todavía exista aquel patio de tierra,
es que ahora todo lo tapan con planchas de cemento
y ahogan las fosas nasales del planeta,
a casi nadie importa, ya no hay rocío,
no hay pasto. Ahora sólo estacionamientos,
nada para la gente, todo para los autos.
En aquel patio de tierra brinqué la reata,
jugué a los encantados, llené de lodo mis pantalones,
los desgarré.
Salté en sus charcos tanto
como sobre las camas,
fue mi solar, mi erial para pensar
-sentado acuclillado-, en los oráculos de los destinos.
Pasados tantos años aún siento la energía
de los estados de ánimo de mi patio de tierra,
si estaba seco o húmedo de lluvia.
Las nubes crujen en el cielo,
los relámpagos cantan
caen las primeras gotas
y luego luego huele a tierra mojada.