El «sintoísmo» es conocido por su acendrado aspecto animista (del latín anima, creer que el mundo en su totalidad y de manera fragmentada tiene ánima, es decir, alma). Esta idea abarca a todos los seres vivos (hombre, animal y planta), así como a los objetos (cualquier tipo de objeto, en especial los amuletos), los lugares (casa, montaña, bosque, planeta en general), la naturaleza y fuerzas de la naturaleza (agua, río, mar, lluvia, sol, nube, rayo, noche, viento). Todo esto forma parte de la realidad; sin embargo, esto no es tan claro, ya que el animismo no es una forma de pensar cerrada, tampoco es el resultado de un análisis-reflexivo-crítico que concluya en la demostración fehaciente de las verdades que se afirman (ya sea desde la filosofía o la ciencia). Incluso su significado etimológico no descubre su sentido prístino —epistemológicamente hablando— “el sintoísmo es «animista» [debido a que] ‘el término sinto significa en japonés vía/conducta (tô o dô) de los dioses (shin, o jin)’” (Díaz, 2004, 238); sin embargo, como afirma Carlos Díaz: “cada hombre consta de cuerpo y dos almas. Al morir, una de ellas (p´oh) permanece junto al cadáver, en la tierra; la otra (hun) se separa del cuerpo y asciende al cielo para gozar. Ambas, aunque en zonas contrapuestas, llevarán una vida similar a la anterior a la muerte” (2004, 236).
En todo caso, el sintoísmo es una aprehensión de la realidad, tanto de la persona como del mundo que lo rodea (personas, animales, plantas, objetos, lugares), tanto en un sentido físico (material) como imaginario (producto de una racionalidad que da cuenta de lo que no se advierte a primera vista, pero que se colige, y que va desde un sensus fidei (fe) hasta un senus fidelium (sentido común producido a partir de la fe). De ahí la importancia de profundizar en lo que <es> y lo que <significa>, en particular, para millones de japoneses. El texto refiere que “en su acepción más antigua expresa el mundo religioso «puro», original o nacional del Japón prebudista” (Díaz, 2004, 238). Lo que hay que considerar como base para su comprensión animista es que nace como culto a la naturaleza (siglo V a. C), como una forma religiosa propia (autóctona) de los japoneses. Y más aún: hay que considerar que el sintoísmo sentó las bases para la construcción ontológica de la identidad (histórica y dinámica) del Japón, borrando (al menos obnubilando) las diferencias entre comunidades o costumbres, ya que permitió la aprehensión conceptual no sólo de la naturaleza, sino también —y no en menor sentido— de los mismos japoneses. Esto se da en los inicios del sedentarismo. Es por ello que puede considerarse como una religión nacional, pues da sentido al concepto de nacere, de nación.
Esta idea común respecto de la naturaleza, su fuerza, así como contacto e influencia con los hombres permitió que, aunque en un principio tenían dioses tutelares propios (en cada comunidad), llegaran a considerar, como sus principales dioses a Inari, dios del arroz (esto muestra el éxito del sedentarismo), del alimento, y —nótese— de la fecundidad. Esto lo vuelve un ser unificador. Ahora bien, teniendo como hilo conductor conceptual al animismo, se comprende que sea el zorro el animal que le sirve de mensajero. Una deidad que está desde los orígenes del animismo, es la diosa-sol Amaterasu O-mikami, la cual tiene un enorme poder, sin que por ello, sea absoluta en su esencia (ser y ser-siendo). Al respecto, hay que considerar que “el misterio [se presenta] a través de mediaciones objetivas a las que denominamos hierofanías [hiero = sagrado], esto es, manifestaciones de la realidad trascendente en realidades mundanas” (Díaz, 2004, 21). De ahí que no se pueda descartar el sentido epistemológico de los mitos en las religiones, pues responden a una racionalidad sui generis, propia de su cosmovisión teocéntrica.
Lo anterior permite comprender algunas de sus prácticas religiosas. Un ejemplo de ello es la idea que se tiene sobre la vida y la muerte. A diferencia del budismo, que reconoce a la muerte y al más allá como una forma de existencia a la cual hay que prepararse, el sintoísmo afirma la supremacía de la vida; en este sentido, la reconoce como centro de la existencia y la realidad en general. Así, el resultado de que haya vida: es la propia capacidad de fecundidad, de fertilidad. Es por ello, que el sintoísmo tiene un fuerte apego a todo lo que concierne la existencia, una de estas formas de existir es la sociedad y su organización gubernamental. De ahí su acendrado apego al monarca y en general a la familia real. Esto es lo que le ha permitido al Estado japonés construir y fortalecer la identidad nacional. Ejemplo de ellos son los pilotos japoneses durante la Segunda Guerra Mundial. Cuántas veces se lanzaron en contra del enemigo, ofreciendo su vida con tal de cumplir con su misión. Todo a cambio de servir al emperador. Y es que “lo mismo que los ritos, los mitos son in-terminables” (Lévi-Strauss, 1972, 15).
Esto muestra, grosso modo, la diferencia que existe en el sintoísmo y el budismo. En el primero hay una estrecha relación con la naturaleza, de ahí el sentido de animismo. Sin embargo, a raíz de la llegada del budismo a Japón, el sintoísmo se vio fuertemente afectado, al grado de que pasó de ser una religión de la naturaleza, a una religión del Estado. Hoy en día, millones de japoneses ven en el emperador al ser que les provee de seguridad, empleo, posibilidad de desarrollo. Es así que ha pasado de la naturaleza a las empresas multinacionales (protegidas por el Estado), pues, como se afirma en el budismo: “todo lo que somos es consecuencia de lo que nos hayamos propuesto” (Las grandes religiones del mundo, 1958, 45). ¿Hasta dónde podemos imaginar y, sobre todo, demostrar la existencia de un mundo más allá del nuestro?