/ sábado 25 de abril de 2020

El teatro y la peste

Tinta para un Atabal

Justo en la primera de mis participaciones desde esta tribuna declaraba que el internet había achicado al mundo: confieso que al expresar tal pensamiento no era completamente consciente de las implicaciones de tal fenómeno. Hoy, por la fuerza de una cruel confrontación con la realidad, tengo que tragarlo con un amargo sabor de boca.

Todo fenómeno que ocurre en la realidad presenta, al menos, dos caras en aparente oposición; y digo ‘aparente’, porque analizado con detenimiento nos daremos cuenta de que se trata tan sólo del funcionamiento dialéctico de todo suceso y que termina por fundamentar su naturaleza y nada más. El que el mundo parezca disminuido en su dimensión gracias al internet conlleva aspectos positivos y negativos a su vez. Me parece que no éramos plenamente conscientes de los aspectos negativos de tal achicamiento... y ahí se hace presente la pandemia con la que hoy lidiamos para hacérnoslo notar.

Recuerdo que las primeras noticias que escuché sobre el coronavirus, por enero de este 2020, no me parecían en absoluto, ni siquiera potencialmente, amenazadoras. Incluso hoy nos parece estar experimentando una pesadilla de la que quisiéramos despertar pero estamos irremediablemente impedidos para lograrlo.

La metáfora del efecto mariposa con la que se intentaba explicar esencialmente la teoría del caos: “El leve aleteo de las alas de una mariposa se puede sentir al otro lado del mundo”, cobra hoy más sentido que nunca. Este proverbio aludiría a una visión holística, en la que todos los acontecimientos estarían relacionados y repercutirían los unos en los otros, implicando una repercusión de enorme magnitud a partir de acontecimientos ínfimos, ahora multiplicados a la “N” potencia gracias al achicamiento del mundo. La cosa empezó en China y en menos de dos meses estamos padeciendo sus crueles estragos en Querétaro.

Visto así, el escenario resulta en una siniestra paradoja: en la época en que la ciencia y la tecnología han alcanzado alturas asombrosas, un padecimiento casi medieval flagela la poca o mucha soberbia que aún nos quedaba, ostentosamente como la gran sociedad del siglo XXI.

El teatro y la peste, pandemia en este caso, han trazado una profunda relación a lo largo de la historia de la humanidad. Es por esta razón que este momento, tiempo de reclusión pandémica, de místico viernes santo, podría ser la ocasión ideal para leer y releer las reflexiones de uno de los teóricos más influyentes del teatro occidental del siglo XX: Antonin Artaud.

Antoine Marie Joseph Artaud (nacido en Marsella el 4 de septiembre de 1896 y fallecido en París el 4 de marzo de 1948), mejor conocido como Antonin Artaud, fue un poeta, dramaturgo, ensayista, novelista, director escénico y actor francés.

Artaud es autor de una vasta obra que explora la mayoría de los géneros literarios, utilizándolos como caminos hacia un arte absoluto y “total”. Es más conocido como el creador del Teatro de la Crueldad, noción que ha ejercido una gran influencia en la historia del teatro mundial. Por la influencia de su obra y por sus ideas dramáticas, se le ha considerado “el padre del teatro moderno”.

Como dato interesante cabe mencionar que Artaud visitó nuestro país en los años 30 del siglo pasado e incluso dejó testimonio de su viaje en un par de libros: el primero, una antología de varios artículos titulado México y el segundo, Viaje al país de los Tarahumaras.

El teatro y la peste es el título de un artículo que forma parte del libro más célebre de Artaud, El teatro y su doble escrito en 1938, y en donde plasma su pensamiento, estética y poética con respecto al concepto de Teatro de la Crueldad: Según Artaud, la principal función del teatro consiste en despertar fuerzas dormidas en el espectador enfrentándole a sus conflictos más acuciantes, sus anhelos y sus obsesiones. Para lograr este choque, el diálogo queda relegado a un segundo plano y se enfatiza, como en el teatro asiático, el lenguaje gestual, los efectos de sonido y luces, y el decorado.

En El teatro y la peste, primer artículo del libro, Artaud comienza con una relación de la peste ocurrida en 1720 en Marsella y sus consecuencias mortales. Seguido a esto, Artaud aborda el concepto de la peste y relaciona a dicha enfermedad con una especie de identidad psíquica, una actitud de la voluntad. De esta manera, vincula al concepto de peste con la actividad teatral y el nacimiento del actor como tal, así como quiere entender al teatro mismo como una epidemia. Una verdadera pieza de teatro perturba el reposo de los sentidos, libera el inconsciente reprimido, incita a una especie de rebelión virtual e impone a la comunidad una actitud heroica y difícil.

Los orígenes de este artículo se remontan a marzo de 1933, cuando Artaud dio una conferencia en la Sorbona cuyo tema era “El Teatro y la Peste”.

Anaïs Nin, novelista, testigo presencial de aquella célebre conferencia, dejó un relato del acontecimiento: “¿Trata de recordarnos —escribe— que fue durante la Peste cuando llegaron a producirse tantas obras maravillosas de arte y de teatro, porque el hombre, frustrado por el miedo a la muerte, persigue la inmortalidad, la evasión, superarse a sí mismo? Pero luego, casi imperceptiblemente, abandonó el hilo que seguíamos y comenzó a actuar como alguien que se estuviera muriendo de la peste. (...) Para ilustrar la conferencia, Artaud representaba una agonía (...) Al principio la gente contenía la respiración. Después se puso a reír. ¡Todo el mundo reía! Silbaban. Luego, de uno en uno, empezaron a irse ruidosamente, protestando, hablando. Al salir, daban un portazo.”

Al terminar la conferencia, Nin y Artaud salieron juntos. “Siempre quieren escuchar una conferencia objetiva sobre ‘El Teatro y la Peste’, y lo que yo quiero es darles la experiencia misma de ello, la peste misma, para que se aterroricen y despierten”, dijo Artaud con amargura.

Justo en la primera de mis participaciones desde esta tribuna declaraba que el internet había achicado al mundo: confieso que al expresar tal pensamiento no era completamente consciente de las implicaciones de tal fenómeno. Hoy, por la fuerza de una cruel confrontación con la realidad, tengo que tragarlo con un amargo sabor de boca.

Todo fenómeno que ocurre en la realidad presenta, al menos, dos caras en aparente oposición; y digo ‘aparente’, porque analizado con detenimiento nos daremos cuenta de que se trata tan sólo del funcionamiento dialéctico de todo suceso y que termina por fundamentar su naturaleza y nada más. El que el mundo parezca disminuido en su dimensión gracias al internet conlleva aspectos positivos y negativos a su vez. Me parece que no éramos plenamente conscientes de los aspectos negativos de tal achicamiento... y ahí se hace presente la pandemia con la que hoy lidiamos para hacérnoslo notar.

Recuerdo que las primeras noticias que escuché sobre el coronavirus, por enero de este 2020, no me parecían en absoluto, ni siquiera potencialmente, amenazadoras. Incluso hoy nos parece estar experimentando una pesadilla de la que quisiéramos despertar pero estamos irremediablemente impedidos para lograrlo.

La metáfora del efecto mariposa con la que se intentaba explicar esencialmente la teoría del caos: “El leve aleteo de las alas de una mariposa se puede sentir al otro lado del mundo”, cobra hoy más sentido que nunca. Este proverbio aludiría a una visión holística, en la que todos los acontecimientos estarían relacionados y repercutirían los unos en los otros, implicando una repercusión de enorme magnitud a partir de acontecimientos ínfimos, ahora multiplicados a la “N” potencia gracias al achicamiento del mundo. La cosa empezó en China y en menos de dos meses estamos padeciendo sus crueles estragos en Querétaro.

Visto así, el escenario resulta en una siniestra paradoja: en la época en que la ciencia y la tecnología han alcanzado alturas asombrosas, un padecimiento casi medieval flagela la poca o mucha soberbia que aún nos quedaba, ostentosamente como la gran sociedad del siglo XXI.

El teatro y la peste, pandemia en este caso, han trazado una profunda relación a lo largo de la historia de la humanidad. Es por esta razón que este momento, tiempo de reclusión pandémica, de místico viernes santo, podría ser la ocasión ideal para leer y releer las reflexiones de uno de los teóricos más influyentes del teatro occidental del siglo XX: Antonin Artaud.

Antoine Marie Joseph Artaud (nacido en Marsella el 4 de septiembre de 1896 y fallecido en París el 4 de marzo de 1948), mejor conocido como Antonin Artaud, fue un poeta, dramaturgo, ensayista, novelista, director escénico y actor francés.

Artaud es autor de una vasta obra que explora la mayoría de los géneros literarios, utilizándolos como caminos hacia un arte absoluto y “total”. Es más conocido como el creador del Teatro de la Crueldad, noción que ha ejercido una gran influencia en la historia del teatro mundial. Por la influencia de su obra y por sus ideas dramáticas, se le ha considerado “el padre del teatro moderno”.

Como dato interesante cabe mencionar que Artaud visitó nuestro país en los años 30 del siglo pasado e incluso dejó testimonio de su viaje en un par de libros: el primero, una antología de varios artículos titulado México y el segundo, Viaje al país de los Tarahumaras.

El teatro y la peste es el título de un artículo que forma parte del libro más célebre de Artaud, El teatro y su doble escrito en 1938, y en donde plasma su pensamiento, estética y poética con respecto al concepto de Teatro de la Crueldad: Según Artaud, la principal función del teatro consiste en despertar fuerzas dormidas en el espectador enfrentándole a sus conflictos más acuciantes, sus anhelos y sus obsesiones. Para lograr este choque, el diálogo queda relegado a un segundo plano y se enfatiza, como en el teatro asiático, el lenguaje gestual, los efectos de sonido y luces, y el decorado.

En El teatro y la peste, primer artículo del libro, Artaud comienza con una relación de la peste ocurrida en 1720 en Marsella y sus consecuencias mortales. Seguido a esto, Artaud aborda el concepto de la peste y relaciona a dicha enfermedad con una especie de identidad psíquica, una actitud de la voluntad. De esta manera, vincula al concepto de peste con la actividad teatral y el nacimiento del actor como tal, así como quiere entender al teatro mismo como una epidemia. Una verdadera pieza de teatro perturba el reposo de los sentidos, libera el inconsciente reprimido, incita a una especie de rebelión virtual e impone a la comunidad una actitud heroica y difícil.

Los orígenes de este artículo se remontan a marzo de 1933, cuando Artaud dio una conferencia en la Sorbona cuyo tema era “El Teatro y la Peste”.

Anaïs Nin, novelista, testigo presencial de aquella célebre conferencia, dejó un relato del acontecimiento: “¿Trata de recordarnos —escribe— que fue durante la Peste cuando llegaron a producirse tantas obras maravillosas de arte y de teatro, porque el hombre, frustrado por el miedo a la muerte, persigue la inmortalidad, la evasión, superarse a sí mismo? Pero luego, casi imperceptiblemente, abandonó el hilo que seguíamos y comenzó a actuar como alguien que se estuviera muriendo de la peste. (...) Para ilustrar la conferencia, Artaud representaba una agonía (...) Al principio la gente contenía la respiración. Después se puso a reír. ¡Todo el mundo reía! Silbaban. Luego, de uno en uno, empezaron a irse ruidosamente, protestando, hablando. Al salir, daban un portazo.”

Al terminar la conferencia, Nin y Artaud salieron juntos. “Siempre quieren escuchar una conferencia objetiva sobre ‘El Teatro y la Peste’, y lo que yo quiero es darles la experiencia misma de ello, la peste misma, para que se aterroricen y despierten”, dijo Artaud con amargura.

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