/ miércoles 14 de febrero de 2024

Elegía. Joan Manuel Serrat I

Vitral


Tendría 13 años cuando escuché por primera vez una canción titulada Tu nombre me sabe a hierba. Me llamó la atención de inmediato, me impactó. Luego, en 1970, vino otra titulada Señora, que de plano me intrigó y absorbió. Por aquel entonces, lo típico, quería iniciarme en el amor y pretendía a una chica muy jovencita. Lógico, su familia se oponía ya que ella era muy pequeña y yo también. La canción Señora me vino al pelo para tratar de gritarle a todo mundo, incluida mi madre, que yo amaba a esa chamaca, y desde la perspectiva de lo que la letra me decía, me cubría y defendía con “ese con quién sueña su hija, ese ladrón que os desvalija de su amor soy yo, señora. Ya sé que no soy un buen yerno, soy casi un beso del infierno, pero un beso al fin, señora”. En ese tiempo, y por mi falta de experiencia en la vida, no entendía muchas cosas, estaba totalmente dominado por un poderoso despertar hormonal y por mi carácter caprichoso. La letra me venía como guante.

Empecé a preguntarme quién era ese cantante que componía esas canciones tan diferentes a todas las que se oían en la radio y la televisión en ese tiempo. Era tan crítico, tan ácido, tan certero. Afortunadamente, los medios de comunicación mexicanos, aunque bastante conservadores, dieron promoción a este nuevo cantante, Joan Manuel Serrat, al cual hasta querían incluso para galán de cine. Fue así que en España, en 1968, se produjo la película Palabras de amor, que en cuanto se estrenó en México, fui a ver en compañía de mi madre, siguiendo la pista de este compositor que me intrigaba y me gustaba tanto. Me puse a indagar, a comprar las revistas que hablaban de él, a leer notas en los periódicos, artículos, y comencé a saber y entender un poco quién era, de dónde venía, y cuál era su contexto.

Desde la escuela primaria había amado la poesía y tenía varios libros en los cuales venían publicados fragmentos de poemas de un tal Miguel Hernández. Entre las cosas que encontré al averiguar de Serrat supe que había editado un disco en honor precisamente de Miguel Hernández (1972), el mismo poeta que venía en algunos de mis libros y pequeñas antologías. El disco me llamó poderosamente la atención, me dio curiosidad y quise conseguirlo.

Por aquellas mismas fechas comencé a tocar la guitarra, así que conseguía cancioneros del Guitarra fácil que traían los acordes de muchas canciones que me gustaban, y si no venían, yo mismo las sacaba de oído. Afortunadamente, Guitarra fácil seguido publicaba álbumes con una buena cantidad de canciones de diversos autores, grupos, tríos, y así fue como tiempo después conseguí un álbum para guitarra con las canciones de Joan Manuel Serrat, y ahí venían algunos de los poemas de Antonio Machado y de Miguel Hernández que Serrat había musicalizado. Ahí conocí Elegía, una canción que nunca había escuchado, que me gustó aunque se me hizo muy compleja y oscura. Había vivido muy poco y el poema de Hernández me rebasaba con sus significados. Me faltaba experiencia en la vida y un poema de la profundidad y complejidad de la Elegía, se me hacía difícil de entender, aparte de que la música que le compuso Joan Manuel se me hacía oscura, deprimente, aunque muy bella. Hasta la fecha no se me ha olvidado ni la letra ni la música ya que, a pesar de mi inexperiencia, esas canciones me impresionaron profundamente.

Ahora vuelvo a escuchar la pieza muchas décadas después. Por estos días estaba pensando en Elegía y casualmente vuelvo a encontrarla. Me apareció en mi muro de Facebook. De inmediato me emocioné y me puse a escucharla con la atención que brindan los años, la distancia, la experiencia y lo vivido. Me doy cuenta qué distinto es escuchar y leer algo a los 13 años y volver a encontrarlo cinco décadas después. Y si en aquel tiempo me impresionó, ahora quedé más rotundamente asombrado. La letra entró en mí y me produjo choques, acuerdos y desacuerdos con Miguel Hernández, pero sin duda me dejó enriquecido y con un dejo de nostalgia, tristeza, esperanza, y fortaleza. Con una conciencia muy clara de que la vida es una, que hay que apreciarla, gozarla, agradecerla, disfrutarla, porque todo está cambiando permanente.

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Vaya hazaña la llevada con gran éxito por Joan Manuel Serrat, porque eso de musicalizar poemas de Miguel Hernández y de Antonio Machado era un trabajo de una dificultad enorme, que fue resuelta con gran éxito, con música hermosa, de alta calidad, que no demerita para nada a la poesía, sino que antes al contrario la resalta y la hace lucir más. Aquellas canciones de Serrat me acercaron todavía más y de manera definitiva a la poesía, y me llevaron a memorizar y a tratar de entender de qué hablaban estos poetas, qué querían decir, y aparte me permitieron degustar la belleza y armonía de sus textos, sus rimas, sus conceptos, la profundidad de su pensamiento y de sus reflexiones filosóficas acerca de la vida y la muerte. Me proporcionaron la alegría de saber que todo tema era posible abordarlo y que esas letras proporcionaban herramientas para enfrentar la vida misma con la poesía en la mano. Y así, he llorado y reído con estos poetas, me he divertido con las andanzas de don Guido, en el poema Llanto y coplas, de Antonio Machado, y he llorado amargamente con Nanas de la cebolla, de Miguel Hernández, ambas musicalizadas por Serrat. Y junto a ellos he reflexionado acerca de la vida y la muerte, de la alegría, la felicidad, la tristeza y el abuso. Sin duda, gran trabajo de Serrat, que ha llevado a estos poetas más allá de las fronteras de las letras, a todos los rincones del planeta.


https://escritosdealfonsofrancotiscareno.blogspot.com



Tendría 13 años cuando escuché por primera vez una canción titulada Tu nombre me sabe a hierba. Me llamó la atención de inmediato, me impactó. Luego, en 1970, vino otra titulada Señora, que de plano me intrigó y absorbió. Por aquel entonces, lo típico, quería iniciarme en el amor y pretendía a una chica muy jovencita. Lógico, su familia se oponía ya que ella era muy pequeña y yo también. La canción Señora me vino al pelo para tratar de gritarle a todo mundo, incluida mi madre, que yo amaba a esa chamaca, y desde la perspectiva de lo que la letra me decía, me cubría y defendía con “ese con quién sueña su hija, ese ladrón que os desvalija de su amor soy yo, señora. Ya sé que no soy un buen yerno, soy casi un beso del infierno, pero un beso al fin, señora”. En ese tiempo, y por mi falta de experiencia en la vida, no entendía muchas cosas, estaba totalmente dominado por un poderoso despertar hormonal y por mi carácter caprichoso. La letra me venía como guante.

Empecé a preguntarme quién era ese cantante que componía esas canciones tan diferentes a todas las que se oían en la radio y la televisión en ese tiempo. Era tan crítico, tan ácido, tan certero. Afortunadamente, los medios de comunicación mexicanos, aunque bastante conservadores, dieron promoción a este nuevo cantante, Joan Manuel Serrat, al cual hasta querían incluso para galán de cine. Fue así que en España, en 1968, se produjo la película Palabras de amor, que en cuanto se estrenó en México, fui a ver en compañía de mi madre, siguiendo la pista de este compositor que me intrigaba y me gustaba tanto. Me puse a indagar, a comprar las revistas que hablaban de él, a leer notas en los periódicos, artículos, y comencé a saber y entender un poco quién era, de dónde venía, y cuál era su contexto.

Desde la escuela primaria había amado la poesía y tenía varios libros en los cuales venían publicados fragmentos de poemas de un tal Miguel Hernández. Entre las cosas que encontré al averiguar de Serrat supe que había editado un disco en honor precisamente de Miguel Hernández (1972), el mismo poeta que venía en algunos de mis libros y pequeñas antologías. El disco me llamó poderosamente la atención, me dio curiosidad y quise conseguirlo.

Por aquellas mismas fechas comencé a tocar la guitarra, así que conseguía cancioneros del Guitarra fácil que traían los acordes de muchas canciones que me gustaban, y si no venían, yo mismo las sacaba de oído. Afortunadamente, Guitarra fácil seguido publicaba álbumes con una buena cantidad de canciones de diversos autores, grupos, tríos, y así fue como tiempo después conseguí un álbum para guitarra con las canciones de Joan Manuel Serrat, y ahí venían algunos de los poemas de Antonio Machado y de Miguel Hernández que Serrat había musicalizado. Ahí conocí Elegía, una canción que nunca había escuchado, que me gustó aunque se me hizo muy compleja y oscura. Había vivido muy poco y el poema de Hernández me rebasaba con sus significados. Me faltaba experiencia en la vida y un poema de la profundidad y complejidad de la Elegía, se me hacía difícil de entender, aparte de que la música que le compuso Joan Manuel se me hacía oscura, deprimente, aunque muy bella. Hasta la fecha no se me ha olvidado ni la letra ni la música ya que, a pesar de mi inexperiencia, esas canciones me impresionaron profundamente.

Ahora vuelvo a escuchar la pieza muchas décadas después. Por estos días estaba pensando en Elegía y casualmente vuelvo a encontrarla. Me apareció en mi muro de Facebook. De inmediato me emocioné y me puse a escucharla con la atención que brindan los años, la distancia, la experiencia y lo vivido. Me doy cuenta qué distinto es escuchar y leer algo a los 13 años y volver a encontrarlo cinco décadas después. Y si en aquel tiempo me impresionó, ahora quedé más rotundamente asombrado. La letra entró en mí y me produjo choques, acuerdos y desacuerdos con Miguel Hernández, pero sin duda me dejó enriquecido y con un dejo de nostalgia, tristeza, esperanza, y fortaleza. Con una conciencia muy clara de que la vida es una, que hay que apreciarla, gozarla, agradecerla, disfrutarla, porque todo está cambiando permanente.

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Vaya hazaña la llevada con gran éxito por Joan Manuel Serrat, porque eso de musicalizar poemas de Miguel Hernández y de Antonio Machado era un trabajo de una dificultad enorme, que fue resuelta con gran éxito, con música hermosa, de alta calidad, que no demerita para nada a la poesía, sino que antes al contrario la resalta y la hace lucir más. Aquellas canciones de Serrat me acercaron todavía más y de manera definitiva a la poesía, y me llevaron a memorizar y a tratar de entender de qué hablaban estos poetas, qué querían decir, y aparte me permitieron degustar la belleza y armonía de sus textos, sus rimas, sus conceptos, la profundidad de su pensamiento y de sus reflexiones filosóficas acerca de la vida y la muerte. Me proporcionaron la alegría de saber que todo tema era posible abordarlo y que esas letras proporcionaban herramientas para enfrentar la vida misma con la poesía en la mano. Y así, he llorado y reído con estos poetas, me he divertido con las andanzas de don Guido, en el poema Llanto y coplas, de Antonio Machado, y he llorado amargamente con Nanas de la cebolla, de Miguel Hernández, ambas musicalizadas por Serrat. Y junto a ellos he reflexionado acerca de la vida y la muerte, de la alegría, la felicidad, la tristeza y el abuso. Sin duda, gran trabajo de Serrat, que ha llevado a estos poetas más allá de las fronteras de las letras, a todos los rincones del planeta.


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