Y sí, podía sentirse muy galán, pero las angustias que lo abrumaban estaban ahí siempre presentes. Sentado en una taza del w.c. se le hacía más evidente todo. ¿No dicen que el baño es el mejor lugar para filosofar? Ahora quería conquistar a Atenea sin estar consciente de todo lo que ello involucraba. ¿La quería utilizar sexualmente? ¿Quería satisfacer sus más bajos instintos? ¿Era capaz de dar amor? ¿O era un ser absolutamente egoísta que solamente pensaba en él?
-“¿Acaso ni un solo día de mi vida podré tener paz? -pensaba- ¿Acaso existe la tranquilidad? ¿O es sólo una quimera que nos tiene embobados con alcanzarla? No la he conocido nunca, bueno, a ratos, sólo a ratos, porque todo lo demás han sido puros problemas, uno tras otro. Creo que esto me sucede sólo a mí. Veo a los demás muy felices. Bueno, quizá tengan algunos problemillas, sin embargo, los veo muy tranquilos en general, así que no creo que sean grandes dilemas. En cambio, no sé porqué yo sí estoy hundido cada vez más y no logro salir. Soy infeliz, mal casado, jodido, sin amor, enfermo, un fracasado en la vida. ¡Carajo! Y ahora que tengo la oportunidad de un amorío, una aventurita, me salió respondona la niña. Resulta que ya tiene un hijo. Pero bueno, no te pongas tan exigente, pensó, tú también tienes 4 hijos, y aún así quieres andar cotorreando fuera de tu casa”.
Sólo que ahora, a pesar de su juventud, era un hombre extenuado, enfermo, lleno de complejos y de problemas. Necesitaba un escape y pronto. Mientras Claudio cavilaba muy sesudamente en el baño, Atenea estaba sentada en la oficina del jefe. Un lugar pequeño, moderno, con olor a sachets. Ella tomaba un dictado para correspondencia en su tablet, sentada en un sillón. Las piernas cruzadas dejaban ver hasta arriba de la rodilla.
-“Bonitas piernas”- pensó el jefe. -Usted siempre tan trabajadora, Atenea, ¿Qué nada más piensa en el trabajo, no se distrae de alguna manera?-. Ella descruzó las piernas, se ajustó la falda y contestó: -Me gusta mucho mi trabajo, señor. Y tengo muchas ganas de salir adelante.
-¿Me permite fumar un cigarrillo?-, pregunto el señor licenciado
-pues…
-No, no, si le molesta no lo haré.
-No, no es eso. Es que yo qué le puedo decir, licenciado.
-Bueno, sé que está prohibido, que no es lugar para fumar, pero es que estoy un poco nervioso. ¿Sabe porqué estoy nervioso, señorita Atenea?-, dijo con voz un tanto melosa el licenciado.
Toda mujer sabe perfectamente cuando un hombre está intentando ir más allá de una simple plática. Algunas lo permiten, otras lo toleran, a otras les enfada, y algunas entran al juego de la seducción y el coqueteo. Atenea lo tenía muy claro, no quería nada con este hombre, mas tampoco podía ser grosera y cortante porque se metería en problemas. Tenía trato a diario con el jefe, y la disciplina era parte del paquete de subir de puesto y ganar más sueldo.
-No licenciado, no tengo idea- respondió sin expresar ninguna emoción.
-¿De veras, de veras, no tiene idea?- insistió él.
-No señor. Será por algún problema personal… ¿quiere que mande el mail de una vez?-, dijo, tratando de desviar discretamente la conversación, pero el jefe no tenía la intención de ceder. La fuerza del impulso lo seguía empujando. Quería tener algo que ver con esa mujer. “Ve qué piernas, qué cuerpo, qué cabello , qué boca. Tengo que irla aflojando, hasta que ceda. Todas caen, tarde o temprano”, pensó.
-No, Atenea, todavía no mande el correo. Faltan algunas ideas que no he desarrollado. Guárdelo por mientras.
-Como usted diga señor. ¿Me puedo retirar?-
-Sí, la llamo más tarde, gracias.
Ajustándose el vestido, Atenea se levantó. Dio media vuelta y se dirigió hacia la puerta. Estaba de espaldas al licenciado. Él miraba en forma morbosa su bella figura. La deseaba.
*
El día había pasado monótonamente, rápido, igual de aburrido que siempre. Y ahora, las dos horas de regreso a casa, que ni siquiera era un refugio ni un oasis. Al contrario, había escándalo por todos lados y más aburrición con la señora. Ni modo, qué hacer. No había de otra. Quién iba a llevar la papa para la familia. ¿Cómo fue que se metió en todo esto? Y todo por una calentura. O así lo veía ahora. Apenas hace… ¿diez años… doce? Él estaba joven, guapo, lleno de vida, y en una fiesta conoció a la que hoy era su esposa, la tipa esa. En ese tiempo no la vio como “tipa”. Cierto, nunca fue muy bonita, pero como decía una de sus tías, era joven, y la juventud es un tesoro. Y más cuando andas bien ardiente y no hallas en dónde vaciar tus ansias de novillero. Así que cualquier pollo que afloje es bueno para ello. Lo malo es que si no te pones abusado te puedes emboletar de a grapa y luego… podrías huir, pero él no era de ese tipo de hombres, podría ser lo que fuera, eso no. El sí dio la cara por la criatura que venía. Aunque en algún momento pensó: “¿y sí será mío el chamaco? Porque a fin de cuentas esta tipa aflojó muy rápido y fácil conmigo, así que cuántas otras veces no lo habrá hecho. Qué tal si hasta me agarró de su tarugo. Y yo que hasta al altar la llevé de blanco. Cuántos tipos no se habrán reído a mis espaldas”. Ahh, en estos transbordos daba tiempo para pensar un montón de jaladas.
Aquella noche que conoció a Sonia todo estuvo muy raro. El más bien iba sobre otra chava a la que ya le había echado el ojito. Un amigo se la había presentado una vez que fueron a tomar un café al centro de la ciudad. Sabía que asistiría a esa fiesta, así que Claudio se vistió con sus mejores garras, se perfumó y se lanzó al reven con afán conquistador. Ya ahí, la chava llegó con otro galán, que no se le despegaba para nada. Estaban así como que muy románticos. Claudio se sintió muy frustrado. Ardía de celos, envidia y deseos más alterados por las cubas que había bebido. Fue en ese momento en que apareció en su vida Sonia.
Ella estaba sentada en un rincón, sola, revisando unas portadas de unos acetatos viejos. Quién era, quién la había invitado, quién sabe. Eso valía gorro, lo importante era que estaba sola. No estaba muy bonita, pero ya con media caguama adentro y una bolsita de pan, pues podía salir una buena aventura. Una más. Claudio de acercó a ella así como que no quiere la cosa, confiado en la hermosura varonil que su mamá siempre le había dicho que poseía. La inseguridad lo frenó un poco, tomó aire, y envalentonado por el alcohol comenzó su conquista.
-Hola, están padres esos discos ¿verdad?
-No sé, apenas los estoy mirando-, dijo ella. -¿Son tuyos?
-No, no, yo no vivo aquí, también soy invitado.
-Entonces, ¿cómo sabes que están padres los discos?
-No sé, me latió. Alcancé a ver la portada del disco de Donna Summer, y ese me gusta. Es música vieja, pero bien buena, ¿no crees?
-Lo ignoro, dijo Sonia, la verdad no sé mucho de música.
-Hay que pedir que lo pongan ¿ya vas? Y bailamos.
-Es que no sé bailar.
-Yo te enseño a bailar disco. Ven.