Enfermedad y muerte en el convento. Prácticas y creencias

Cartografía del tiempo y la memoria

Edgardo Moreno Pérez | Colaborador Diario de Querétaro

  · jueves 28 de octubre de 2021

Foto: Cortesía | @virreinato.inah.gob

Mira que el amor es fuerte / Vida, no me seas molesta, / mira que sólo te resta, para ganarte, perderte; / venga ya la dulce muerte / venga el morir muy ligero, / que muero porque no muero.

Teresa de Jesús.


Cuando la muerte llegaba implacable al espacio monacal femenino, ¿Que propiciaba esas defunciones? ¿Cómo se preparaban las religiosas para el memento mori? ¿Que rituales y ceremonias se llevaban a efecto? ¿Dónde terminaría el cuerpo mortal de las "esposas de Jesús"? De manera breve daremos una semblanza para acercarnos a contestar estas preguntas. No omito referir que está circunscrito a los siglos XVII, XVIII y XIX. Exclusivamente al claustro femenino.

Enfermedad: Las epidemias de viruela, peste, tifus, en tierras novohispanas fueron una plaga, que menoscabaron las ciudades, siendo los indios y mestizos los más afectados, pero igual tenían mortandad los españoles, negros y mulatos. La forma de vida en comunidad, la poca calidad del agua, la falta de limpieza y aseo en viviendas, calles y lugares públicos, propiciaban el desarrollo de estos virus. (Vargas: 1993). Falta todavía más estudios al respecto, pero evidentemente los monasterios no estuvieron al margen de estas afecciones públicas. Hay casos registrados en varios conventos de epidemias de tabardillo, las religiosas eran recluidas y cuidas por sus hermanas en la enfermería.

El tabardillo, variedad de tifus que se manifiesta con una erupción que cubre la piel, era una enfermedad constante que, en casos extremos, producía la muerte: “A Isabel de san Alberto asístile el tiempo que duró el mal, que fue un tabardillo negro tan recio que al onceno la acabó”. (Ramos: 1999).

La longevidad era grande, es frecuente encontrar en los documentos que hubo monjas que vivieron entre los sesenta y setenta años, casos excepcionales de ochenta. Debido a los desequilibrios alimenticios por ayunos, mandas, penitencias, las migrañas eran frecuentes, derivadas de las anemias. “Bernarda de san Juan sufría terribles dolores de cabeza; solía decir que era algún demonio que la atormentaba”. Las crónicas refieren pulmonías, hidropesía, cáncer, fiebres, problemas gastrointestinales, reumas, artritis. La mentalidad mágica y maniquea hacía pensar que las enfermedades eran pruebas que Dios ponía a sus “esposas” o intervenciones demoníacas para hacer “sufrir” a las vírgenes.

La Higiene: De igual manera la higiene al interior del convento no era la más adecuada, al igual que en las grandes ciudades europeas, la basura, desperdicios, sin redes de drenaje ni desagües. La Nueva España reflejaba las mismas condiciones.

En lo que concierne al aseo personal tenía sus particularidades, pues no se acostumbraba el baño diario; la concepción del cuerpo en el imaginario monjil tenía que ver con la “carnalidad”, lo “pecaminoso” “A Beatriz de Santiago la hubieron de apartar de la comunidad […] el achaque la debilitó tanto que vino a no poder andar ni levantarse de la cama en que estuvo seis o siete días, y allí hubieron de desnudar dos o tres antes de que muriese para darle extremaunción porque en veinte años no se había desnudado.” (Ramos: 1999), por lo cual verse o ver a alguien desnudo constituía algo fuera del ámbito de las religiosas; se enfrentaban a esa posibilidad en escenarios extremos: la enfermedad y la muerte. Sin embargo no es una regla aplicable a todos los conventos, pues como hemos visto, algunas monjas contaban con placeres en sus celdas; en el caso de las Capuchinas de Querétaro, todavía se aprecian dos placeres comunales, con sus sistemas de hornos y piletas para calentar y contener el agua. De igual manera con las claras urbanistas y las beatas del Real Colegio de Santa Rosa de Viterbo.

Terapéutica: Al interior de los claustros hubo sanadoras y enfermeras, que atendían de sus males a la comunidad religiosa. Los médicos tenían la posibilidad de entrar con un permiso especial y en casos extremadamente graves. Eran aplicados los métodos terapéuticos de la época virreinal; “sangrías”, “baños de asiento”. De ahí que los versillos de principios del siglo XVIII cantaran: “Agua De malvas y goma / sanguijuelas y sangrías / y que el enfermo coma. / A mi me duelen las muelas, / mi hijo tiene tabardillo / papá se quebró un tobillo… / pues a todos / sanguijuelas…” (Solomino: 1976).

El remedio en ocasiones era más “insufrible” que la enfermedad: “a Jerónima de San Bartolomé “llegaron a caldearla con hierros encendidos, padeciendo terribles dolores, en todas partes de su cuerpo, que a todas movían a compasión”; Ana de Jesús, [fundadora del convento de San José de Puebla]. En las crónicas se lee de algunas religiosas que preparaban “remedios” y practicaban curaciones para atenuar los padecimientos de sus hermanas de hábito, usando de los conocimientos empíricos de la herbolaria. En el huerto conventual, además de árboles frutales; leguminosas, hortalizas, contaba con plantas medicinales. En San José de Puebla vivió sor Ana de Jesús que curaba con la imposición de las manos: “Pues solo con tocarlas y untarlas quedaban sanas”.

Honras Fúnebres: La campana del templo conventual anunciaba el fallecimiento de alguna hermana, al doblar en señal de luto y de duelo, la comunidad entonces a través del torno filtraba las condolencias y las limosnas, para las misas, ceras y flores, las cuales eran acopiadas en el locutorio. El cuerpo de la monja era colocado en el coro bajo donde sería finalmente inhumado. Hubo casos donde se corría la voz de la “santidad” de cierta monja, y entonces se pedía su intercesión para expurgar pecados, para sanar de enfermedades largas y costosas también atarían a curiosos y buscadores de reliquias, muchos pedían “recortes” del hábito, los objetos personales, el frotar medallas, “estampas”, escapularios, flores.

La muerte tenía su manifestación de acuerdo con la cultura y mentalidad de la sociedad novohispana, influenciada por la religiosidad, en este caso la católica Apostólica y Romana. El arte, la literatura, las hagiografías de monjas “muertas en santidad” fueron imitadas por las religiosas de estas tierra, a veces con barroquismo. Por fin el momento de la reunión con el amado llegaba, la culminación de toda una vida a su servicio, de preparación…

Sin embargo también causaba temor, las penas del purgatorio, los ardores del infierno, de los que nadie podía tener la certeza de “salvación”, de ahí que la forma de muerte tenía mucho que ver con las interpretaciones que se hacían las religiosas, Dios enviaba los sufrimientos, escogía el momento, en estos trances el “demonio” podía aprovecharse y ganar para su causa una “alma santa”. Por esos se tomaban previsiones de rezos, penitencias, algunas hermanas permanecían en la cabecera de la moribunda, eran administrados los “santos óleos” por el presbítero, fraile o el capellán que las tenía bajo su dirección espiritual. Era encendida “la Vela del Bien Morir "colocándole en las manos una imagen de Jesucristo, (Sigüenza y Góngora: 1684). El sacerdote recitaba responsos y salmos las otras hermanas se reunían en el coro para rezar y cantar el Te Deum Laudamus.

En la próxima entrega platicaremos sobre las ceremonias y rituales que se efectuaban en el claustro cuando una esposa de Cristo, emprendía el camino hacia la vida eterna.


Desde Anbanica - Teocalhueyacan. Octubre de MMXXI.