San Isidoro de Sevilla (c. 562 - 4 de abril de 636) dejó por escrito, en sus Etimologías, los diez signos de acentuación que se utilizaban en la antigüedad. Varios de ellos los utilizamos en nuestro idioma (son parte de la gramática española); y aunque en algunos casos se ha modificado su grafía, su sentido no se ha modificado; otros más son utilizados en otros idiomas, como el francés. Los escribo a continuación:
1. Oxeîa, acento agudo, es un trazo que se pone encima de la letra que tiene la sílaba tónica, asciende de izquierda a derecha, nosotros lo utilizamos (en nuestro idioma) escribiéndolo así: ´, lo usamos en palabras como: ʻpapáʼ, ʻmamáʼ, habló, árbol, México (es nuestro único acento ortográfico);
2. Bareîa, acento grave (de ahí su nombre, como la voz de los barítonos en tesitura musical, que es más grave que la de tenor y más aguda que la de bajo), es una línea que desciende sobre la letra acentuada, va de izquierda a derecha, se escribe así: ` (se usa en otros idiomas, como el griego y el francés);
3. Perispoméne, es el acento circunflejo que une a los acentos agudo y grave (sube y baja el sonido), se escribe así: ˆ (se usa en otros idiomas, como el griego y el francés);
4. Macrós, es una vírgula larga (de ahí su nombre), nosotros le decimos guion bajo, se escribe así: ̲ o así: ¯, se coloca debajo de la letra acentuada (en latín se usa para alargar el sonido de la letra marcada, por ejemplo: pēiero, jurar en falso, perjurar);
5. Brachys, esto es, breve, es la parte inferior de un semicírculo, se pone debajo de la letra y con ello se indica que la lectura de dicha letra debe ser rápida, casi imperceptible;
6. Hyphén, es decir, conjunción ya que une dos palabras, es un trazo semicírculo, parecido a la rāۥ árabe, actualmente lo escribimos como guion corto, así: -, y lo utilizamos igual que en la antigüedad para unir palabras y formar un solo concepto, por ejemplo: profesor-investigador, indo-europeo, (en inglés se usa con la misma intención, pero se escribe en griego: hyphen; su contrario es el dash: guion medio);
7. Diástole, esta es opuesta a la anterior, así, en vez de unir, separa; nosotros lo usamos con el mismo sentido pero en forma de guion medio, por ejemplo: los hombres y los dioses hablan / los hombres hablan – los dioses hablan / los hombres – hablan / los dioses – hablan;
8. Apóstrofo, es la parte derecha —decía San Isidoro de Sevilla— de una circunferencia, como una coma volada: ʼ, y se usa para indicar que falta una parte de la palabra, por ejemplo: pa´, indica que es ʻparaʼ; nosotros lo escribimos de forma recta inclinada, así: ´; cabe mencionar que muchas personas lo confunden con ʻapóstrofeʼ, craso error, pues éste significa insulto o expresión execrable (nada que ver con el apóstrofo); y en literatura, interrumpir el discurso para dirigirse con vehemencia a otra persona (tampoco hay relación con el apóstrofo);
9. Daseîa, se traduce como «aspiración», y sirve para saber dónde poner una H, es como si partiéramos de manera vertical la H, y usáramos la primera parte (en griego se sigue usando pero se le llama espíritu, se escribe así: ʼ y no se pronuncia, es suave);
10. Psilé, que se traduce como «sequedad» o «pureza», indica —a diferencia del anterior— que en ese lugar no debe ponerse una H, (en griego es un espíritu, pero, a diferencia del anterior, éste es áspero, suena como /j/ y se escribe así: ʻ.
Estos dos últimos signos los usaron los latinos como H, letra aspirada, uniendo Daseîa con Psilé.
Ahora bien, muchas personas pasan por alto el uso de estos signos. Les da lo mismo la manera como escriben. Hay quien reconoce —inclusive— que tiene ʻproblemasʼ para escribir; sin embargo, no hace nada por corregir su escritura. Es como si no le diera importancia a sus propios pensamientos; como si la confusión o —peor aún— el malentendido que provocan no tuviera ningún valor, como si lo que dijera fuera de poco valor.
Los seres humanos somos lo que hablamos. A través del lenguaje estamos en el mundo. De hecho, no sólo referimos el mundo, sino que lo recreamos a través de nuestras palabras: lo afirmamos y —a la vez— reinventamos en la medida en que hablamos. Sin embargo, cuando hablamos en el texto, nuestra voz se vuelve certera: al quedar por escrito no se puede corregir; de ahí la necesidad de que diga de manera puntual lo que se quería expresar. De otro modo, seríamos presa de nuestra propia indiferencia, o falta de exigencia para escribir lo que pensamos. Sin embargo, como decía Pedro Salinas, uno de los mejores poetas de la Generación del 27: “el hombre es inseparable de su lenguaje […]. La palabra es espíritu, no materia, y el lenguaje en su función más trascendental, no es técnica de comunicación, hablar de lonja: es liberación del hombre, es reconocimiento y posesión de su alma, de su ser” (“El hombre se posee en la medida en que posee su lengua”, en Aprecio y defensa del lenguaje, 1944).