¿Qué es la realidad? Definirla sólo la enunciaría, no alcanzaría a descubrirla por completo. Quizá si comprendiéramos qué es la realidad como concepto, podríamos valorar la que nos rodea (‘res’, cosa; ‘lidad’, posibilidad de ser = que la cosa puede ser posible), y todavía más: la realidad que nos habita (inhabitación ontológica), la que nos hace ser lo que somos: ser es ser-siendo.
Al respecto, en La vida es sueño, de Calderón de la Barca, el personaje Segismundo dice que su crimen fue haber nacido (Calderón: 502). ¿Crimen nacer? Un acto criminal nos lleva[ría] a la desesperación. Pero ¿contra quién? Se trata de saber —en todo caso— que una salida podría ser fingir que no somos realmente del todo | fingir que la realidad no es tal. Como dice Hamlet: “Ser, o no ser: ésta es la cuestión […] morir, dormir, nada más, y, con un sueño, decir que acabamos el sufrimiento del corazón y los mil golpes naturales que son herencia de la carne. Ésa es una consumación piadosamente deseable: morir, dormir; dormir, quizá soñar: sí, ahí está el tropiezo, pues tiene que preocuparnos qué sueños podrán llegar en ese sueño de muerte, cuando nos hayamos desenredado de este embrollo mortal” (Shakespeare: 43).
Y es que el sueño nos puede llevar a la idea de que lo demás (la realidad) también es (puede ser) un sueño. Esta idea suele ser común en las obras teatrales. Calderón de la Barca, los refiere a tal grado, que afirma que incluso en ellos (los sueños) hay que actuar de manera amable. Después de todo, la existencia suele advertirse tan fugaz como los sueños. Es por ello que, al final del segundo acto de la obra La vida es sueño, Segismundo termina su soliloquio diciendo: “¿Qué es la vida? Un frenesí. ¿Qué es la vida? Una ilusión, una sombra una ficción, y el mayor bien es pequeño; que toda la vida es sueño y los sueños, sueños son” (Calderón: 522).
Habría que preguntarse —en todo caso—, no sólo que es la realidad, sino qué significa para nosotros en particular. Algo parecido hizo el Dante, cuando narra: “A mitad del viaje de nuestra vida [35 años] me encontré en una selva obscura [símbolo de las pasiones], por haberme apartado del camino recto” (Alighieri: 15). Sin embargo, al reflexionar sobre ello tendríamos que preguntarnos —honestamente— qué posibilidad tenemos de contestarla. O bien, reconocer, que la respuesta siempre estará mediada por el enfoque filosófico, en particular epistemológico, que le demos. Esto nos llevaría —incluso— a reconocer que la naturaleza tanto de la pregunta como de la respuesta son fruto del grado del conocimiento que tengamos. De ahí la necesidad de partir. En un sentido prístino, de nuestras propias limitaciones para conocer a través del mismo conocimiento lo que es la realidad.
Sin embargo, esta inconsistencia, esta finitud aparente que es parte del ser-siendo humano tiene un asidero de otro talante intelectivo: la fe. Ésta es otra forma de conocer. Así, ante la pregunta: ¿Cómo sabes que existe una realidad (el mundo y Dios) fuera de nuestras mentes? Podríamos contestar, lo sé porque lo siento. Sin embargo, este sentir no es propio de mi individualidad, sino que es un sentir que se ha compartido (y se comparte) a través de tiempo y el espacio. La historia misma del ser humano es una constante búsqueda de esta realidad llamada Dios. Pero es un conocimiento que, aunque puede ser explicado (piénsese en la Teología fundamental), no es de carácter netamente filosófico o científico, pues este tipo de razonamientos son propios de las personas que dominan estas ciencias (o conocimientos). No, la fe es cosa aparte. Es parte de la realidad cotidiana del ser de a pie. Él sabe que Dios existe tanto como existe el hombre que piensa a Dios.
Así, no se pregunta por el aire que respira, y aunque no lo ve, sabe que está ahí, como una fuerza que hace que las cosas se muevan y él, en particular, pueda respirar y, por ello, vivir. La filosofía, en este sentido, puede ayudar a formular preguntas más estructuradas, con mayor rigor reflexivo y crítico. Hay preguntas, sin embargo, que rebasan nuestra aprehensión cotidiana. Un ejemplo de ello es la pregunta por la ‘realidad’ de Dios, que es mucho más antigua que la filosofía y la ciencia, incluso que la religión. Esa pregunta la formularon personas con apenas un atisbo de conocimiento si lo comparamos con el nuestro. Aun así, fueron capaces de pensar en alguien superior que les daba la vida, o que, al menos, la permitía o generaba.
Sé que no faltará quien diga que su pensamiento era primitivo. Y sí, tal vez lo era. Sin embargo, su pregunta, la pregunta de alguien primitivo, hasta la fecha no la hemos podido contestar desde la ciencia o desde la filosofía. Es por ello que a la pregunta —por ejemplo— ¿cuál es el papel de Dios en la constitución ontológica del universo?, la respuesta va a estar sustentada y/u orientada no sólo de las reflexión filosófica y científica, sino también —y no en menor medida— a partir de la fe del hombre de ‘a pie’, el que sabe que todo el conocimiento es producto de un contexto histórico que define (al menos visualiza) al ser humano; en cambio, la idea de Dios le abre la posibilidad de que esté consciente de que los sueños, sueño son, pero Dios no es, de ninguna manera un sueño… y su obra (nosotros) tampoco, pues si Él es real, su obra también lo es.