/ sábado 18 de marzo de 2023

“Era el amor al periódico”: Salvador Hernández

Con más de 40 años de trabajo en Diario de Querétaro, "Chavita" recuerda su paso por esta casa editorial de la que aún es colaborador


Originario del municipio de Amealco, Salvador Hernández Alcantar, “Chavita” entregó su vida a Diario de Querétaro, desde los 17 años permaneció en esa labor editorial poco reconocida públicamente, pero de gran importancia… en los talleres, donde aprendió a producir un periódico y a avanzar junto con la tecnología hasta su momento de jubilación en 2019.

"¿Por qué duré tanto aquí?", se pregunta curioso el también llamado “borreguito”, intentando encontrar una respuesta en las extendidas anécdotas y experiencias que acumuló en los poco más de 40 años de trayectoria. "No gané nada, no me fui a pasear, no fui al cine, no conviví... ni mis padres disfrutaron de mí ni yo de ellos, era un trabajo, ¿Qué pasó? Pues no sé: era el amor al periódico... pero ¡qué amor!"

El joven Salvador llegó a la ciudad de Querétaro en 1971, se escapó de su casa para irse a la Ciudad de México y posteriormente llegar a la capital queretana con un familiar suyo, gracias al apoyo de su madre, quien contactó a un primo. Chavita no tenía dinero y apenas contaba con educación primaria, lo que hacía difícil su situación económica.

Aquel primo trabajaba en la empresa Tremec, al norte de la ciudad, y le ayudó a Chavita a conseguir trabajo, ofreciéndole su casa un tiempo; hizo el examen de ingreso, pero por temas sindicales no pudo incorporarse de inmediato sino pasado un mes, lo que complicó aún más su situación personal, pues necesitaba un trabajo lo más pronto posible.

"Me quedé con mi primo y un día cualquiera me dijo que fuéramos a Plaza de Armas, donde comenzó a hacer plática con un chavo en la mañana y le preguntó por un trabajo para mí. Ese amigo le dijo a mi primo que fuera al Diario y preguntara por el señor Manuel Ramírez. Fui al otro día, temprano, y no estaba, que llegaba a las seis de la tarde y me esperé. Ya cuando lo pude ver me dijo que yo era muy joven, que no me iban a aceptar".

Pero la necesidad de un trabajo lo motivó a insistir, a no aceptar un no por respuesta y continuó ese camino llamado necedad, que a veces resulta útil. Luego de tanta obstinación el señor Manuel Ramírez terminó por aceptarlo, con la condición de que no habría paga, simplemente se le daba la oportunidad de aprender algo, un oficio.

"Y dije "no creo que no aprenda nada", por lo que me quedé. Recuerdo que me remarcó que no me pagaría y dije "no importa", y en esa primera semana me pagaron 50 pesos. No era el salario que me debían pagar, pero me pagaron. Cuando entré mandaron llamar a un chavo que se llamaba Javier Aldana y entré como ayudante de linotipistas".

Desde los linotipos hasta las computadoras

Chavita aprendió cada uno de los aspectos de todas las áreas que componen un taller de periódico, viviendo básicamente todos los cambios tecnológicos hasta su salida. Desde los linotipos hasta las computadoras, así como los diversos cambios que se hicieron con el tiempo, como de sede al pasar del Centro Histórico a avenida Constituyentes, y de decenas de empleados que rondaron por esta casa editorial.

"A mí me tocaron todos los cambios, inclusive ser un comodín, porque sucede que me topé con una familia que me animó a seguir estudiando porque nada más tenía la primaria y entonces me fui a secundaria. Recuerdo que iba al taller a pedir que me dieran chance de llegar un poco tarde y me dijeron que no, que porque si me daban permiso a mí los demás iban a querer lo mismo y trastocaba sus horarios; que si quería me quedara como comodín", agrega.

En ese momento, Chavita conoció los talleres del periódico, linotipos, corrección, fotomecánica, transporte de láminas y rotativa, por lo que se adentró a cada uno de estos para en 1980 o 1981, pues la memoria no le da la precisión necesaria, Chavita se convirtió en jefe de talleres, dejando su vida al periódico en esas largas noches y madrugadas.

Y es que, recuerda, el periódico únicamente contaba con ocho páginas, situación que aumentó hasta llegar a trabajar con 60 o 70 páginas en una noche, por lo que recuerda dedicar todo su tiempo en ello, durmiendo en los talleres, a la vieja usanza de tener hora de entrada pero no de salida; quedarse a dormir porque era más conveniente que irse a casa y regresar.

Sin embargo, pese a la presión, recuerda el compañerismo que había en el medio, quizás una de las razones por las que siguió dedicado al ámbito editorial de una casa periodística. "Es que en el periódico son muchas cosas cuando uno aprende; yo no sabía nada, todo lo que aprendí, lírico incluso, pues no fui a la escuela, todo lo aprendí con la marcha, viendo cómo se hacían las cosas".

"En el periódico nos tocó el crecimiento y en 1993 vinieron de México a renovar toda la redacción por completo, escritorios nuevos, computadoras, hicieron una pequeña red y de mucho tiempo atrás llegaron unas cajas grandes y altas, que estaban en el pasillo, las cuales duraron como más de un año si abrir. Según nos contó un ingeniero que tardaron un año en renovar los periódicos y nosotros fuimos los últimos, entonces hicieron la red y pusieron filmadoras de películas; ya no se llevaba fotomecánica", recuerda.

A Chavita le tocó una época de mucho trabajo, sobre todo en eventos o acontecimientos políticos importantes como los informes del gobernador o las elecciones, trabajos que, al menos durante los años ochenta, tardaban hasta una semana en realizarse, donde reiteró el compañerismo laboral que existía, "pues todos dependíamos de todos".

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"En mi caso sí fue muy demandante porque yo era jefe de talleres y se me ocurrió estudiar la prepa y fue otro rollo; terminé con la boca chueca, ya no presenté tres exámenes finales al salir de la prepa y mis profesores me pasaron, pero sí, era muy demandante y no sé por qué el periódico te jala, te quedas, no ganas mucho y andas aquí. No sé si sea el compañerismo o que se está haciendo algo que va a ver la gente y quieres hacerlo bien", afirma.

Chavita ha visto pasar a decenas de nuevos integrantes del Diario de Querétaro. Se jubiló en el año 2019 y recuerda su paso por el periódico con cariño, por las personas que conoció, lo que aprendió, toda una vida en los talleres, todo un conocimiento de cada máquina, de cómo funciona, de dirigir personal, de formar parte de cada rincón del medio, desde el Centro Histórico hasta las nuevas oficinas, desde las primeras máquinas hasta la llegada de internet y los programas por computadora.


Originario del municipio de Amealco, Salvador Hernández Alcantar, “Chavita” entregó su vida a Diario de Querétaro, desde los 17 años permaneció en esa labor editorial poco reconocida públicamente, pero de gran importancia… en los talleres, donde aprendió a producir un periódico y a avanzar junto con la tecnología hasta su momento de jubilación en 2019.

"¿Por qué duré tanto aquí?", se pregunta curioso el también llamado “borreguito”, intentando encontrar una respuesta en las extendidas anécdotas y experiencias que acumuló en los poco más de 40 años de trayectoria. "No gané nada, no me fui a pasear, no fui al cine, no conviví... ni mis padres disfrutaron de mí ni yo de ellos, era un trabajo, ¿Qué pasó? Pues no sé: era el amor al periódico... pero ¡qué amor!"

El joven Salvador llegó a la ciudad de Querétaro en 1971, se escapó de su casa para irse a la Ciudad de México y posteriormente llegar a la capital queretana con un familiar suyo, gracias al apoyo de su madre, quien contactó a un primo. Chavita no tenía dinero y apenas contaba con educación primaria, lo que hacía difícil su situación económica.

Aquel primo trabajaba en la empresa Tremec, al norte de la ciudad, y le ayudó a Chavita a conseguir trabajo, ofreciéndole su casa un tiempo; hizo el examen de ingreso, pero por temas sindicales no pudo incorporarse de inmediato sino pasado un mes, lo que complicó aún más su situación personal, pues necesitaba un trabajo lo más pronto posible.

"Me quedé con mi primo y un día cualquiera me dijo que fuéramos a Plaza de Armas, donde comenzó a hacer plática con un chavo en la mañana y le preguntó por un trabajo para mí. Ese amigo le dijo a mi primo que fuera al Diario y preguntara por el señor Manuel Ramírez. Fui al otro día, temprano, y no estaba, que llegaba a las seis de la tarde y me esperé. Ya cuando lo pude ver me dijo que yo era muy joven, que no me iban a aceptar".

Pero la necesidad de un trabajo lo motivó a insistir, a no aceptar un no por respuesta y continuó ese camino llamado necedad, que a veces resulta útil. Luego de tanta obstinación el señor Manuel Ramírez terminó por aceptarlo, con la condición de que no habría paga, simplemente se le daba la oportunidad de aprender algo, un oficio.

"Y dije "no creo que no aprenda nada", por lo que me quedé. Recuerdo que me remarcó que no me pagaría y dije "no importa", y en esa primera semana me pagaron 50 pesos. No era el salario que me debían pagar, pero me pagaron. Cuando entré mandaron llamar a un chavo que se llamaba Javier Aldana y entré como ayudante de linotipistas".

Desde los linotipos hasta las computadoras

Chavita aprendió cada uno de los aspectos de todas las áreas que componen un taller de periódico, viviendo básicamente todos los cambios tecnológicos hasta su salida. Desde los linotipos hasta las computadoras, así como los diversos cambios que se hicieron con el tiempo, como de sede al pasar del Centro Histórico a avenida Constituyentes, y de decenas de empleados que rondaron por esta casa editorial.

"A mí me tocaron todos los cambios, inclusive ser un comodín, porque sucede que me topé con una familia que me animó a seguir estudiando porque nada más tenía la primaria y entonces me fui a secundaria. Recuerdo que iba al taller a pedir que me dieran chance de llegar un poco tarde y me dijeron que no, que porque si me daban permiso a mí los demás iban a querer lo mismo y trastocaba sus horarios; que si quería me quedara como comodín", agrega.

En ese momento, Chavita conoció los talleres del periódico, linotipos, corrección, fotomecánica, transporte de láminas y rotativa, por lo que se adentró a cada uno de estos para en 1980 o 1981, pues la memoria no le da la precisión necesaria, Chavita se convirtió en jefe de talleres, dejando su vida al periódico en esas largas noches y madrugadas.

Y es que, recuerda, el periódico únicamente contaba con ocho páginas, situación que aumentó hasta llegar a trabajar con 60 o 70 páginas en una noche, por lo que recuerda dedicar todo su tiempo en ello, durmiendo en los talleres, a la vieja usanza de tener hora de entrada pero no de salida; quedarse a dormir porque era más conveniente que irse a casa y regresar.

Sin embargo, pese a la presión, recuerda el compañerismo que había en el medio, quizás una de las razones por las que siguió dedicado al ámbito editorial de una casa periodística. "Es que en el periódico son muchas cosas cuando uno aprende; yo no sabía nada, todo lo que aprendí, lírico incluso, pues no fui a la escuela, todo lo aprendí con la marcha, viendo cómo se hacían las cosas".

"En el periódico nos tocó el crecimiento y en 1993 vinieron de México a renovar toda la redacción por completo, escritorios nuevos, computadoras, hicieron una pequeña red y de mucho tiempo atrás llegaron unas cajas grandes y altas, que estaban en el pasillo, las cuales duraron como más de un año si abrir. Según nos contó un ingeniero que tardaron un año en renovar los periódicos y nosotros fuimos los últimos, entonces hicieron la red y pusieron filmadoras de películas; ya no se llevaba fotomecánica", recuerda.

A Chavita le tocó una época de mucho trabajo, sobre todo en eventos o acontecimientos políticos importantes como los informes del gobernador o las elecciones, trabajos que, al menos durante los años ochenta, tardaban hasta una semana en realizarse, donde reiteró el compañerismo laboral que existía, "pues todos dependíamos de todos".

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"En mi caso sí fue muy demandante porque yo era jefe de talleres y se me ocurrió estudiar la prepa y fue otro rollo; terminé con la boca chueca, ya no presenté tres exámenes finales al salir de la prepa y mis profesores me pasaron, pero sí, era muy demandante y no sé por qué el periódico te jala, te quedas, no ganas mucho y andas aquí. No sé si sea el compañerismo o que se está haciendo algo que va a ver la gente y quieres hacerlo bien", afirma.

Chavita ha visto pasar a decenas de nuevos integrantes del Diario de Querétaro. Se jubiló en el año 2019 y recuerda su paso por el periódico con cariño, por las personas que conoció, lo que aprendió, toda una vida en los talleres, todo un conocimiento de cada máquina, de cómo funciona, de dirigir personal, de formar parte de cada rincón del medio, desde el Centro Histórico hasta las nuevas oficinas, desde las primeras máquinas hasta la llegada de internet y los programas por computadora.

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