La historia de mi vida
Autora: Adara Muñiz (Primer lugar)
Ahí estaba yo, en un lugar donde todo era obscuro, no sabía quién era o donde estaba, pero el lugar era tibio y muy cómodo. De repente me estaba moviendo hacia algún lado, no sabía porqué pero sabía que tenía que hacerlo, no veía nada y de repente salí del lugar, ese lugar ya no era obscuro, sin embargo, yo seguía sin ver nada, pero podía sentir la lengua de mi madre limpiándome, acariciándome y dándome su amor; también sentía a ocho pequeñas bolitas de pelo iguales a mí. Todas corríamos hacia nuestra madre y aunque no podíamos verla, percibíamos su calidez y podíamos oler la leche que salía de ella, a veces comíamos y a veces no, porque no todos cabíamos en ella.
De repente escuche una voz y esa voz era de un humano, el humano parecía contento y decía: “Son nueve perritos, hay que ponerles nombre a todos”, así́ que comenzó́ a decirle a cada uno por su nombre, yo era la novena y el humano dijo “es una perrita, la llamaremos Mouse”, y me pusieron así́ porque decían que parecía un pequeño ratón negro.
Por fin pude abrir mis ojitos y logré ver a mi madre y a mis hermanitos, uno de ellos era muy bueno conmigo, a el lo llamaron Tedi porque parecía un osito de peluche, siempre jugábamos juntos, compartíamos la misma leche, éramos como mejores amigos.
Un día llego el humano y nos puso un collar a todos, tenía el nombre de cada uno y nuestra dirección, aunque yo no entendía muy bien qué era cada cosa, sentía el amor que ese humano nos tenía a todos, me sentía feliz, me gustaba todo lo que pasaba a mi alrededor.
En una ocasión pasó algo que cambiaría mi vida, escuche al humano llorando diciendo que mi madre no podía alimentarnos a todos, dijo que tenían que elegir a uno para llevarlo a la perrera, lo escuche discutiendo con otra persona y decidieron que lo mejor era llevar al perrito más pequeño, porque parecía que no se estaba alimentando bien, ya que sus hermanos eran mucho más grandes que él, mi hermano Tedi corrió́ hacia mí muy preocupado y comprendí́ que ese perrito era yo.
Mi hermano me dijo que él había escuchado que la perrera era un lugar muy malo y que ahí́ mataban a los perros, me sentí́ muy asustada, no pude contestarle a mi hermano, sentía un impulso muy grande de correr y salí́ de mi casa, no sabía hacia dónde ir y cuando me cansé estaba en un lugar con muchas plantas, ahí́ me calme y a pesar de todo, estaba agradecida de que al menos duré con mi mamá y con mis hermanos 15 días, y que pude tomar un poquito de esa leche tibia.
Aunque extrañaba mucho a mi hermano y a mi madre, sabía que tenía que seguir adelante y buscar a un humano que me quisiera y me alimentara, ese día no comí́ nada y me sentía muy hambrienta, pero así́ me quede dormida.
Cuando desperté, a mi lado había un perro enorme, un extraño que no paraba de olerme, me asusté un poco pero sabía que no quería hacerme daño. Cuando se alejó corrí́ tras él, no sabía por qué pero necesitaba sentirme acompañada, de repente el perro dejó de caminar y se detuvo frente a unas bolsas negras y comenzó a rasgarlas, después de un rato comenzó́ a comer de ahí́ y yo me acerque porque estaba muy hambrienta, pero el perro me gruñó muy molesto indicándome que me alejara, me quede paralizada y ya no me moví. Cuando el perro se alejó, me acerque a ver lo que estaba comiendo y comencé a comer lo que le había sobrado, no tenía buen sabor, no se parecía en nada a la leche de mi madre, pero necesitaba comer y seguí́ hasta que me llené.
Agradecí haber conocido a aquel perro, aunque nunca supe su nombre, porque él me enseñó a poder alimentarme de esas bolsas negras que aparecían por todas partes.
Así́ pasaron varios días, hasta que llegué a alimentarme a un lugar donde aparecieron tres gatos, se veían muy molestos por mi presencia y yo no me moví pero aún así se fueron contra mí, me arañaron y me mordieron, y quedé tirada en el piso sin poderme mover, duré mucho tiempo tirada, tal vez varios días, me sentía muy débil y hambrienta y sentía que me estaban comiendo por dentro, sentía pequeños bichos que me comían también por fuera, pero cuando al fin pude moverme sabía que tenía que seguir buscando comida.
Cuando me levanté, me di cuenta que ya no tenía mi collar, pero eso ya no me importaba, solo quería comer. Caminé y caminé buscando esas bolsas negras, pero no encontraba ninguna, seguí caminando, pensé́ que ya no podría seguir más, de repente encontré́ una casa y me llegó el olor de las bolsas negras, pero estaban dentro de la casa, me arme de valor y entre por una puerta que estaba en el jardín. Al entrar me encontré́ con la humana que vivía en esa casa y quiso golpearme con una escoba, me sentí muy asustada y me escondí, la humana estaba gritando diciendo: “¡Fuera, fuera!” pero por más que intentaba con la escoba, no podía sacarme del lugar donde me escondí́, de repente con una manguera me aventó un chorro de agua, me asusté y salí corriendo y llorando, afuera sólo pude ver un carro negro y me refugié en una de sus llantas.
Estando ahí vi que todo el carro era negro y me recordaba a mi madre, me sentí aliviada por un momento. Una humana se acercó al auto, me miró y gritó: “¡Hay una rata en la llanta!”, yo ya no podía moverme, ya no tenía fuerzas para huir, solo me quede ahí́ sin hacer nada. Después otra humana se acercó y dijo: “No es una rata, es un perrito”, señaló y dijo: “Vamos a preguntar con los vecinos, para ver si tiene un dueño”.
Me arroparon en una cobija y me abrazaron, por primera vez después de dejar a mi madre, sentí la calidez que ella me daba, me sentí protegida y con esperanza; preguntaron si me conocían en varios lados, pero nadie me había visto, una de las humanas dijo que me cuidarían hasta que encontraran a mi dueño.
Me llevaron con un veterinario, él les comento que yo era una perrita de aproximadamente un mes de nacida y que era una cruza entre terrier escocés y schnauzer, y que probablemente me habían alejado de mi madre en las primeras semanas de vida, les dijo que yo estaba desnutrida que tenía muchas lombrices que probablemente ya me habían afectado demasiado mi estomago, además tenía demasiadas pulgas que maltrataron mucho mi piel, mi pelaje había casi desaparecido, por lo que el doctor no me daba mucha esperanza de vida, pero ellas decidieron que aún así́ me hicieran el tratamiento que se necesitara, entonces me limpiaron las heridas, me dieron medicamentos, me bañaron y me pusieron algo a lo que llaman vacunas.
Después, al salir de ahí, ellas me pusieron otro collar, en ese momento sentí que ellas eran mi nueva familia, sentí el amor que me estaban dando y mi corazón se sintió de nuevo feliz, me sostenían en sus brazos a pesar de mis heridas y mi amor por ellas creció aun más. Cuando llegamos a su casa me dijeron “esta es tu casa y tu nombre es Eymi”, nombre que ellas inventaron utilizando letras al azar que significaban “Esperanza, Amor y Familia”. Me dieron leche y comida deliciosa, su amor y sus cuidados me devolvieron la vida que ya sentía perdida.
Ellas me trataban muy bien, como a una hija; me vestían, me alimentaban muy bien y todas sus conocidas decían que yo era una perrita hermosa, y todo gracias a ellas.
Corrieron tres años antes de que algo muy extraño pasara en nuestras vidas, una de mis humanas olía distinto, salía de ella una extraña vibra que me hacía sentir mucho amor, un día me acerque a ella, estaba recostada en un sofá, le puse mi mano en su pancita y la mire a los ojos, sentí que pude comunicarme con ella, sentí que supo lo que yo quería decirle, ella lloro de felicidad, me abrazo como agradeciéndome y corrió con la otra humana diciendo: “¡Estoy embarazada!, Eymi me lo acaba de decir”.
Pasaron los meses y cuando por fin pude ver a la pequeña humana, ellas me la acercaron para que la oliera y la conociera, después se dirigieron a su pequeña y le dijeron: “Mira bebé, ella es tu hermanita peluda”.
Ahora tengo 12 años, yo solo soy un perro, pero puedo decirles a ustedes humanos: QUE EL UNIVERSO TE PONE EN SITUACIONES DIFÍCILES CUANDO SABE QUE ESTÁS LISTO PARA SUPERARLAS, QUE EL MUNDO PUEDE PARECER QUE ESTÁ EN TU CONTRA, PERO SI HAY AMOR EN TU CORAZÓN Y ESPERANZA EN TU DESPERTAR, CUALQUIER COSA SE PUEDE SUPERAR.
Por eso hoy mi familia y yo NOS QUEDAMOS EN CASA.
El día que fui superhéroe
Autor: Axel Julián Sanabria Giroux (segundo lugar)
Un día todo paró, mi escuela cerró, no vi más a mis amigos, mi abuela y abuelos nos hablaban diario para saber cómo estábamos.
Hacíamos tareas por montones, ya no pude salir al supercito y papá no me abrazaba cuando llegaba, me puse triste y me dio miedo, pero mamá me tranquilizaba.
Vi videos para saber que ahora quedarme en casa sería un súper poder. ¡Si yo no salía, el virus malo no se acercaría a mí!
Y así yo podría ser más fuerte, más valiente y más rápido que él, si yo no salgo, mi hermanito no se enferma, mi abuelita se queda sana y papá y mamá no se pondrían tristes.
Empecé a ser valiente, el jabón es mi mejor arma, me lavo las manos seguido. He aprendido a hacer más cosas, las horas ya no importan; ahora sé donde queda cada cosa de la casa. He visto películas, dibujado, cantado y comido sano.
A veces me aburro, me pongo triste y me enojo, pero mamá dice que eso es normal y pasará. Papá ahora pasa más tiempo con nosotros, esto de ser superhéroe me gusta más, tal vez este año no salga a pasear, pero estoy más seguro en casa.
Los señores Pepinillo y Aguacate ¡a la carga!
Autor: Yolet Guerrero Hernández (tercer lugar)
De un planeta muy muy lejano llamado Covid-Land, arribaron a nuestro planeta Tierra millones de naves que contenían un virus letal para acabar con la humanidad. Aterrizaron en diferentes continentes causando miedo, pánico y preocupación.
Ese virus era muy fácil de transmitirse y propagarse, muy fácil. Por todo el mundo, todos en el planeta Tierra, corrían a sus casas pues no tenían que salir a la calle.
El señor Pepinillo, preocupado por la situación, se encerró en su laboratorio secreto en las montañas rocosas en la ciudad de Querétaro.
Comenzó haciendo pruebas con diferentes productos para saber cómo exterminarlo, sin embargo, necesitaba un aliado; alguien que fuera valiente y tuviera el mismo objetivo que él: Salvar al mundo eliminando al Covid –19 como por arte de magia.
Cierto día llegó a su puerta el señor Aguacate buscando a alguien que quisiera ayudarlo a combatir al Covid- 19.
Mientras tanto, en las naves seguían llegando a los hospitales poco a poco gente, quienes presentaban diferentes síntomas que los obligaban a conectarse a una máquina para poder vivir.
El señor Aguacate empezó a crear una máquina que lanzaba slime y al hacer la prueba, el señor Aguacate y el señor Pepinillo duraron pegados ¡dos días!
Los niños preocupados por no ir a la escuela y jugar con sus amigos, enviaron cientos de mensajes al Señor Pepinillo con varias ideas para poder exterminar al Covid -19; uno de esos mensajes les llamó la atención, pues consistió en hacer un robot que lanzaba enorme burbujas de jabón, eliminando así al virus que se interponía en su camino. Al final, los niños volvieron a la escuela a jugar con sus amigos en las calles, junto con el señor Pepinillo y Aguacate.
¡Los premios!
- Adara Muñiz, quien se hizo acreedora al 1er lugar se lleva como premio una bicicleta rodada 20, cortesía de Helados Holanda.
- En tanto, Axel Julián Sanabria y Yolet Guerrero, que son los ganadores del 2º y 3º lugar respectivamente, se llevan un kit helado que incluye 1 litro de helado, 6 paletas Solero y 6 sándwiches Mordisko.
Menciones honoríficas
El perro perezoso
Autora: Ariadna Valle Martínez
Esta es la historia de un perro que era muy perezoso, tan flojo que no hacía otra cosa más que estar echado. Así, sin decir ni hacer nada... todo el día y toda la noche.
Su mamá, antes de que lo compraran sus amos, hizo todo lo posible para que no fuera flojo, mientras todos los demás perros corrían tras sus colas, les ladraban a los extraños o hacían cosas divertidas que sólo los perros pueden hacer, él se contentaba con estar echado, inmóvil y en silencio.
Sus papás perrunos se enojaban y se entristecían, pues todos los días la maestra Cuca, la Urraca, les decía que Pompilio, el perro perezoso, no hacía sus tareas, por lo que nunca se graduó de la escuela de mascotas de la tía Cuca Urraca.
Pasó el día que los hermanos de Pompolio se fueron, pero él se quedó haciendo lo de siempre ... Se quedó quieto, echado y sin jugar, en el fondo de la enorme canasta.
Eso pasó hasta que el tiempo de Pompilio se cumplió. Un día, un lujoso carro pasó frente al puestecito donde estaban los perritos. Su conductor, un hombre gordo, bigotón y redondo como una calabaza, bajó del carruaje acompañado de su esposa, una alta y flaca mujer con una nariz grande como una zanahoria. Ambos eran los adinerados dueños de una fábrica de tapetes y lujosas alfombras, muy reconocidas en la región. Eran el señor y la señora Hilacho Fibrin.
Al verlo siempre, sin moverse y peludo como un pedazo de alfombra, se dijeron entre ellos...
- ¡Si no se mueve mucho, no comerá mucho, por lo que no gastaremos en su comida, además es muy silencioso y servirá para entretener a nuestro berrinchudo hijo, es una ganancia total... Ganancia absoluta como nuestras alfombras! -
Sin titubear se lo compraron a un pobre ancianito, Pompilio apenas y fue colocado en la enorme mansión y lo único que movió fue su negra nariz, para olfatear deliciosos platillos que venían de la cocina, mas su flojera fue tanta que sólo se contentó con esperar a que uno de los panes o algún pedazo de jugoso bistec cayera cerca de él para poder comérselo.
De pronto, unos pesados pasos se escucharon, eran unas pisadas veloces que hicieron rechinar el techo de madera, venían de la parte de arriba de la enorme mansión donde Pompilio roncaba a un lado de la chimenea, y de la nada, un fuerte y agudo chillido como el de un cerdillo se escuchó por toda la sala.
Era Juanillo Hilacho Fibrin, el único hijo de sus nuevos amos, el niño era gordo como una albóndiga, pecoso y güero como una papa cruda, chilló gritando
-¡¿Dónde está el perro?! ¡Quiero jugar con él! -
La aguda voz berrinchuda de Juanillo hizo que Pompilio por primera vez en su vida sintiera temor, levantó su mirada y antes de que pudiera reaccionar, el niño gordo lo agarró por sus largas orejas, comenzando a acariciarlo bruscamente...
Pompilio, asustado, movió lentamente sus patas para tratar de escapar, hizo de todo, pero no podía correr; tantos años de flojera y pereza lo habían hecho muy lento y todo le resultó imposible. El niño gordo lo agarró de la cola y lo llevó arrastrando como una cobija por todas las escaleras. El pobre Pompilio cerraba los ojos con fuerza mientras era arrastrado por toda la enorme habitación del chiquillo gordo, durante todo el día el niño lo estrujó, apretó, arrojó y jaló sus cabellos para peinarlo ridículamente.
El pobre perro perezoso lastimado y sin fuerzas, flojo por tantos años de no ir a la escuela y aprender las valiosas tareas de la tía Urraca, no le quedó mayor lección que aguantar la pesadilla hasta que Juanillo el niño gordo y berrinchudo se quedó dormido encima de él. Pompilio trató de quitárselo de encima, mas no pudo hacer nada, así que sin fuerzas y sin aliento sollozó tristemente...
Si tan sólo hubiese hecho sus tareas, y hubiera obedecido a sus papás que querían lo mejor para él, ahora sería un veloz perro que escaparía de inmediato, o un valiente perro cazador que acompañaría a mejores amos a largos y peligrosos viajes.
Todos sus sueños pudieron haberse hecho realidad si se hubiera puesto a trabajar para tener todo lo que quería, mas no le quedaba nada más que llorar y lamentarse. Muy transcurrida la noche, entró por la chimenea una figura brillante y azul que nunca había visto en su vida, la pequeña criatura voló hasta colocarse frente a él, era un pajarito, redondo y bombacho, con redondos ojos brillantes y plumas azules, blancas y negras como estrellas.
- Pobre Pompilio, si tan solo hubieras escuchado a tus padres y maestros, serías un perro feliz y libre
La avecilla, con un movimiento de sus alas, movió mágicamente al pesado niño que roncaba hasta su cama y Pompilio suspiró aliviado.
-Yo, lo sé, señora... señora… - El perro perezoso titubeó
- Llámame Lechuza Azul, a pesar de vivir muy lejos, en un bosque que está más allá de los sueños, me han enviado hasta aquí... para que en realidad aprendas -
-Oh sabía lechuza azul, creí que nadie podría salvarme, aprenderé, haré caso en todo lo que usted me diga, ¿qué magia puedo tener para cambiar? -
-Deseo volver al pasado y no ser perezoso,- dijo triste el perrillo a punto de llorar.
-El pasado no puede cambiarse, el futuro es desconocido, sólo tienes el presente. ¿Qué harás con él? -
- ¡Cambiare, nunca más seré perezoso, lo prometo!, - comento Pompilio con lágrimas en los ojos.
-Toma y guarda bien esto en tu collar - dijo la lechuza azul y le dio una piedrita redonda, brillante y verde.
-Será tu recompensa... si sabes aprovecharla -
El perro observó la monedita verde y al volver a mirar hacia la ventana y en toda la habitación, la lechuza azul se había desvanecido en el aire.
Pompilio guardó la joya y sin perder el tiempo, caminó y caminó, hasta que llegó a una pequeña casita que se encontraba en el interior de un enorme tronco hueco, ahí cansado y adolorido se echó a dormir en el viejo portón de la cabaña.
A la mañana siguiente despertó por una dulce vocecilla.
-Pobrecillo, está temblando y está muy flaco, le daré un buen hogar -
Abrió los ojos y observó delante de él a una ancianita pequeña, de piel verde y enormes orejas picudas, era parecida a los demás humanos que había visto antes, mas su color, orejas y extrañas ropas le gustaron por diferentes, ella era un sabio duende de los tréboles, sus muchos años la hacían olvidadiza, distraída y muy bondadosa. Tomó a Pompilio entre sus manos y lo llevó al interior de su casa, ahí Pompilio fue consentido y mimado en extremo, lentamente olvidó su promesa y volvió a ser muy perezoso hasta ser el mismo perro flojo, que no se movía y no hacía nada más que estar echado cerca del fuego.
Hasta que un día, Pompilio, al momento de quererse levantar notó que algo lo detuvo con fuerza, se dio cuenta que sus patas eran planas y pesadas, su cuello estaba tieso como una piedra, es más, ni siquiera podía parpadear o levantarse, solo pudo mirar hacia abajo y vio cómo la piedrecilla de su collar brillaba dando vueltas.
-¿Qué extraño? - dijo la ancianita mientras comía un delicioso pastel.
-¡No recuerdo haber comprado ese tapete! - dijo señalando a Pompilio.
¡Eso era! Por eso no se podía mover el perro perezoso, ¡La mágica piedra lo había convertido en tapete! Y todo porque Pompilio no había cumplido su promesa de cambiar, ahora el pobre perro se sentía enojado y triste. ¡Jamás había hecho lo que hacía felices a todos los perros, nunca había corrido y menos jugado tras su cola, no era más que un tapete destinado a llenarse de pisadas, polvo y moronas...
Llorando en silencio se quedó inmóvil. Avanzó la noche y la ancianita se había quedado dormida mientras su flautín encantado tocaba música suave para arrullarle, la música hizo que las llamas de la chimenea bailaran hasta convertir el fuego en pequeñas criaturitas mitad hombrecillos, mitad lagartijas, con cola llameante y cabellos rojos y amarillos, los danzarines de fuego saltaron de la chimenea y lentamente comenzaron a quemar todo. Pompilio, aterrado, no dejaba de ver lo que sucedía. ¡Su nueva ama, que había sido muy buena con él y él mismo, quedarían atrapados en el fuego!
- Una sola lagrima, deseo que una sola lagrima toque mi collar, y este me conceda el último deseo de apagar ese travieso fuego para poder salvar a mi dueña, solo quiero que ella se salve, yo merezco este castigo-, dijo Pompilio mientras el calor del fuego comenzaba a quemarle el pelo.
Sus palabras tuvieron un efecto de inmediato, Pompilio recobró su forma original y rápidamente ladró para despertar a la duende dormilona, velozmente, mientras su ama trataba de apagar el fuego, corrió más rápido que un caballo y fue al pozo trasero donde cargó un pesado balde de agua.
Los danzarines del fuego, al ver el agua, huyeron dentro de la chimenea donde se apagaron de inmediato. La ancianita duende, contenta y agradecida, le premió con un enorme pedazo de pastel y a partir de ese día Pompilio dejó de ser flojo, jamás le volvieron a llamar “el perro perezoso”, ahora es Pompilio, el perro valiente.
El medio ambiente y la contaminación
Autora: Dasha Danae Montoya López
Había una vez un planeta llamado Tierra, al principio estaba muy saludable y hermoso con su belleza natural, un día una persona quiso experimentar una actividad diferente, ya que estaba aburrido.
Entonces fue al bosque y cortó árboles e hizo sillas y una mesa, les enseñó a varias personas cómo hacerlo y empezaron a cortar muchos árboles. La tierra se molestó porque a sus amigos, los animales, les estaban quitando su hábitat.
Pasó el tiempo y el mismo hombre fue al pueblo donde vivía, a platicar con las demás personas y les dijo: “Podríamos usar los árboles también para mejorar nuestras casas”, todos estuvieron de acuerdo, y fueron y cortaron más árboles.
La Tierra, al ver lo que los hombres estaban haciendo, sacó su furia generando una tormenta para destruir sus casas, así como ellos le habían hecho a sus amigos los animales.
Al día siguiente, al ver los daños que había dejado la tormenta, las personas empezaron a preguntarse por qué les sucedía eso.
En la ciudad empezaron a construir muchas fábricas, plástico, carros, teléfonos, tablets; todo eso afectaba a la madre Tierra porque había animales atrapados en plástico y basura; todo eso generó muchos incendios, enfermedades, y ríos y mares contaminados.
La Tierra no sabía qué hacer para que las personas entendieran todo el mal que le estaban haciendo al planeta y a ellas mismas.
Un día surgió un incendio muy muy grande, donde se afectó el hábitat de muchos animales, entre ellos a los koalas –que están en peligro de extinción–, y la gente empezó a comprender todo lo que estaban haciendo con sus conductas. Algunas personas entendieron y empezaron a ayudar para que esto cambiara, pero el cambio debía der de todos.
Luego comenzó a pasar algo aún más terrible, surgió un virus llamado Covid -19 que afectaba a todo el mundo, había personas muertas y las autoridades pidieron que todos se quedaran en casa para que eso pudiera acabar.
Esa situación le estaba sirviendo a la Tierra para descansar de la contaminación de las fábricas, de los carros; los mares estaban tranquilos, sin tanta gente ni basura en el agua.
Aquello tenía que pasar para que todos pudieran valorar la vida que llevaban y si todos se quedaban en casa y hacían lo que les pedían, podrían salir adelante juntos.