Juan Díaz rompe en llanto cuando observa sus juegos mecánicos arrumados en un terreno de Ciudad de México, apenas cubiertos por una lona que los protege del sol y la lluvia, pero no de la pandemia que los silenció.
"Toda mi vida he estado aquí, yo nací en un puesto de canicas", cuenta a la AFP el hombre de 61 años en un terreno baldío donde su familia guarda unos siete juegos desde que la emergencia obligó a cerrar las ferias populares.
"Nunca habíamos visto a mis papás así y ahora nos está pasando a nosotros. ¿Qué vamos a hacer?", se pregunta Juan, con un cubrebocas del que asoma su barba blanca.
Él y sus familiares han sido "ferieros" toda la vida. Antes de la epidemia iban por distintos puntos de la capital instalando los juegos -muchos de fabricación artesanal- en ferias callejeras, junto con atracciones como el tiro al blanco o las canicas.
Sin embargo, el nuevo coronavirus, que deja casi 54.000 muertos y 493.000 casos confirmados en el país, detuvo en seco esta actividad y dejó a la familia sin ingresos. Ahora, Juan teme que con él se acabe la pequeña empresa de diversión que fundó su padre.
Algunos "ferieros" intentan sobrevivir vendiendo en la calle alcancías de cerámica y dulces, o pidiendo donaciones mientras las autoridades autorizan la reapertura del negocio.
La tristeza de Juan y su familia contrasta con la alegría que irradian los juegos aún estando desconectados.
Muchos tienen pintadas imágenes de perros, dragones o caricaturas como Winnie The Pooh y personajes de la serie El Chavo del Ocho.
Los juegos están en un terreno de la zona de Xochimilco, en el sur de la ciudad, y de vez en cuando la familia va para armarlos y desarmarlos o prender las plantas de luz que los alimentan y evitar así su deterioro.
- Al menos "un jueguito" -
Juan tuvo que pedir un préstamo al banco por 100.000 pesos (unos 4.400 dólares) para solventar sus gastos, pero ahora no tiene cómo pagar las primeras mensualidades.
"Hemos pedido la oportunidad de que nos dejen aunque sea con un jueguito, con todas las precauciones del mundo, aunque sea un niño en cada carrito", clama frente a un aparato con la imagen de una oruga sonriente.
Para su hermana Elvia, las opciones son pocas. Aunque sus tres hijos le aconsejan vender los juegos, la mujer de 66 años no se imagina haciendo otra cosa.
"A mis hijos no les gusta la feria, me dicen: 'Ya no trabajes, mamá, véndanlo', pero nos morimos si no estamos en la feria", confiesa.
Elvia sale muy poco de su casa para no contagiarse. Por eso, al ver la pequeña ciudad de hierro arrinconada, no puede más que llorar.
"Para la edad que tenemos, ya qué podemos hacer, me da gusto ver los aparatos, pero siento dolor", dice frente a los coches multicolores que le dieron para comprar otros juegos y emplear a sus parientes.
"¿Quién nos va a comprar un aparato ahorita?", cuestiona Elvia, consciente de que en todo caso no recibiría lo justo.
- Ingenio para sobrevivir -
Con las ferias cerradas, otros de sus dependientes han tenido que echar mano de las habilidades que aprendieron armando y desarmando juegos.
"Pusimos un letrerito donde estamos dispuestos a hacer mantenimientos de herrería, soldadura, de luz y gracias a Dios el trabajo nos da", afirma Gustavo Peña, de 53 años, quien muestra sus manos callosas y lastimadas tras años de duro trabajo.
Por el momento, él y su hijo están fabricando dispensadores de gel antibacterial para cuando el gobierno les permita reabrir, aunque también piensan venderlos al público.
"Nos la vamos ingeniando porque gracias a Dios este trabajo de la feria te da un poquito de oficio", dice. "Estamos buscando de un modo u otro cómo salir de este hoyo en el que estamos".