Inevitable. Al leer en las publicaciones de las redes sociales que algún conocido o conocida ha recibido alguna presea por la que estábamos peleando, se nos caen los ánimos al suelo y se entremezclan en nuestro vapuleado corazón sensaciones contradictorias: mi obra no fue leída con rigor, ese jurado está amañado, tal vez mi novela no es tan buena como creía, mis poemas son una mierda y tengo que destruirlos, debo leer la obra ganadora y constatar que es mejor, ¿serviré para esto?, en cien años seré redescubierto por personas pensantes que me colocarán en el lugar que merezco, nací en la época equivocada.
Si participaste y fuiste olímpicamente ignorado en algún concurso que está dotado de un jugoso aliciente económico, debes afrontar la idea de que ese dinero con el que fantaseabas no llegará a tus alforjas. Si el certamen se enfoca en otra clase de beneficios, como una publicación o una medalla, tu orgullo será el que se verá seriamente afectado, puesto que las o los ganadores se pavonearán jactanciosos y ayudarán a recrear la ilusión de que sólo unos cuantos pueden atravesar el estrecho umbral del reconocimiento artístico. En ese momento aciago es cuando puedes recurrir al recuerdo de Borges, Tolstoi o Kafka, quienes nunca recibieron el premio Nobel y son parte de la pléyade de figuras estelares que guían los pasos intelectuales de la humanidad y llenan de gozo a millones de personas. Y, aunque no es del todo saludable, sólo para evitar un par de noches depresivas, puedes decirte: “No es necesario que los contemporáneos, viciados por modas y contaminados por premisas esnobistas, me brinden su corrupto espaldarazo, mi obra están por encima de esos bastardos”.
Muchas y muchos hemos sido rechazados en concursos literarios, por eso quisiera que este fuera un artículo tranquilizador al que pudieras acercarte si has compartido los sentimientos antes descritos. Ya te brindé un par de consejos, pero quisiera que revisáramos con minucia cada parte del proceso de selección de un certamen. De este modo podrás entender que no debes dejarte vencer, aunque no hayas ganado ni un solo concurso en tu vida.
Empecemos por preguntarnos: ¿En qué consiste el gusto literario imperante y, en general, el reconocimiento artístico, después de todo? Para desentrañar esta intrincada cuestión, pensemos en la conformación de un jurado, en su configuración básica: tres personas que han acumulado un número considerable de méritos (merecidos o de dudosa procedencia) son invitadas por alguna institución, por lo general pública, que les cederá la decisión incontrovertible de elegir, de entre 30, 100 o 700 piezas creativas, a aquella que destaque de entre las demás y revele que en este mundo hay pocas personas verdaderamente dotadas, a las que la masa informe de humanos insulsos debe mirar como modelo a seguir. Según esta premisa, escribe bien quien escribe como los jurados deciden que debe escribirse, por lo que la persona premiada perpetuará el concepto de calidad artística al que tres dictaminadores le han dado continuidad mediante su visión subjetivamente consensuada. Vaya falacia compuesta por tres premisas: los jurados son chingones sin mácula; mientras más textos lleguen, más chingón será el ganador que derrote a los demás; y hay muy pocos chingones en el mundo. Disculpa el uso de la chingonería como concepto central de este análisis. Bien, opongamos a estas premisas tres contraargumentos que te ayudarán a encontrar la paz que tanto has buscado.
ARGUMENTO UNO PARA CALMAR (Y OJALÁ NO ENOJAR MÁS) A QUIENES NO GANARON UN CONCURSO: EL TRIUNVIRATO NO ES INFALIBLE
La idea de que la imparcialidad se alcanza cuando tres personas debaten sobre un tema nos llega desde Roma, cuando la República se vio en la necesidad de equilibrar el poder a partir de la inclusión de tres fuerzas y visiones políticas complementarias (o expresamente antagónicas). Antes de esa brillante resolución política, se habían llevado a cabo experimentos muy variados que generaron rencillas violentas y pugnas desleales (cuestiones que amainaron, pero no desaparecieron con el gobierno tripartita. Recordemos que, a César, integrante del primer triunvirato, lo mataron shakesperanamente). De cualquier manera, parece ser que tres es mejor que dos (en política y justicia, no se me malentienda). No es necesario ser muy espabilado para saber que, cuando dos personas discuten acaloradamente, difícilmente una de ellas cederá en favor de la otra. Parece que está en nuestra naturaleza darnos de topetazos con nuestros semejantes para demostrar que somos mejores y merecemos prevalecer.
Si a la explosiva combinación de dos tercos confrontados se le añade un tercero conciliador, de inmediato se refrena la disputa, puesto que los dos contendientes principales buscarán la anuencia y aprobación de aquel que funge, consciente o inconscientemente, como moderador. Para conseguir el favor del tercer involucrado, los dos antagonistas deberán modular la voz y mostrar argumentos más sólidos, por lo que se deberán enfriar las cabezas y templar los corazones si se desea llegar al añorado consenso. En nuestra vida doméstica nos hemos encontrado con situaciones análogas, como cuando dos hermanos pelean porque ambos llevaron pastel a la celebración familiar y, supuestamente, uno de ellos debía llevar el pollo al chimichurri. El tercer hermano debe escuchar muy bien los argumentos y, después, puede avivar la causa de alguno de los dos contrincantes o buscar una pacífica solución: pidamos una pizza y después atasquémonos de pastel. Así pues, la triada impele a sus integrantes a mostrarse menos viscerales y más racionales. Pero (porque siempre hay un pero) ¿qué pasa cuando uno de los tres miembros del jurado tiene más autoridad que los demás? ¿Qué ocurre cuando un hombre maduro y famoso se sienta a discutir con una mujer de su misma edad que no ha sido tan laureada y una joven que admira al señor desde que era pequeña? El poder siempre acaba por desequilibrar las utopías. Lo mismo puede suceder en la escena de los hermanos. ¿Y si el hermano mayor siempre ha protegido a la hermana más pequeña y ha violentado a la del medio? ¿Y si dos de los jurados se conocen y, secretamente, desdeñan al tercero? ¿Y si alguno de los jurados reconoce el texto de alguno de sus alumnos destacados y no lo declara abiertamente? ¿Y si los tres se consideran vanguardistas y, de antemano, deciden que no van a premiar a ninguno de los participantes que desempeñe su labor artística “como se hacía antes”? Así pues, debes entender que ninguna de estos “reconocidos profesionales” se libra de su condición humana. Quizás tu trabajo sea realmente bueno, pero no fue leído con imparcialidad suficiente. O, tal vez, no sea tan bueno y no merecía ganar, pero siempre mantén la duda por delante.
Bien, sin ampliar más este tema, pasemos al siguiente.
ARGUMENTO 2 PARA CALMAR (Y OJALÁ NO ENOJAR MÁS) A QUIENES NO GANARON UN CONCURSO: ES DIFÍCIL APRECIAR LA CALIDAD DE MUCHAS OBRAS EN POCO TIEMPO
El cúmulo de obras que suele presentarse en un concurso puede ser abrumador. Las instituciones convocantes reciben sin límite cuantas obras se remitan física o digitalmente y, después, se las hacen llegar a los miembros del jurado. Quizás, si se ampliaran los plazos de revisión o se limitara el número de propuestas que pueden ser recibidas (en el caso de los concursos digitales), estas podrían ser leídas con mayor seriedad y atención. Aunque las personas que integran un jurado sean plenamente comprometidas e intachables, a veces cuentan con muy poco tiempo para atiborrarse de cientos de propuestas que son absolutamente diversas entre sí y llegan a exigir un nivel de concentración que no puede ser alcanzado en estas circunstancias. A menos de que las y los integrantes del jurado sean ricachones que tienen la oportunidad de entregarse a la revisión de los trabajos sin hacer nada más durante el periodo de evaluación, las personas a cargo de elegir una obra ganadora deberán combinar sus actividades cotidianas con esta nueva encomienda. De ninguna manera esta consideración trata de justificar la laxitud con la que a veces se dictaminan los concursos, simplemente busca revelar una verdad que puede ser modificada en la medida en la que las instancias convocantes prioricen las condiciones de trabajo de los jurados en vez de ceñirse a plazos burocráticos.
La sobresaturación de materiales y la falta de tiempo pueden generar que se pasen por alto obras verdaderamente valiosas, así que, antes de romper tu poemario o borrar de tu computadora esa novela, trata de mostrar tus creaciones ante grupos heterogéneos de personas, puedes empezar por reunir a amigos, familiares sádicos y profesionales admirados con los que no sostengas ninguna relación sentimental. Conforma tu propio jurado y no pienses que los concursos son las únicas alternativas que tienes para poner a prueba tu valía artística. Si tu familiar sádico y el profesional te dan comentarios críticos similares, escucha con atención aquellos que te ayuden a trabajar nuevamente en tu obra y no dejes que hieran tu orgullo las posibles injurias que se profieran en contra de tu estilo, tus personajes o tu desconocimiento de la estructura narrativa. El profesional quiere mantener su estatus y tu familiar sádico se jacta de ser muy sincero, por eso debes aprender a discriminar los comentarios útiles de la paja argumentativa. Si tus amigos no saben qué decir al final de la lectura y se van al baño o cambian de tema, no les gustó y quizás debes hacer modificaciones más radicales en tu obra. O, tal vez, no son tus amigos y te tienen envidia, pero eso sólo podrás saberlo si los pones a prueba en otros momentos de la vida.
ARGUMENTO TRES PARA CALMAR (Y DEFINITIVAMENTE NO ENOJAR) A QUIENES NO GANARON UN CONCURSO: NO DEJES DE ESCRIBIR
La escritura literaria, más en estos tiempos de comunicación vertiginosa, nos ayuda a poner en orden nuestras ideas y a crear realidades alternativas que nos invitan a revisar nuestras convicciones y deseos. Tomar tiempo para escuchar las infinitas voces que llevas dentro te permitirá descubrir una riqueza creativa insospechada. Lo ideal es que tus textos encuentren lectores, pero, mucho antes de que eso ocurra, tú debes leerte con atención desde diferentes perspectivas a través de las historias que broten inusitadamente de tu pluma o tu teclado. Tu identidad es un secreto que nunca estará del todo develado, por lo que aventurarte a explorar las grutas, grietas y escondites de tu inconsciente puede convertirse en una aventura fascinante que te alejará del ruido mediático y de las frustraciones cotidianas. Está al alcance de tus posibilidades abrir puertas hacia otras dimensiones más interesantes que aquella que habitas en la realidad. Si algún jurado logra entrar a tus mundos imaginarios y reconocer que estos han sido hábilmente diseñados, quizás ganes algún concurso. Si no, no pasa nada.