“El fútbol es el reto de la lealtad humana ejercida al aire libre"
Antonio Gramsci
Vimos a unos chavos que estaban peloteando en la otra portería y les preguntamos si querían jugar una reta, unas coladeritas. Después de un rato nos fuimos cada quien a nuestras casas. A la semana siguiente, después de las debidas disculpas, el señor Aquilino nos volvió a citar a las cuatro pm. Llegó tarde, pero llegó. Nos puso a hacer unas lagartijas y un disque calentamiento. Se notaba que el señor no tenía ni idea, y la indisciplina empezó a cundir en el equipo. Unos ni lo pelaban, otros ejecutaban sus propias opciones, otros estaban por allá sentados sobre balones fumando cigarrillos. El desánimo empezó a cundir y se reflejó en nuestros tristes resultados en los juegos de sábado y domingo. Hay que agregar que los famosos uniformes que nos dio los mandó a hacer de terlenka, de color rosa mexicano cruzados con una línea azul rey. Estaban cortados de manera tosca, sin haber utilizado un mínimo patrón, nos quedaban levantados de los hombros, los shorts medios chuecos o con el tiro muy alto, camisetas sin números, los cuellos horrorosos como de camisa de Milano. Era una pena saltar a la cancha, sospecho que nuestros rivales se han de haber reído bastante de nosotros.
Entre las innovaciones que trajo don Aquiles fue la de cambiarle el nombre al equipo, que de llamarse All Stars pasó a llamarse Aquimar, acrónimo de Aquilino Martínez. Cuando estábamos en los partidos, según él, nos daba alguna indicación, y conforme iba avanzando el juego ya nadie lo pelaba y la disciplina fue aguangándose cada día más. En los disque entrenamientos y en los partidos empezaron a aparecer cada vez más cervezas, quesque para la sed. La mayoría fumaba y muchos se seguían la tomadera después del partido con el pretexto de conversar las incidencias del juego.
La idea de formar un equipo que aspirara a alcanzar a más logros fue desvaneciéndose ante la triste realidad. En los entrenamientos el señor Aquilino llegaba una vez sí y dos no, y no sabía ni por dónde empezar, no tenía idea. Su cara era un poco triste, pero de una tristeza ya añeja, y su panza denotaba que si alguna vez hizo deporte o ejercicio lo había abandonado hace mucho para siempre. Lo curioso era que él ni fumaba ni tomaba. En nuestros aquelarres posteriores al partido nunca se quedaba, su figura en el equipo era algo que ni siquiera llegaba a simbólico, no nos transmitía fuerza ni orden ni pasión. Terminamos pagando nosotros el arbitraje, y los horribles uniformes rosa mexicano con la franja azul rey se fueron descosiendo poco a poco. Nuestra posición en los torneos nunca pasó más allá de la media tabla.
Seguíamos jugando juntos más por rutina que por convicción. Nuestros ánimos deportivos se habían apagado. Algunos se clavaron cada vez más en el alcohol, otros empezaron a trabajar y ya no les quedaban ganas de ir a jugar los domingos, otros preferían a la novia. Alguno por ahí aislado seguía con ánimos de poder lograr algo en el deporte. El “Pecas” y el “Dulces” se fueron a probar a los campos del club América. Alguien los vio jugar y los invitó a jugar a un equipo de más caché que participaba en una liga con más organización, en un lugar llamado El Convento. Ahí unos sacerdotes regenteaban el lugar, y había dos buenas canchas de futbol con pasto, cosa maravillosa ya que en el Aquimar siempre jugábamos en tierra, y a veces en canchas horrorosas como las del Sector Popular, llenas de hoyos, vidrios, en donde había que llegar y darle una revisadita a la cancha para levantar objetos peligrosos. Alguna vez el “Betillo”, en una carrera, piso un cráter que había en la cancha y se torció el tobillo de manera horrible. Lo tuvimos que llevar cargando a su casa y su mamá le estuvo poniendo fomentos durante semanas. Así que ahora que el “Pecas” y el “Dulces” tenían chance de jugar en canchas con pasto era un lujo inimaginable.
Los muchachos le echaban un resto de ganas. “Pecas” era un armador desde media cancha, un 10 natural, y el “Dulces” era defensa central, recio, fuerte, alto. Su nuevo equipo se llamaba Real Nativitas, ahí conocieron a otra clase de muchachos de un nivel social más alto, ricachones, que sí se reunían, mínimo una vez por semana, para entrenar. Las primeras semanas aguantaron en la banca sin chistar. Lo consideraron lógico, dado que ese equipo ya estaba armado y ellos llegaron cuando el cuadro titular ya estaba definido. A veces les daban chance de entrar 10, 15 minutos, y demostraban que tenía futbol, pero pasaban las semanas y seguían en la banca, a veces ni siquiera entraban. Se empezaron a desesperar, pero no querían parecer indisciplinados o groseros, dado que no conocían a nadie más que el señor Olimpo que fue el que los invitó al equipo.
Ya después se enteraron de las razones por las que no entraban a jugar. Un compañero de equipo del Real Nativitas se las cantó derecho, sin ánimo de ofender, nomás lo que era: ellos no entraban porque estaban destinados a ser solamente reservas y nunca pasarían de ahí, estaban por sí acaso se ofrecía alguna urgencia, pero no estaban en los planes del entrenador para jugar como titulares. El chavo les dijo también que el muchacho que traía la camiseta número 10 era hijo del dueño del equipo y ni como quitarlo. El defensa central era sobrino de uno de los sacerdotes y no había forma te ponerlo en la banca, y así revisando uno por uno el que no era hijo de un jugador famoso era primo de una estrella retirada o gran amigo de uno de los influyentes amigos de los curas, así que el “Pecas” y el “Dulces” estaban destinados a contemplar los partidos siempre desde la banca. El muchacho les contó también que ya antes habían venido muy buenos reservistas y a todos les había pasado lo mismo, no había forma de que fueran titulares ni de que sentaran en la banca a los recomendados.
Tiempo después, el “”Pecas” y el “Dulces”, más los sobrevivientes del Aquimar, formaron otro equipo al que llamaron Staka brown, el cual sólo aspiraba a jugar sábados y domingos, divertirse, pasarla bien, practicar un poco de deporte y seguir cada quien sus vidas, unos estudiando, otros trabajando y los domingos gritando ¡Goool! mientras veían los partidos de su equipo favorito en la televisión.
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