Cuando hayamos aprendido a escuchar a los árboles, nos sentiremos en casa
Hermann Hesse
Entre los wirrarikas (conocidos también como huicholes), es un acto sagrado bailar para los árboles, les hablan, les platican, los tratan con gran cariño. (Víctor Sánchez. Toltecas del nuevo milenio. Ed. Lectorum). ¿No acaso fueron también nuestras abuelas las que nos enseñaron a hablarle con amor a las plantas del jardín? Grandes enseñanzas que nos sensibilizaron cuando niños. ¿Hablarle a una planta? –Sí, para que crezcan bonitas–, decían nuestras madres y abuelas. Son muchas las culturas, si no es que todas, las que enseñan a amar, respetar y proteger a plantas y árboles. La relación entre árboles y humanos es benéfica para ambos. Los árboles velan por la salud y vida del planeta entero, tienen inteligencia y conciencia, como lo han demostrado los científicos. No son cosas, pertenecen a un entramado muy complejo que asegura la supervivencia de todos los seres en el planeta, pertenecen a una totalidad orgánica.
Muchos pueblos han sabido de la importancia de los árboles, entre ellos los druidas. Para ellos los árboles son la parte central de su mitología y cosmogonía. Los druidas fueron expulsados y perseguidos por romanos y germánicos, así que tuvieron que vivir en las zonas boscosas de Inglaterra, Irlanda, Francia y España. Para ellos los árboles eran la esencia de la naturaleza, símbolos de vida y protección, expresión de los dioses. Cada parte del árbol tenía su significado. El tronco y la leña, el alimento; las raíces, el mundo de los sueños, el inframundo, lo desconocido; las ramas y las hojas, el cielo, lo divino, la conciencia. Entre los árboles celebraban sus ceremonias y ritos. Cada árbol representaba a un dios o una virtud. Según el mes en que nacían, un árbol y sus frutos eran sus protectores. De los druidas viene la costumbre de decir: “toco madera”, con eso se sentían protegidos de cualquier infortunio ya que creían que en cada árbol encarnaba un ser humano que los protegía. Para los druidas los árboles eran maestros, guías, constructores de futuro en varios sentidos, alegría y salud. Eran su felicidad, su fuente de mitos y concepciones del mundo.
Entre otras tantas culturas que han reverenciado a los árboles se encuentra la japonesa. Es importante destacar su concepto del Shinrin Yoku (baño de bosque). Práctica sencilla pero poderosa que consiste en pasar tiempo en el bosque llenándose de su belleza, su aroma, sus colores. Caminar los senderos, avivar los sentidos, ejercitar el cuepo respirando aire tonificado, lleno de prana. Esto proporciona a los paseantes salud física y psíquica, bienestar y felicidad, además de prestarse a reflexionar con calma sobre los diversos temas que a cada quien interesen o preocupen. Escuchar el sonido del aire corriendo entre las hojas, contemplar la flora y la fauna existentes en cada bosque, meditar, conectarse con la divinidad o idea que de lo superior que cada quien profese, desarrollar una sensación de paz y calma en un mundo tan agitado en donde todo es rápido, rápido, rápido. El solaz que ofrecen los bosques, o las áreas arboladas, no tiene precio, es invaluable, es un regalo de la naturaleza para que paremos el ritmo y nos demos cuenta de que no vale la pena ir corriendo a toda velocidad. Los árboles nos dicen detente, mira, reflexiona, goza.
Los beneficios que ofrecen los paseos en el bosque no se limitan sólo a lo señalado, ofrecen aportes muy concretos que repercuten directamente en la salud total de los paticipantes. La hormona del estrés, el cortisol, se reduce enormemente con el Shinrin Yoku (baño de bosque), y esto acarrea beneficios tales como la disminución efectiva de los males cardíacos, dolores de cabeza, hipertensión, artritis, asma, tensión nerviosa, ansiedad, depresión, déficit de atención, entre otros achaques debidos a la presencia de un exceso de esta hormona en el cuerpo. Aparte, estos paseos por las entrañas de un bosque, o cuando menos en zonas arboladas, mejoran el sistema inmunitario, la actividad intestinal e invitan a la creatividad. Y son los hermanos árboles la fuente de estos logros, por eso son tan valiosos y tan apreciados, por eso han influido en todas las culturas. Pero, ¿qué es lo que sucede que la mayoría de las personas actualmente ya no aprecian esto? Muchos no tienen tiempo para darse el lujo de pensar en los árboles, en su cuidado y en los beneficios que de todas maneras ellos les aportan.
Quizá pudiera ser que las reflexiones de diversos artistas, escritores, filósofos, pintores, y otros creadores, lograran el milagro de que nos detuviéramos un poco a meditar acerca de lo que los árboles representan en nuestras vidas y de todo lo que nos aportan. Dicen, por ejemplo: “Los árboles ciertamente tienen corazones”, Henry David Thoreau; “Este roble y yo estamos hechos de la misma cosa”, Carl Sagan; “Para mí, los árboles siempre han sido los predicadores más perspicaces”, Hermann Hesse; “Los árboles que crecen lento producen los mejores frutos”, Molière; “Los árboles son poemas que la tierra escribe en el cielo”, Gibrán Jalil Gibrán; “Un árbol con raíces fuertes se ríe de las tormentas”, Proverbio Malayo; “La creación de miles de árboles está contenida en una bellota”, Ralph Waldo Emerson; “El amor es como un árbol, crece por sí mismo y echa raíces profundas en todo nuestro ser”, Víctor Hugo; “No tenemos nada que temer y tenemos mucho que aprender de los árboles”, Marcel Proust; “Para existir como una nación, para prosperar como un estado y vivir como un pueblo, debemos tener árboles”, Theodore Roosevelt; “Los árboles no predican aprendizajes ni preceptos. Predican, sin inmutarse en los detalles, la antigua ley de la vida”, “Un árbol dice: una semilla está escondida dentro de mí, una chispa, un pensamiento, yo soy vida de la vida eterna”. Hermann Hesse; “Incluso si supiera que mañana el mundo se volverá pedazos, aún así plantaría mi manzano”, Martin Luther King.