/ miércoles 11 de noviembre de 2020

Hermano árbol V

Vitral

Podemos aprender el Dharma de un roble

Thich Nhat Hanh


La siguiente es una oración, ya publicada, que escribimos para un ahuehuete que fue herido por un rayo. “Hermano Ahuehuete, no sé quién te plantó, ni hasta cuándo estarás ahí. Hoy te saludo, te abrazo, te bendigo. Quiero que sepas que me duele saber que estás un tanto dañado, alicaído, herido, que te cayó un rayo tremendo que te ha tumbado la copa, la corona. Viejo amigo, viejo amado, viejo de agua, maestro de la vida, qué bueno que estás de pie. Quiero que sepas que eres muy valioso para nosotros, que te amamos, que te amo. Has sido sombra pródiga para generaciones, a tus pies han jugado mis hijos, junto a tu añoso tronco se ha sembrado amor y los besos han volado bajo tu sombra, por aquí y por allá, como mariposas de primavera. Y qué decir de cuántas canciones se han cantado bajo tu protección. Nuestros abuelos han reposado bajo tus ramales y han recordado sus andanzas. Nos has dado oxígeno vital, tu prana compartido nos ha llenado de energía, nosotros te hemos dado CO2, el precioso elemento para tu vida. No sé de qué tradición vienes, no sé a qué generación de Guardianes perteneces, tan sólo tengo claro que eres sagrado como quiera que se te conciba. Estás en nuestro origen, habitas nuestra sangre. Hoy te rindo homenaje y te declaro mi amor. Te compadezco y me declaro solidario contigo. Pido al Dador de la Vida que te sane, te cuide, te proteja, te regenere, que los pájaros te sigan tomando como casa, alimento y refugio. Que tus raíces sean más profundas, para que tomemos ejemplo. Que tu tronco sea más ancho para que tengas más poder y nos aconsejes con fuerza. Que tu ramaje vuelva a cubrirnos como una sinfonía vital y verde, que nos cubra del sol cuando esté fuerte. Que tu belleza nos ilumine y nos purifique, que nos dé pensamientos buenos, que nos dé inspiración. Que la energía te guarde y te reintegre al acontecer de cada día. Que el todopoderoso te dé más días de vida sobre la Tierra. Te amamos, te amo. Lo siento. Perdónanos. Sana pronto. Dios te bendiga”.

Entre los seres humanos y los árboles hay una relación intrínseca que se manifiesta a muchos niveles, para los humanos son indispensables, no sobreviviríamos en paisajes puramente desérticos. Sin ellos no habría oxígeno, no habría vida. Y los árboles dependen de toda la vida animal. Entre ella la humana. Les aportan el anhídrido carbónico sin el cual tampoco podrían sobrevivir. Y ambos dependen totalmente del sol, el que hace posibe la vida en la Tierra. Es decir, todo el concierto vital está unido y es interdepediente. Esa interrelación funciona en forma autoregulada, se proporciona a sí misma los elementos para vivir. Así lo ha señalado el autor de la Hipótesis Gaia, James Lovelock, quien afirma que el planeta funciona como un organismo vivo, que posee inteligencia y capacidades de decisión.

Atacar a un árbol es atacar a la vida toda. La tala de árboles indiscriminada es uno de los peores enemigos de los árboles. Gente a la que le vale absolutamente el daño que se hace, para esas personas el dinero ilegal es primero, y no hay razón ni argumento que los conmueva. Atacar los árboles es atacar a todo el sistema interrelacionado y auto regulado del planeta en su conjunto. Igualmente, la contaminación atmosférica, la de mares y ríos, y la quema a propósito de bosques, son atentatorios no sólo contra los árboles, lo cual ya es grave, sino contra la vida toda. No piensan ni les importa el dolor y las muertes que causan a millones de seres vivos.

Escribí hace mucho tiempo un cuento, ahora extraviado, en donde contaba la historia de un añejo árbol que en su vida había visto de todo. Estaba plantado en un lugar en donde había pura tierra, y con el paso de los años se encontró rodeado de cemento, banquetas, casas y automóviles por todos lados. Había sido testigo de cientos de historias entre los humanos, tristezas, alegrías, vida, muerte, triunfos y fracasos. El tiempo había barrido ya con todo eso, y el viejo árbol seguía ahí. Sabía que también, tarde o temprano, él habría de ser barrido por el tiempo inclemente, por el cambio inevitable, por la destrucción para que viniera lo nuevo, por Shakti y Shiva, pero, por mientras, seguía siendo testigo de las vidas y aventuras de los humanos.

Al cuidar de los árboles favorecemos la vida y cooperamos con la armonía del mundo. Reflexionemos sobre el alcance de estas palabras porque guardan un caudal de vitalidad y de desarrollo de la conciencia. Cooperar con la armonía del cosmos era uno de los máximos ideales de la filosofía náhuatl. Y no es tan sólo una figura poética, que ya sería bastante, sino que implica una praxis, práctica consciente, ante la vida. Debemos cuidar a los árboles, amarlos, porque ello equivale a cuidarnos a nosotros mismos. Podemos hablar de un In lak'ech, Hala ken, que en maya significa “yo soy tú, como tú eres yo”. Así que nosotros somos ellos, y ellos son nosotros. Cuidarlos, entender que están vivos, que sienten, que tienen inteligencia –todo ello probado por la ciencia, como ya lo hemos citado– es desarrollar más y más la conciencia de nuestra presencia, y del porqué de ella en este planeta. Nos da sentido y razón de ser. Es de vital importancia que todo esto lo enseñemos a las niñas y a los niños, a la manera de nuestras madres y abuelas. Que les enseñemos a amar a las plantas, a cuidarlas, a hablarles con amor. Que les expliquemos el papel que los árboles juegan en nuestra vida, que les hablemos de la hipótesis Gaia, de James Lovelock, que les hablemos de la filosofía náhuatl, que crezcan con una conciencia desarrollada y comprometida. De esa manera serán niños más sanos, inteligentes y compasivos, empáticos con todas las formas de vida. No andarán matando animales por gusto ni cortando y quemando árboles por todos lados. Al contrario, los amarán y crecerán junto a los arbolitos nuevos, y juntos harán girar la rueda de la vida. Y seguiremos creciendo bajo la sombra de los árboles, cobijados por ellos, comiendo de sus frutos, respirando su oxígeno y su aroma, curándonos con sus pócimas ancestrales forjadas a la luz de lo astros. Y podremos besarnos y contemplar el atardecer o el amanecer mirando al primer lucero que asome al horizonte, quizá a la estrella Sirio, entendiendo que somos uno con todo el cosmos infinito. Gracias Hermano Árbol.


https://escritosdealfonsofrancotiscareno.blogspot.com

Podemos aprender el Dharma de un roble

Thich Nhat Hanh


La siguiente es una oración, ya publicada, que escribimos para un ahuehuete que fue herido por un rayo. “Hermano Ahuehuete, no sé quién te plantó, ni hasta cuándo estarás ahí. Hoy te saludo, te abrazo, te bendigo. Quiero que sepas que me duele saber que estás un tanto dañado, alicaído, herido, que te cayó un rayo tremendo que te ha tumbado la copa, la corona. Viejo amigo, viejo amado, viejo de agua, maestro de la vida, qué bueno que estás de pie. Quiero que sepas que eres muy valioso para nosotros, que te amamos, que te amo. Has sido sombra pródiga para generaciones, a tus pies han jugado mis hijos, junto a tu añoso tronco se ha sembrado amor y los besos han volado bajo tu sombra, por aquí y por allá, como mariposas de primavera. Y qué decir de cuántas canciones se han cantado bajo tu protección. Nuestros abuelos han reposado bajo tus ramales y han recordado sus andanzas. Nos has dado oxígeno vital, tu prana compartido nos ha llenado de energía, nosotros te hemos dado CO2, el precioso elemento para tu vida. No sé de qué tradición vienes, no sé a qué generación de Guardianes perteneces, tan sólo tengo claro que eres sagrado como quiera que se te conciba. Estás en nuestro origen, habitas nuestra sangre. Hoy te rindo homenaje y te declaro mi amor. Te compadezco y me declaro solidario contigo. Pido al Dador de la Vida que te sane, te cuide, te proteja, te regenere, que los pájaros te sigan tomando como casa, alimento y refugio. Que tus raíces sean más profundas, para que tomemos ejemplo. Que tu tronco sea más ancho para que tengas más poder y nos aconsejes con fuerza. Que tu ramaje vuelva a cubrirnos como una sinfonía vital y verde, que nos cubra del sol cuando esté fuerte. Que tu belleza nos ilumine y nos purifique, que nos dé pensamientos buenos, que nos dé inspiración. Que la energía te guarde y te reintegre al acontecer de cada día. Que el todopoderoso te dé más días de vida sobre la Tierra. Te amamos, te amo. Lo siento. Perdónanos. Sana pronto. Dios te bendiga”.

Entre los seres humanos y los árboles hay una relación intrínseca que se manifiesta a muchos niveles, para los humanos son indispensables, no sobreviviríamos en paisajes puramente desérticos. Sin ellos no habría oxígeno, no habría vida. Y los árboles dependen de toda la vida animal. Entre ella la humana. Les aportan el anhídrido carbónico sin el cual tampoco podrían sobrevivir. Y ambos dependen totalmente del sol, el que hace posibe la vida en la Tierra. Es decir, todo el concierto vital está unido y es interdepediente. Esa interrelación funciona en forma autoregulada, se proporciona a sí misma los elementos para vivir. Así lo ha señalado el autor de la Hipótesis Gaia, James Lovelock, quien afirma que el planeta funciona como un organismo vivo, que posee inteligencia y capacidades de decisión.

Atacar a un árbol es atacar a la vida toda. La tala de árboles indiscriminada es uno de los peores enemigos de los árboles. Gente a la que le vale absolutamente el daño que se hace, para esas personas el dinero ilegal es primero, y no hay razón ni argumento que los conmueva. Atacar los árboles es atacar a todo el sistema interrelacionado y auto regulado del planeta en su conjunto. Igualmente, la contaminación atmosférica, la de mares y ríos, y la quema a propósito de bosques, son atentatorios no sólo contra los árboles, lo cual ya es grave, sino contra la vida toda. No piensan ni les importa el dolor y las muertes que causan a millones de seres vivos.

Escribí hace mucho tiempo un cuento, ahora extraviado, en donde contaba la historia de un añejo árbol que en su vida había visto de todo. Estaba plantado en un lugar en donde había pura tierra, y con el paso de los años se encontró rodeado de cemento, banquetas, casas y automóviles por todos lados. Había sido testigo de cientos de historias entre los humanos, tristezas, alegrías, vida, muerte, triunfos y fracasos. El tiempo había barrido ya con todo eso, y el viejo árbol seguía ahí. Sabía que también, tarde o temprano, él habría de ser barrido por el tiempo inclemente, por el cambio inevitable, por la destrucción para que viniera lo nuevo, por Shakti y Shiva, pero, por mientras, seguía siendo testigo de las vidas y aventuras de los humanos.

Al cuidar de los árboles favorecemos la vida y cooperamos con la armonía del mundo. Reflexionemos sobre el alcance de estas palabras porque guardan un caudal de vitalidad y de desarrollo de la conciencia. Cooperar con la armonía del cosmos era uno de los máximos ideales de la filosofía náhuatl. Y no es tan sólo una figura poética, que ya sería bastante, sino que implica una praxis, práctica consciente, ante la vida. Debemos cuidar a los árboles, amarlos, porque ello equivale a cuidarnos a nosotros mismos. Podemos hablar de un In lak'ech, Hala ken, que en maya significa “yo soy tú, como tú eres yo”. Así que nosotros somos ellos, y ellos son nosotros. Cuidarlos, entender que están vivos, que sienten, que tienen inteligencia –todo ello probado por la ciencia, como ya lo hemos citado– es desarrollar más y más la conciencia de nuestra presencia, y del porqué de ella en este planeta. Nos da sentido y razón de ser. Es de vital importancia que todo esto lo enseñemos a las niñas y a los niños, a la manera de nuestras madres y abuelas. Que les enseñemos a amar a las plantas, a cuidarlas, a hablarles con amor. Que les expliquemos el papel que los árboles juegan en nuestra vida, que les hablemos de la hipótesis Gaia, de James Lovelock, que les hablemos de la filosofía náhuatl, que crezcan con una conciencia desarrollada y comprometida. De esa manera serán niños más sanos, inteligentes y compasivos, empáticos con todas las formas de vida. No andarán matando animales por gusto ni cortando y quemando árboles por todos lados. Al contrario, los amarán y crecerán junto a los arbolitos nuevos, y juntos harán girar la rueda de la vida. Y seguiremos creciendo bajo la sombra de los árboles, cobijados por ellos, comiendo de sus frutos, respirando su oxígeno y su aroma, curándonos con sus pócimas ancestrales forjadas a la luz de lo astros. Y podremos besarnos y contemplar el atardecer o el amanecer mirando al primer lucero que asome al horizonte, quizá a la estrella Sirio, entendiendo que somos uno con todo el cosmos infinito. Gracias Hermano Árbol.


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