/ viernes 20 de julio de 2018

Hermano poeta

A José Luis de la Vega Estrada:

más que un Responso a un hermano poeta, una mini-biografía literaria de este intento de escritor, que harto le debe.

Mas,
ya no me sirve el canto
si tal vez todo fue dicho
y en un momento de ave
se resuelven,

el fuego,
el rosedal
y la centella.

Fragmento De cosas ya muy dichas

Mi primer encuentro con el poeta José Luis de la Vega fue propiciado por el poeta Florentino Chávez, quien me llevó al Manolo´s a conocer a una célula de la cofradía: el Chamula, el viejo Alcocer, Sierra y varios lectores-escritores que, envueltos en una cascada interminable de café y cigarrillos, hablaban, sobre todo, de libros. Los presentes soltaron la carcajada cuando Flor me presentó: Le gusta leer, es Rendón, quiere ser escritor, es mi alumno de Lectura y Redacción. Tu síguele, vas bien, acabarás como estos. Esa carcajada del de la Vega era clarificante: me sentí en casa y a partir de ahí, se gestó una complicidad interminable, con él y con otros.

Estaba en el primer semestre en la prepa Sur, y Flor mostró desde el primer día de clase, que su materia y su persona, iban a ser lo más importante en mi (de)formación y la de otros que coincidimos: Jessica Eréndira Castro, Jesús Reyes, Alejandra Mayorga, Marco Tulio Berlanga y más. Comencé publicando en el periódico mural y luego me fueron presentados los hacedores de publicaciones locales. José Luis editaba en esa época la revista Nautilius.

Me volví asiduo a presentaciones de libros y revistas, lecturas, y del taller literario que tenía el profe en El Café del fondo, donde la Santa Patrona Elsita, era imprescindible para la sobrevivencia de literatos y de literatura. De la Vega, activo promotor de la lectura y la escritura, venía entre otros, del taller de Alejandro Aura, que a su vez había estado en el Mester de Juan José Arreola. Así que me le pegué y el me invitó a aprender y trabajar en todos lados: en sus publicaciones, en las de la UAQ y el SUPAUAQ, y donde se pudiera editar y publicar.

Siempre contestó con un aquí en la necia, cuando alguien preguntaba qué estaba haciendo o en qué andaba, porque militaba en la idea de que un escritor se debe más a la práctica que a la inspiración. Publicó poesía, cuento, ensayo, crítica y textos varios en revistas, suplementos culturales, periódicos y fanzines. Autor de casi una docena de libros, y editor de muchos más, así como de plaquettes, revistas, suplementos literarios y carteles; supo moverse entre generaciones, y así, disfrutar de la experiencia de los viejos, y nutrirse de la frescura de la gente joven.

¡Cómo hay gente!, ¡qué país! Entre muchos escritores, de la Vega me presentó a Luis Alberto Arellano, Román Luján y Luis Enrique Gutiérrez OM, unas víboras literarias, que a la postre serían los fraternos Crótalos, con quienes compartimos un acelerado y frugal atasque literario. Un día, el Chamus me presentó a Horacio Gámez. Y como dijera un escritor: hubo una ampliación en mi campo de batalla.

Es sin llorar, recordaba frente a los problemas el profe (de cuyo hijo Diego soy gran amigo, y con quien compartí el vicio por los cómics, hasta niveles irracionales), pero no como consejo, sino como burla animadora; mientras compartía el pan, el queso, el vino y todo lo demás que hubiera en su despensa. Fuimos muchos los que disfrutamos de la hospitalidad de Aurora, Quique y de la Guerrera Lidia, ahora los acompañamos como dijera el maestro, cantando: Qué le vamos a hacer/ si todo está de paso /
propongo / yo / que cantemos / viejas canciones olvidadas.

Somos lenguaje, y de las formas que éste puede tomar, nos gusta la palabra escrita y nos gusta leerla. La última vez que hablamos, me reclamó mi retraso con su sitio de internet: ¿Nunca estuve online verdad, pinche negro? A lo que contesté con un retache justificatorio: nomás que me des el material que falta, tu selección personal, tus otros textos, y más fotos. ¿Y ora, y llora? Qué se ha visto, pinche greñas, ejerce el oficio, me dicen el recuerdo y el fantasma del Chamula, mientras redacto este pequeño homenaje al que nos obliga su ausencia: publica mi sitio, sigamos en la necia…


A José Luis de la Vega Estrada:

más que un Responso a un hermano poeta, una mini-biografía literaria de este intento de escritor, que harto le debe.

Mas,
ya no me sirve el canto
si tal vez todo fue dicho
y en un momento de ave
se resuelven,

el fuego,
el rosedal
y la centella.

Fragmento De cosas ya muy dichas

Mi primer encuentro con el poeta José Luis de la Vega fue propiciado por el poeta Florentino Chávez, quien me llevó al Manolo´s a conocer a una célula de la cofradía: el Chamula, el viejo Alcocer, Sierra y varios lectores-escritores que, envueltos en una cascada interminable de café y cigarrillos, hablaban, sobre todo, de libros. Los presentes soltaron la carcajada cuando Flor me presentó: Le gusta leer, es Rendón, quiere ser escritor, es mi alumno de Lectura y Redacción. Tu síguele, vas bien, acabarás como estos. Esa carcajada del de la Vega era clarificante: me sentí en casa y a partir de ahí, se gestó una complicidad interminable, con él y con otros.

Estaba en el primer semestre en la prepa Sur, y Flor mostró desde el primer día de clase, que su materia y su persona, iban a ser lo más importante en mi (de)formación y la de otros que coincidimos: Jessica Eréndira Castro, Jesús Reyes, Alejandra Mayorga, Marco Tulio Berlanga y más. Comencé publicando en el periódico mural y luego me fueron presentados los hacedores de publicaciones locales. José Luis editaba en esa época la revista Nautilius.

Me volví asiduo a presentaciones de libros y revistas, lecturas, y del taller literario que tenía el profe en El Café del fondo, donde la Santa Patrona Elsita, era imprescindible para la sobrevivencia de literatos y de literatura. De la Vega, activo promotor de la lectura y la escritura, venía entre otros, del taller de Alejandro Aura, que a su vez había estado en el Mester de Juan José Arreola. Así que me le pegué y el me invitó a aprender y trabajar en todos lados: en sus publicaciones, en las de la UAQ y el SUPAUAQ, y donde se pudiera editar y publicar.

Siempre contestó con un aquí en la necia, cuando alguien preguntaba qué estaba haciendo o en qué andaba, porque militaba en la idea de que un escritor se debe más a la práctica que a la inspiración. Publicó poesía, cuento, ensayo, crítica y textos varios en revistas, suplementos culturales, periódicos y fanzines. Autor de casi una docena de libros, y editor de muchos más, así como de plaquettes, revistas, suplementos literarios y carteles; supo moverse entre generaciones, y así, disfrutar de la experiencia de los viejos, y nutrirse de la frescura de la gente joven.

¡Cómo hay gente!, ¡qué país! Entre muchos escritores, de la Vega me presentó a Luis Alberto Arellano, Román Luján y Luis Enrique Gutiérrez OM, unas víboras literarias, que a la postre serían los fraternos Crótalos, con quienes compartimos un acelerado y frugal atasque literario. Un día, el Chamus me presentó a Horacio Gámez. Y como dijera un escritor: hubo una ampliación en mi campo de batalla.

Es sin llorar, recordaba frente a los problemas el profe (de cuyo hijo Diego soy gran amigo, y con quien compartí el vicio por los cómics, hasta niveles irracionales), pero no como consejo, sino como burla animadora; mientras compartía el pan, el queso, el vino y todo lo demás que hubiera en su despensa. Fuimos muchos los que disfrutamos de la hospitalidad de Aurora, Quique y de la Guerrera Lidia, ahora los acompañamos como dijera el maestro, cantando: Qué le vamos a hacer/ si todo está de paso /
propongo / yo / que cantemos / viejas canciones olvidadas.

Somos lenguaje, y de las formas que éste puede tomar, nos gusta la palabra escrita y nos gusta leerla. La última vez que hablamos, me reclamó mi retraso con su sitio de internet: ¿Nunca estuve online verdad, pinche negro? A lo que contesté con un retache justificatorio: nomás que me des el material que falta, tu selección personal, tus otros textos, y más fotos. ¿Y ora, y llora? Qué se ha visto, pinche greñas, ejerce el oficio, me dicen el recuerdo y el fantasma del Chamula, mientras redacto este pequeño homenaje al que nos obliga su ausencia: publica mi sitio, sigamos en la necia…


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